José Vasconcelos asumió la rectoría de la Universidad el 4 de junio de 1920 con la absoluta convicción de modificar de raíz el proyecto educativo que durante la Revolución y el mandato de Venustiano Carranza había hecho de la instrucción un privilegio de clase. Así lo expresó en su discurso de toma de posesión: “La más estupenda de las ignorancias ha pasado por aquí asolando y destruyendo, corrompiendo y deformando”. Desde su punto de vista, la estolidez carrancista convirtió el cargo de rector en un simple nombramiento decorativo.

Su principal preocupación era la de crear un ministerio central de educación con jurisdicción federal que se encargara de coordinar las políticas educativas propuestas por el gobierno, mismas que deberían ser esencialmente populares. Claude Fell pondera este esfuerzo vasconcelista, toda vez que su cumplimiento requería, en tiempos de rotunda inestabilidad, “de gestiones de orden constitucional, jurídico y parlamentario, con el propósito de edificar y de hacer que sean ratificadas nuevas estructuras administrativas”.

Según Vasconcelos, su enemigo a vencer para lograr la reconstrucción de una cultura nacional era el exotismo, al que consideraba un vicio mercantil solapado por la industria turística. Desde que inició su gestión exhortó a los universitarios a que se concientizaran de su ser social y aportaran soluciones a los dilemas que enfrentaba el país, y extendió su requerimiento a intelectuales y artistas, a quienes logró conciliar y vincular institucionalmente.

Pese a sus diferencias con el comunismo, al que reducía a una ideología rapaz y acéfala que fundamentaba su éxito en la disolución de propiedad privada como ardid propagandístico, sus primeras perspectivas hacia la socialización de la enseñanza fueron muy similares a las que emprendieron los bolcheviques de la mano de Anatoli Lunacharski.

Teniendo como base el modelo soviético, Vasconcelos propuso la creación de la Secretaría de Educación Pública, a través de la cual transformó la instrucción en todo el territorio nacional. Siendo el primer secretario le correspondió la misión de sentar las bases de trabajo. En el tercer volumen de sus memorias, El desastre, reconoció que siguió las pautas marcadas por Lunacharski y añadió: “Mi plan estableció un Ministerio con atribuciones en todo el país y dividido para su funcionamiento en tres grandes departamentos que abarcaran todos los institutos de cultura; a saber: escuelas, bibliotecas y bellas artes. Bajo el rubro de Escuelas se comprende toda la enseñanza científica y técnica en sus distintas ramas, tanto teóricas como prácticas. La creación de un Departamento especial de Bibliotecas era una necesidad permanente, porque el país vive sin servicios de lectura y sólo el Estado puede crearlos y mantenerlos como un complemento de la escuela: la escuela del adulto y también la del joven que puede inscribirse en la secundaria y la profesional. El Departamento de Bellas Artes tomó a su cargo, partiendo de la enseñanza del canto, el dibujo y la gimnasia, todos los institutos de cultura artística superior”.

Inspirado también por las ideas de Máximo Gorki, amigo y colaborador de Lunacharski, Vasconcelos propuso que se editaran obras clásicas de la literatura universal: “Humildemente confieso de dónde tomé el ejemplo de estas ediciones, que constituyen, entre tantas cosas ilustres que produjo la Secretaría de Educación de mi época, lo que más me ufana y regodea”. Entre los títulos escogidos figuraron La Ilíada y La Odisea, tragedias de Eurípides y Esquilo, los Diálogos de Platón, las Vidas paralelas de Plutarco, La Divina Comedia, y el Fausto, de Goethe.

Vasconcelos encabezó quizás el periodo más exitoso en materia de gestiones educativas que ha visto nuestro país. Aun cuando sus inclinaciones políticas eran radicalmente opuestas a las practicadas en Rusia, la estrategia que siguió para modificar el anquilosado magisterio mexicano revela una de las semejanzas entre la Revolución de Octubre y la vivida en México.

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