Las luces de la ciudad maravillaban una y otra vez a Daniel, el miraba para todos lados y se alegraba de ver el gran pino que habían puesto en el centro de la alameda de su pequeña ciudad.

Por: Edgar Landa Hernández
 

Por un instante soltó la mano de su madre y se fue a parar justo enfrente donde estaba el nacimiento del niño Dios. Sus ojos se engrandecían y sus mejillas se fruncían de una manera sin igual, no lo podía creer, estar frente a ese enorme árbol que anunciaba la llegada del mes de diciembre y sobre todo de la navidad.

No daba crédito a lo que observaba, su miraba quedaba clavada en el pequeño bebé elaborado de yeso y que ejemplificaba al niño Dios.

Mamá, cuestionó Daniel a su progenitora entre arqueando sus diminutas cejas, ¿algún día pondremos el nacimiento en nuestra casa? A mí, y a mis hermanitos nos gustaría tener un árbol como este, grande, donde quepan todos los regalos y poder obsequiarle a toda la familia, anda di que este año si pondremos el arbolito de navidad.

Y quizá también podríamos hacer la cena navideña, no importa que sean solo frijolitos, lo importante es celebrar el nacimiento del niño Jesús.

Doña chenta tan solo alcanzó a mover su cabeza de una forma afirmativa, aunque a Daniel ese tipo de movimientos ya los conocía, ¿para qué seguir preguntando algo que ya sabía?, ¿para qué volver a entablar una plática si la respuesta sería negativa?

Mamá ¿por qué somos pobres? ¿Por qué no podemos ser como las demás familias que siempre ponen sus pinos y adornan sus casas y ponen su nacimiento y hacen cena el dia 24 de diciembre?, ¿por qué nos tocó estar en el lado opuesto? Aun a sus 10 años Daniel se desenvolvía como una gente mayor, doña chenta tan solo alcanzó a decir, "algún dia mijo pondremos nuestro nacimiento y podrás ver el pino en nuestro hogar",

mientras de sus ojos cafés se desprendían las lágrimas por no poder complacer a su vástago. Daniel se emocionó a tal grado que saltó de gusto y de un brinco se apoderó del cuerpo de su madre y se fundieron en un abrazo sin igual.

Y madre e hijo prosiguieron observando las figuras representativas en torno al niño dios. Con una voz suave y llena de ternura Daniel alcanzó a platicarle a su mamá su sueño.

Sabes mamá, estudiaré mucho y cuando trabaje te compraré una casa y tendrás el más grande de los pinos, y alrededor estará nuestro nacimiento y en las ventanas pondremos muchas luces y adornos, y habrá para todos muchos regalos y tu estarás contenta de que yo lo hice con mucho amor para ti.

Doña chenta no supo qué decir, miró de arriba abajo a su pequeño hijo y lo volvió a abrazar de una forma que Daniel no pudo evitar el llanto. Ya repuestos de tan conmovedora escena, doña chenta llevó a su hijo a cenar hot dogs a un puesto que se encontraba en el mismo centro de aquella alameda.

Daniel, te voy a comprar un hot dog y nos vamos a casa, ¡ya es tarde y no tarda en llegar tu padre!, y nos llevaremos otros dos para tus hermanitos que ya han de estar que se mueren de hambre.

Daniel rápidamente preguntó, ¿y no me comprarás un refresco mamá, me voy a ahogar si no tengo con qué bajarlo?, ¡Ay Daniel!, apuras penas me alcanza para que comas tú y tus hermanitos.

Daniel ya no dijo nada, sabía de antemano que el dinero que ganaba su padre como albañil no alcanzaba del todo para poder satisfacer las necesidades de aquel pequeño hogar.

Una vez que terminaron de cenar continuaron con su peregrinar hasta encontrar la parada del camión que los habría de llevar nuevamente a su humilde morada.

Ya eran casi las 9 de la noche hasta que descendieron de aquel armatoste lleno de polvo, pero que gracias a él los había llevado sano y salvo hasta su casa.

Ya los estaba esperando don Romualdo, el papá de Daniel, ¿Pues donde andaban chenta?, ya me habían asustado al ver que no llegaban, ya los niños tienen hambre y pues no hay nada de comer, ¡ay Romualdo! ya llegamos tranquilízate y vámonos para la casa.

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