En una hermosa novela de A. S. Byatt, The Children’s Book, he ido encontrando incontables cuadros, escenas, personajes, voces y descripciones de la Bella Época. En México, identificamos esos años con el boato aristocrático del régimen de Porfirio Díaz; lujos que contrastaban con el estado general de miseria en prácticamente todo el país. En Europa, esa ilusión iridiscente se hizo pedazos con el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial en 1914; fue éste el mismo año en que en nuestro país se libró la Batalla de Zacatecas, ocurrió la invasión norteamericana a Veracruz y nacieron (en ese orden) Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas.

En el libro de A. S. Byatt vemos esa época en Alemania, Inglaterra y Francia. Son los años finales del siglo XIX e iniciales del siglo XX; los avances técnicos que suelen cifrarse en la expresión “revolución industrial” producían asombro y parecían encerrar una promesa: la de una sociedad mejor y más justa. En 1901 murió la reina Victoria de Inglaterra, y se canceló una época a la que aquella monarca le dio un nombre que ha perdurado: el victorianismo. Entre nosotros, decir “porfiriano” o “porfirista” (no son lo mismo) significa mucho, también. Esos dos gobernantes representan el mundo que se fue, “el mundo de ayer”, la frase con la que Stefan Zweig tituló un hermoso libro de evocaciones que tanto le gustaba a Carlos Fuentes. Ese mundo de ayer se extinguió en las trincheras del pavoroso cuatrenio de la Gran Guerra.

Esos cuatro años concluyeron hace un siglo con un tenso armisticio. La Paz de Versalles atizó el complicado nacionalismo alemán y enconó el resentimiento de los derrotados; de ambas cosas se aprovechó y se benefició el nazismo. Lo que siguió fue la ardua preparación para la siguiente guerra mundial.

En 2014 celebramos a los tres grandes autores mexicanos que he evocado líneas arriba; también hubo recuerdos y una que otra evocación de la Primera Guerra. Ahora, en 2018, nos toca recordar o conmemorar el centenario del final de esa contienda.

La novela de A. S. Byatt me ha hecho releer algunas páginas de la gran historiadora Barbara Tuchman sobre la Gran Guerra. La novelista inglesa y la historiadora norteamericana están unidas en el conocimiento de aquellos años extraños de hace poco más de un siglo. Las herramientas de ambas pueden parecer diferentes pero no lo son tanto; recuerdo aquella imagen de E. M. Forster para describir la novela como un valle flanqueado por las cordilleras de la Poesía y la Historia. Byatt y Tuchman son dos grandes escritoras y sus libros me acompañan siempre en la memoria y en el corazón.

La Primera Guerra concluyó hace 100 años. Con ese final ensangrentado, colmado de amargas desilusiones y una sensación de triunfo que apenas mitigó el dolor por el sacrificio de una generación de jóvenes europeos, finalizó la Bella Época. Otro tiempo comenzó: el nuestro.

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