Enrique Peña Nieto nunca hubiera querido meter a la cárcel a Elba Esther Gordillo. Al inicio de su mandato como presidente, el día que giró la instrucción de que se armara un caso contra ella, lo hizo porque consideró que había desafiado a la institución presidencial y al Estado mexicano, al oponerse a la reforma educativa. Así se lo hizo saber a varios de sus colaboradores.

A toda velocidad, la PGR de Jesús Murillo Karam y Hacienda de Luis Videgaray armaron el expediente y a los pocos días la detuvieron a bordo de su avión privado en el aeropuerto de Toluca.

 

Ese día, los cercanos a Peña Nieto en Los Pinos estaban de inmejorable ánimo. Se quisieron abrazar y festejar, pero su jefe, el presidente, los paró en seco: les dijo que él no hubiera querido encarcelarla, que había sido su amiga, que conocía a su familia y que por tanto, no era un día de fiesta para el gobierno. Se quedaron congelados… pero felices: el golpe se dio y éste mandaba una señal de fuerza a las élites del poder en México.
 

La reforma educativa se aprobó. El arranque de su implementación contó con el total apoyo del sucesor de Gordillo al frente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Juan Díaz de la Torre. La operación política oficial gozó de la irrestricta colaboración de Luis Castro, quien manejó desde entonces el partido político de Elba Esther, el Nueva Alianza (Panal). Y a ella, quizá en gratitud por los viejos tiempos, la tuvieron sólo unos días en la cárcel: prácticamente todos estos años se los pasó en un sencillo pero cómodo cuarto del hospital adyacente al reclusorio y luego en una clínica privada. No podía salir pero sí caminar por los pasillos, platicar con médicos y pacientes, recibir a quien quisiera como visita, etcétera.
 

En la primera mitad de este año, Elba Esther Gordillo estuvo a punto de obtener la ansiada prisión domiciliaria. Su liberación contaba con el visto bueno del gobierno federal. Pero como en los inicios del sexenio cuando de pronto endureció el tono contra el presidente Peña por la reforma educativa, parecía que calculaba mal de nuevo: en mayo, su yerno y operador político, Fernando González, apareció en un mitin de Morena, apoyando a Delfina Gómez para la gubernatura del Estado de México.
 

En Los Pinos se leyó como un desafío al presidente, volcado a la campaña de Alfredo Del Mazo para ese mismo cargo. Y todo se frenó.
 

Siete meses después, Elba Esther ya duerme en su casa. El Partido Nueva Alianza firmó su coalición con el PRI por la Presidencia en el 2018 y de inmediato la PGR bajó los brazos en el caso judicial contra ella.
 

Y en casa, tal y como ella la preparó para cuando lograra volver, podrá seguir gozando de sus millones de dólares, de sus excéntricos lujos, de la inmensa fortuna que amasó alineada con el poder, sustrayendo de las austeras mesas de los maestros mexicanos,  volviéndose ícono de la corrupción que ahora que están en campaña dicen que quieren combatir. 

 

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