Cándido Toledo López era un niño cuando la halló. Iba a la milpa a dejarle pozol a su papá, cuando, entre un árbol de cachimbo y una pitaya, alcanzó a ver una piedra que pensó podría servir para afilar el machete que usaban en su casa. Al escarbar, el objeto dejó de tener forma de afilador, aunque difícilmente podría sacarlo con su propia fuerza. Llamó a su padre para que le ayudara. Se acercaron otros campesinos para desenterrar aquello que terminó siendo un monolito de más de dos metros de altura.
Con dos carretas y un par de bueyes, la piedra llegó a casa de Cándido Toledo, y con ella los vecinos de la novena sección de Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, que se acercaron al escuchar el rumor de que habían hallado a un dios zapoteca.
Seis décadas después, Ta’ Cándido —en el zapoteco del Istmo se agrega un Na’ o Ta’, dependiendo del género, al referirse a una persona adulta—, relata aquel encuentro con el monolito a estudiantes de la Escuela Secundaria Enedino Jiménez, en la misma novena sección de Juchitán, municipio ubicado en la región del Istmo de Tehuantepec.

“Los de Oaxaca”, dice Ta’ Cándido, refiriéndose a las personas que llegaron de la ciudad al enterarse del hallazgo, midieron la piedra, elaboraron una caja de madera y se la llevaron con la promesa de estudiarla. A cambio, Ta’ Cándido recibió una fotografía de él y su padre posando con la piedra. Conservó la imagen como único recuerdo de aquél monolito que evocaba a los antiguos pobladores de su comunidad.
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Al investigar sobre la historia prehispánica del Istmo de Tehuantepec, el director de documentales Jorge Ángel Pérez se enteró del hallazgo de la piedra, conocida como Monolito de Cheguigo. La información era confusa. Un día, un amigo de Juchitán lo llamó para presentarle a alguien que tenía más información. Fue así como escuchó por primera vez el descubrimiento de la piedra en voz de Ta’ Cándido. Era quizá la enésima vez que el hombre repetía su relato a personas que le prometían regresar y nunca lo hacían, por eso preguntó: “¿Vas a volver?”. En entrevista con Corriente Alterna, Jorge Ángel Pérez recuerda que respondió: "No sólo voy a regresar, vamos a investigar dónde está la piedra, vamos a ir a verla y vamos a ir por ella”.
Así inició la búsqueda y el reencuentro entre Ta’ Cándido y el Monolito de Cheguigo, que Jorge Ángel Pérez retrató en el documental Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas (2024).
Una historia recurrente
Ta’ Cándido no es el único que ha mirado cómo personas que se presentan como investigadores o trabajadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) llegan al lugar donde se ha desenterrado una pieza arqueológica, le toman medidas, planean cómo sacarla y se la llevan.
El 17 de abril de 1964, en primera plana del periódico Excélsior se leía: “Tláloc llegó a Chapultepec; cruza el D.F. entre lluvia y vítores”. La nota periodística se refería al monolito de 167 toneladas que se encontró en San Miguel Coatlinchán, en el municipio de Texcoco, Estado de México. Desde entonces, esa pieza arqueológica se exhibe sobre la avenida Paseo de la Reforma, a unos metros de la entrada del Museo Nacional de Antropología.
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Como sucedió con la pieza que Ta’ Cándido encontró en Juchitán, “La Piedra de los Tecomates” —como la llamaron en San Miguel Coatlinchán— fue descubierta por campesinos dedicados a la producción de carbón. La piedra era parte de la vida cotidiana de los coatlinchenses: se ubicaba cerca de un río y la visitaban cuando iban por flores y hongos.
En 2011, la antropóloga Sandra Rozental escribió “La creación del patrimonio en Coatlinchán: ausencia de piedra, presencia de Tláloc”, en donde menciona que la historia oficial ha olvidado que un grupo de ingenieros llegó a San Miguel Coatlinchán a llevarse el monolito y la población se opuso lanzando piedras y ponchando llantas de los vehículos. El pueblo se manifestó en contra de la extracción de una pieza íntimamente ligada a su comunidad.
A pesar de ello, la mañana del 16 de abril de 1964 llegaron más de 100 soldados para trasladar el monolito a Chapultepec, mientras los coatlinchenses sólo observaron desde sus azoteas la salida silenciosa de la piedra.
Afuera del Museo Nacional de Antropología, en la placa colocada bajo “La Piedra de los Tecomates”, se lee: “Este monolito fue encontrado en las estribaciones del pueblo de Coatlinchán, Estado de México, cuyos habitantes donaron generosamente a este museo en 1964.”
En su texto, Rozental destaca que al pueblo de Coatlinchán se le prometió la entrada gratuita al museo, la creación de un hospital, escuelas y una carretera que sólo se inició para poder trasladar el monolito, pero luego quedó en el olvido. Nada se cumplió.
El arrebato de la piedra de Coatlinchán, como la de Juchitán, generó una ausencia en esos territorios. En esas comunidades, algunos habitantes aún cuentan que esas piezas son un testimonio de su historia, son parte de su memoria colectiva.
El documental Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas, realizado con apoyo del Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes (ECAMAC), abre el debate respecto al cuidado del patrimonio de los pueblos. También plantea preguntas: ¿cómo resguardan los pueblos su propia historia? ¿Esa historia es entendida por los otros, o simplemente la insertan en lógicas ajenas a las comunidades?
Aldo Arellanes, sonidista del documental originario de Cuajinicuilapa, Guerrero, recuerda que durante los cerca de cinco años que tardó la realización, en el equipo mantuvieron una reflexión y pregunta: “¿Cuántas piezas en los museos son iguales a la historia de Ta’ Cándido? La gente va a un museo, ven piezas y dicen: ‘Qué bonita, son de tal cultura’. Pero no saben si hubo un Ta’ Cándido detrás de esa pieza.”
Un museo para la comunidad
Tres generaciones entrelazan la trama del documental Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas: el estudiante Carlos Daniel Toledo, auténtico excavador que cuando se empeña en buscar piezas, pareciera que brotan de la tierra; las profesoras Edith Guerra y Raquel López, coordinadoras del Museo de la Cultura Zapoteca, y Ta’ Cándido, carpintero que en el pasado se dedicó a elaborar esos grandes baúles que en el Istmo de Tehuantepec obsequian a las mujeres antes de contraer matrimonio. Ellas y ellos coexisten de distinta manera en la Escuela Secundaria Enedino Jiménez, en Juchitán.
La comunidad de la novena sección de Juchitán se encuentra muy cerca a El Saltillo, una zona arqueológica que, de acuerdo con el antropólogo Pedro Guillermo Ramón Celis, en su tesis El proceso de abandono de un asentamiento en el sur del Istmo de Tehuantepec durante el terminal formativo (2010), se convirtió en uno de los mayores asentamientos de la cuenca del Río de los Perros, uno de los afluentes más importantes de la región, durante el periodo clásico.
Las piezas arqueológicas son parte de la cotidianidad de la comunidad. La profesora Edith Guerra recuerda que es común encontrarlas durante la temporada de lluvia, “emergen y la gente las recoge, las guarda, pero nadie se había preocupado por conservarlas. La necesidad obligaba a la gente a vender estas piezas a personas del extranjero, turistas que llegaban y compraban”.
Guerra cuenta que en el año 2014, la escuela secundaria fue seleccionada para iniciar un programa piloto del Plan para la Transformación de la Educación de Oaxaca (PTEO). Se realizaron asambleas para plantear las problemáticas de la escuela. Se destacó su cercanía a El Saltillo, y por lo tanto, la importancia de la creación del Museo de la Cultura Zapoteca. Es así que se presentó el proyecto “Rescate y preservación de la lengua y cultura zapoteca del Istmo de Tehuantepec”. El PTEO posibilitó la creación del Museo de la Cultura Zapoteca en la Escuela Secundaria Enedino Jiménez.
Para hacer del Museo de la Cultura Zapoteca una realidad, se organizaron ventas de dulces y rifas, algunas personas profesoras donaron sus sueldos, padres y madres de familia aportaron mesas de madera y vitrinas. “El proyecto arrancó sin recursos. Teníamos nuestras piezas (arqueológicas) en cajitas de cartón y con el miedo de que nos las robaran”, cuenta en entrevista la profesora Edith Guerra.
En el documental puede verse a estudiantes hacerse cargo del mantenimiento del museo: limpian las piezas y las vitrinas, pintan el espacio. Se mira cómo han hecho suyo el lugar. Las piezas cobran sentido en sus manos, saben de dónde provienen, quiénes las realizaron. Al estudiante Carlos Daniel Toledo, por ejemplo, le gusta construir relatos en torno a las piezas; imagina cómo los antiguos zapotecas trabajaban y moldeaban el barro. El sustraer una piedra que representa la memoria de una comunidad, también niega la posibilidad de generar infinidad de imaginarios posibles.
La casa que guarda y enseña la cultura zapoteca
Cada generación de estudiantes que se integra a la secundaria va donando piezas. En algún momento, cuenta la profesora Edith Guerra, personal del INAH envió un oficio a quienes coordinan el Museo de la Cultura Zapoteca, para advertirles que no debería aceptar más piezas, ya que la acción de abrir y cerrar la carpeta de registro de las piezas resguardadas podía considerarse “una sospecha de despojo”.
La profesora menciona que es imposible no aceptar más piezas, ya que “llegan y de corazón donan las piezas”.
El museo es visitado por estudiantes de distintas escuelas de la región, también se acercan vecinos de la localidad que pasan por el lugar y les llama la atención el letrero que está en la entrada: “Lidxi rapa ne rului’ xquenda binniza’/ Casa que guarda y enseña la cultura zapoteca”.
Los recorridos los hacen los mismos estudiantes, tanto en español como “en la lengua materna, en zapoteco”, relata la profesora.
Un anhelo de las profesoras Edith Guerra y Raquel López es crear un museo etnográfico. Ellas saben que con los esfuerzos que realizan a diario, de alguna manera, están abonando hacia ese proyecto. También insisten en que la piedra encontrada en la década de los sesenta por Ta’ Cándido debe volver a su comunidad.
“Los alumnos se van alejando de sus raíces y es importante fortalecer la identidad… Es importante que conozcamos de dónde venimos… Es importante el rescate y la preservación de nuestro patrimonio”, explica Guerra.
Una información que no regresó
El director del documental, Jorge Ángel Pérez, es originario de San Juan Jaltepec, Yaveo, de la región del Papaloapan, Oaxaca. Muy joven colaboró con la organización Ciarena, donde se brinda acompañamiento y atención psicológica a mujeres indígenas que han sufrido violencia. Desde entonces, supo que la cámara y la radio son también una herramienta política que permiten dar a conocer las problemáticas de los pueblos.
Cuenta que su aprendizaje en el área del documental comenzó en forma empírica, se acercó a tutoriales en internet y a lo que las personas le fueron compartiendo. Así realizó videos y cápsulas de radio en distintas lenguas indígenas.
Como editor, participó en el documental Gente de mar y viento (2013), de la directora Ingrid Eunice Fabián González, que narra la defensa y resistencia del pueblo Álvaro Obregón, en el Istmo de Tehuantepec, ante la invasión de los parques eólicos.
Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas (2024) es su ópera prima. En este trabajo aborda un tema que no deja de afectar a las comunidades originarias: “La extracción de elementos culturales para ser exhibidos en territorios ajenos a sus lugares de origen”.
El monolito encontrado por Ta’ Cándido fue sustraído por personal del INAH con el pretexto de estudiarlo. Al día de hoy, comenta la profesora Edith Guerra, no se tiene información de la piedra. No como se esperaría.
“Hay una información que no regresó. Si hay un chico de secundaria de la comunidad de donde es originaria la pieza, que no tiene certeza de qué es la pieza, qué representa esa pieza, pues entonces estamos hablando de que la información no regresó a la comunidad”, comparte Jorge Ángel Pérez.
Para el director hacer documentales va más allá de la sola exhibición, considera importante el diálogo y trabajo con la comunidad: “Creemos que sí hay que hacer películas y hay que contar historias, pero también hay que regresar algo a la comunidad”.
El documental Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas (2024) llevó a que Ta’ Cándido se reencontrara con la pieza en el Museo Nacional de Antropología. Fue arduo resolver el tema de los permisos para poder grabar dentro del museo, recuerda Jorge Ángel Pérez, se les pedía un cobro, o se les invitaba a grabar un lunes, el día que el lugar permanece cerrado. Por ello,“recurrimos a nuestro origen. Lo que argumentamos fue que somos realizadores zapotecos: ‘Venimos porque queremos filmar parte de nuestra historia que está aquí resguardada. Y viene el señor Ta’ Cándido, que fue quien descubrió esta pieza zapoteca que está aquí’”.
Seis décadas después, Ta’ Cándido y el monolito se reencontraron. Y eso se observa en el documental. Ahí, Ta’ Cándido cuenta que la ve diferente. Y claro, la pieza hoy está sobre una base de cemento que la mantiene erguida entre las vitrinas de la sala dedicada a Oaxaca. No hay ninguna explicación sobre cómo fue su hallazgo.
Ta’ Cándido desea que la piedra vuelva a Juchitán para que las nuevas generaciones la conozcan, pues no basta con que les cuenten el relato de su hallazgo.
Jorge Ángel Pérez cuenta que en los años noventa, un grupo de intelectuales y personas académicas zapotecas exigieron que la pieza fuera devuelta a la comunidad. Como respuesta, el INAH realizó una réplica que se exhibió durante un tiempo en la Casa de la Cultura de Juchitán. Luego el mismo personal del INAH se la llevó. Hoy se encuentra, sin ninguna placa que explique su historia, en las instalaciones del metro Bellas Artes, en el andén dirección Cuatro Caminos en la Ciudad de México.
Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas (2024) se estrenó en el marco de la 19.ª Gira de Documentales Ambulante, que se realizó del 10 de abril al 26 de mayo de 2024. También en noviembre del mismo año, el documental inauguró el Festival de Radio y Cine Comunitario “El lugar que habitamos”, en Oaxaca.
Jorge Ángel Pérez y Aldo Arellanes tratan de asistir a algunas proyecciones. Cuando lo han hecho, han presenciado cómo los asistentes se van reflexivos, un poco impactados por el tema.
Cuando el documental se presentó en la novena sección de Juchitán, el 13 de diciembre de 2024, estudiantes y profesores de la Escuela Secundaria Enedino Jiménez, junto con el equipo realizador, convocaron a la Verbena Pedagógica Cultural, en el Parque Central Benito Juárez de Juchitán. Además de la proyección se realizaron obras de teatro, exposiciones y el tradicional concurso “baile de los viejos”.
El director y el sonidista cuentan que se avivó una memoria que quizá se encontraba apagada, recuerdan que un abuelo se acercó y les dijo: “Yo soy de esa región donde se encontró y yo me acuerdo cuando se encontró, yo era un niño y me acuerdo cuando fui a la casa de la familia a ver la pieza“.
El documental no sólo da cuenta de una memoria colocada en un Museo Nacional, si no también la insistencia de personas como las profesoras Edith Guerra, Raquel López, Carlos Daniel Toledo y quienes en la secundaria mantienen viva la memoria de Ta’ Cándido.
Para Jorge Ángel es importante que las instituciones se replanteen la forma en cómo se resguarda la historia. Deben entender que si hay una diversidad de pueblos, también hay una diversidad de maneras de resguardar la historia: “Las instituciones del Estado mexicano tienen que acercarse a los pueblos, escucharles y desde ahí construir nuevas formas de resguardar la memoria”.
Binnigula’sa’: los antiguos zapotecas (2024) se seguirá proyectando, como parte de la Gira de Documentales Ambulante Más Allá, hasta el 16 de noviembre en más de 70 sedes del país.
*Este trabajo fue realizado sin fines de lucro para la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) de la Coordinación de Difusión Cultural UNAM, y publicado originalmente en la plataforma Corriente Alterna. Queda prohibida su reproducción total o parcial sin autorización previa de la UIP. La publicación original la puedes consultar AQUÍ.