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1.México vivió un auténtico proceso de transición democrática entre 1977 y 1996/7. Se desmontó un régimen autoritario y se abrió paso a una germinal democracia.
2. Fue un proceso en el que los partidos políticos y los gobiernos jugaron un papel fundamental y fueron acompañados por agrupaciones civiles, medios de comunicación, círculos académicos.
3. El acicate fundamental de esas transformaciones fueron diversos conflictos y tensiones que demandaban reformas para que la diversidad política del país pudiera convivir y competir de manera pacífica e institucional.
4. En ese período se realizaron seis reformas político-electorales, cada una de ellas, más ambiciosa y abarcante que la anterior. Las primeras contaron con los votos del entonces partido hegemónico (el PRI), la tercera y cuarta fueron pactadas en lo fundamental por el PAN y el PRI y las dos últimas por todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso.
5. Puede decirse que el lento y zigzagueante proceso de cambio se inició con la reforma de 1977. Un México cruzado por agudos conflictos en las universidades, el campo, el mundo laboral, entre los gobiernos y los grupos empresariales, además de la irrupción de guerrillas urbanas y rurales, fue a unas elecciones presidenciales con un solo candidato a la presidencia de la República (1976). Esa disonancia entre una sociedad diversa y conflictuada carecía de correspondencia con el universo electoral.
6. Por ello, intentando ofrecer un cauce institucional a la confrontación, el presidente José López Portillo ordenó a su secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, llevar a cabo una reforma política.
7. Aquella primera reforma consistió en abrir la puerta a corrientes político-ideológicas a las que se mantenía artificialmente marginadas del mundo electoral. Además, se remodelaron las reglas para la integración de la Cámara de Diputados, agregando 100 diputados plurinominales, para atemperar el fenómeno de sobrerrepresentación que de manera “natural” arrojaba la fórmula anterior y para que las minorías tuvieran representación. En esa misma operación reformadora se consideró a los partidos políticos como entidades de interés público, lo que conllevaba una serie de prerrogativas, derechos y obligaciones.
8. Después se realizaron otras 5 reformas. En 1986, 1989/90, 1993, 1994 y 1996. Sería un exceso detenerse en cada una de ellas, puesto que de lo que se trata es de ofrecer un panorama a vuelo de pájaro.
9. No obstante, dos pueden ilustrar de qué manera la mecánica de conflictos y reformas acabaron remodelando de raíz el sistema electoral.
10. Luego de las competidas y más que controvertidas elecciones de 1988 fue claro, para quien quisiera verlo, que el país no cabía bajo el manto de un solo partido y que ni las normas, las instituciones y los operadores eran capaces de procesar los resultados electorales de manera limpia. Por ello, en 1989/90 se crearon el IFE y el Tribunal Electoral, por eso se decidió construir un padrón desde cero. Se trataba de reconstruir la confianza perdida en el expediente electoral.
El lento y zigzagueante proceso de cambio se inició con la reforma de 1977"
José Woldenberg
11. En las elecciones de 1994, gracias a ello, no hubo conflicto postelectoral. Los votos se contaron con pulcritud. Pero un nuevo reclamo ocupó el centro de la atención pública. La profunda desigualad en las condiciones de la competencia. Por ello, en 1996, el conjunto de las bancadas congresuales pactó una serie de fórmulas para equilibrar el “terreno de juego”. Las nuevas normas en relación al financiamiento público y el acceso a los grandes medios de comunicación, sirvieron para construir condiciones más equilibradas de la competencia.
12. En una síntesis demasiado apretada que de ninguna manera hace justicia al serpenteante proceso de transformación, se puede decir que primero se incorporaron al mundo electoral a partidos políticos antes excluidos, luego se construyeron las autoridades que debían inyectar imparcialidad y certeza en los comicios y al final se concluyó que para contar con elecciones auténticas era necesario que las condiciones de la competencia no fueran abismalmente asimétricas.
13. Para que lo anterior no suene inasible, algunos datos: en 1977, solo 4 municipios eran gobernados por partidos diferentes al PRI; en 1988 ya eran 39 y en 1999, 583. Un cambio paulatino pero sistemático y exponencial que por supuesto no inició en el 2000. En 1988, en 31 congresos locales el PRI tenía mayoría calificada de diputados, para 1999 eso sólo sucedía en uno. La primera gubernatura que perdió el PRI fue en 1989 (Baja California), luego de 60 años en que todas y cada una de ellas fueron ocupadas por candidatos del PNR, PRM, PRI.
14. Pero el impacto no fue solamente en el terreno electoral, porque esa dimensión irradia sus efectos al sistema político. No solo pasamos de un sistema cuasi monopartidista a otro plural y equilibrado, no solo transitamos de elecciones sin competencia (en las cuales ganadores y perdedores estaban predeterminados) a comicios altamente competidos y de un mundo de la representación monocolor a otro plural. Sino que, además, el entramado republicano que diseña la Constitución parecía que se hacía realidad: la presidencia de la República se vio acotada por los otros poderes constitucionales; el Congreso se revitalizó con la presencia de una diversidad de bancadas partidistas y fue necesario que las diferentes fuerzas aprendieran a escucharse y negociar, dejando de ser una correa de trasmisión del Ejecutivo; y la Corte se convirtió en un auténtico tribunal constitucional.
15. Las libertades se ampliaron. Las de organización, prensa, expresión, manifestación y, súmele usted, se ejercieron con un mayor vigor.
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16. Una anécdota personal: cuando en los años setentas profesores e investigadores de la UNAM estábamos construyendo el Sindicato del Personal Académico de la UNAM (SPAUNAM), en varias ocasiones acudimos a Excélsior, entonces dirigido por don Julio Scherer. Se trataba de una inserción pagada e incluso así, quien la recibía nos solicitaba unos momentos, llevaba el texto a no sé dónde, y por lo menos en dos ocasiones nos “sugirieron” modificar algún renglón si queríamos que fuera publicado. Por supuesto, nos regresamos con nuestro texto y nuestro dinero. De ahí venimos.
17. A lo largo del proceso de cambio democrático se crearon nuevas instituciones autónomas porque fue evidente que los gobiernos no podían cumplir con diferentes encomiendas: las comisiones de defensa de los derechos humanos para evitar reiteradas violaciones en ese terreno o el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI, antes IFAI), para hacer realidad que la información pública estuviera realmente al alcance de cualquier ciudadano. Los gobiernos, resultaba evidente, no podían ni debían ser jueces y parte en esos estratégicos asuntos.
18. Por desgracia esa transformación gradual y pactada no solo no es apreciada por la actual administración, sino que ha dado muestras reiteradas de querer revertirla.
19. Y lo cierto es que franjas importantes de la ciudadanía tampoco valoran el cambio democratizador que vivió México.
20. Tengo la impresión de que, por lo menos, cuatro nutrientes pueden, de alguna manera, explicar el desencanto de millones de mexicanos con la germinal democracia tan arduamente construida
21. El cambio democratizador no fue acompañado de crecimiento económico suficiente, capaz de ofrecer un horizonte de mejora en sus condiciones materiales de vida a millones de familias y jóvenes. Paradójicamente, entre 1932 y 1982 el país y su economía crecieron a tasas nada despreciables. Los frutos de ese crecimiento no se distribuyeron de manera equilibrada, pero durante esas décadas la expectativa fue que los hijos vivirían mejor que sus padres y esa esperanza se cumplió en infinidad de casos. Fue una especie de lubricante del consenso pasivo con el autoritarismo. En contraste, la transformación democrática al lado del famélico crecimiento económico generó lo contrario: la percepción (también cumplida) de que los hijos estaban condenados a vivir peor que los padres, lo cual no puede producir más que enojo y hartazgo.
Los frutos de ese crecimiento no se distribuyeron de manera equilibrada, pero durante esas décadas la expectativa fue que los hijos vivirían mejor que sus padres y esa esperanza se cumplió en infinidad de casos"
José Woldenberg
22. Los fenómenos de corrupción reiterados y el aura de impunidad que los rodeó fueron otro nutriente eficaz del desencanto. Porque no hay un disolvente mayor de la confianza en el mundo de la política que la exhibición de actos corruptos que no son sancionados. Vivimos una paradoja: no sé si en los últimos años la corrupción ha sido mayor que, digamos, en la época del partido hegemónico. Pero lo cierto es que el proceso democratizador la volvió más visible y la sensibilidad social resultó menos tolerante. En los tiempos del partido casi único, como lo llamó un ex presidente, la marginalidad de los otros partidos, el comportamiento alineado al gobierno de los principales medios de comunicación y una famélica sociedad civil, hicieron que la corrupción tuviese escasa visibilidad pública. En contraste, la pugna entre partidos más equilibrados, la mayor libertad de prensa y una sociedad mejor organizada, transparentaron lo que en el pasado inmediato era opaco.
23. La violencia y la inseguridad fue (y es) una potente inyección de preocupación y de desencanto con la vida política. Familias y regiones han sido devastadas por la acción de bandas delincuenciales y la función primigenia de cualquier Estado, la de ofrecer garantías a la seguridad de sus ciudadanos, no se cumplió (ni se cumple). En una encuesta realizada por el INEGI en septiembre de 2020 a la pregunta a personas mayores de 18 años si se sentían inseguras en diversos ámbitos, los resultados fueron los siguientes: 78% se sentían inseguras en los cajeros automáticos, 73% en el transporte público, 66% en los bancos, 60% en las calles y 23% en sus propias casas.
24. Por último, aunque no al último, la profunda desigualdad que marca las relaciones sociales entre nosotros también es un potente corrosivo de la confianza en políticos, partidos, parlamentos y gobiernos. No es un tema de actualidad. Todo lo contrario, esa fractura social ha estado presente a lo largo de toda la historia de México, y aun antes de que México fuera México. Pero como no se cansó en su momento de alertar la CEPAL, esa escisión de la sociedad difícilmente puede generar un sentido de pertenencia, una “cohesión social” digna de ese nombre.
25. Montado en esa potente ola de insatisfacción y en los cambios democratizadores, es que nuestro actual presidente triunfó de manera indiscutible en 2018.
26. El problema es que el presidente y su coalición de gobierno no valoran el cambio democratizador (sus normas, instituciones y procedimientos) que posibilitó su victoria.
27. No comprenden que democracia no quiere decir solamente elecciones libres y confiables (que por supuesto eso quiere decir), sino que democracia quiere también decir: a) poder regulado, b) poder fragmentado, c) poder vigilado y d) poder del que las personas físicas y morales puedan defenderse por la vía judicial.
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28. El presidente ha dado muestras sobradas que su ideario se encuentra en las antípodas de esas características de la democracia: quisiera ejercer un poder sin los “obstáculos” que le fijan la Constitución y las leyes, concentrado en su persona (el Ejecutivo) sin que el Legislativo o el Judicial le hagan sombra, sin tener que rendir cuentas, sin que nadie tenga la capacidad de investigarlo, y sin que los afectados por sus políticas puedan acudir para defenderse a los tribunales.
29. Muestras de lo anterior hay para dar y regalar. Pero cuatro de las iniciativas de reforma constitucional que el presidente envió al Congreso el 5 de febrero pasado ilustran mejor que nada y que nadie cómo quisiera que fuera remodelada nuestra república.
30. En materia electoral, pretende acabar con institutos y tribunales locales como si fuéramos una república centralista, borrar la autonomía del INE eligiendo a sus consejeros en votación universal entre candidatos propuestos por el propio presidente, las Cámaras del Congreso y la Corte (su intención de alinear al Instituto a los designios presidenciales no ha cesado), sobrerrepresentar a la mayoría de votos suprimiendo los diputados y senadores plurinominales y los senadores de la primera minoría (lo que del otro lado supone sub representar a las minorías).
31. Pretende que diferentes órganos autónomos sean reincorporados al Poder Ejecutivo, entre ellos el INAI o el Coneval en un claro intento de concentrar facultades. Desea una presidencia omnipotente, sin asumir que muchas de esas funciones no las puede cumplir cabalmente el Ejecutivo.
32. En su iniciativa para elegir a ministros y magistrados, propuestos otra vez, por el presidente, las Cámaras y la Corte, el mismo día que se celebran las elecciones federales, se quiere incorporar a esos funcionarios al circuito político. El presidente ha dado muestras reiteradas de que no desea un Poder Judicial independiente y por ello ensueña en alinearlo a su voluntad.
33. En ese mismo paquete de iniciativas se encuentra la que quiere adscribir a la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa, rompiendo incluso con el compromiso de que la misma sería una institución civil, votado por las Cámaras, con el apoyo de Morena, apenas en 2019.
34. En materia política, México se encuentra en una clara y peligrosa disyuntiva: o se conjugan esfuerzos para robustecer nuestra incipiente democracia o involucionamos hacia un sistema autoritario, en el cual el presidente no solo concentra poder, sino que desprecia la ley, a los otros poderes y los órganos autónomos del Estado.
35. Quizá el primer paso para fortalecer la democracia sea el reconocimiento de que el país contiene una pluralidad política que ningún exorcista podrá erradicar. Y que esa pluralidad es parte de la riqueza de México y que por ello estamos obligados a edificar normas e instituciones para su convivencia y competencia civilizadas.