La miniserie Chernobyl narra, con una lucidez pasmosa, las consecuencias del desastre nuclear más importante de la historia. Su desarrollo narrativo enfatiza las consecuencias del accidente a nivel humano y político, al tiempo que desenmascara los vicios más descarnados de la burocracia soviética, los cuales son traducidos en su indiferencia a las víctimas y la voluntad de fabricar responsables.

En el ánimo de construir una crónica verosímil, los productores tomaron como fuente el libro Voces de Chernobyl, de Svetlana Alexievich, el cual constituye un documento coral imprescindible para la comprensión del siglo XX y las consecuencias del culto a la razón instrumental.

Uno de los relatos más conmovedores entre los que recopiló Alexievich fue el que tiene como protagonistas al bombero Vasili Ignatenko y a su esposa Ludmila, quienes también están representados en la adaptación de HBO. Su historia es trágica e ilustrativa: Vasili acude a un llamado luego de la explosión en la planta nuclear y queda expuesto a niveles mortales de radiación.

Ludmila recuerda que ese mismo día le notificaron que su marido había sido ingresado en un hospital. Lo más desconcertante para ella fue saber que no había sido alcanzado por una llamarada ni herido por la caída de escombros, estaba en presencia de un enemigo mortal e invisible. Ella estaba en el sexto mes de embarazo, sin embargo, hizo cuanto estuvo en sus manos por reunirse con él.

Los primeros indicios de la gravedad del accidente se reflejaron en la llegada a la ciudad de mandos militares. Después comenzó el desalojo masivo, aunque muchos pobladores creyeron que el gobierno central había organizado un festejo campestre en la víspera del primero de mayo. Mientras tanto, Ludmila se enteró circunstancialmente que su esposo sería trasladado a Moscú.

La clase política pretendía esconder la gravedad de la catástrofe nuclear, por lo que resguardaron a los bomberos afectados sin notificar a sus familiares. Pese a ello, Ludmila luchó para acompañar a Vasili en su enfermedad, incluso consiguió que la instalaran en un hotel para residentes médicos de la clínica de radiología de Moscú. Cuando se entrevistó con Alexievich, le confesó: “Entonces me encontré con mucha gente buena, no los recuerdo a todos. El mundo se redujo a un solo punto... Se achicó... Era Él... Sólo Él... Recuerdo a una auxiliar ya mayor, que me preparaba: ¡Algunas enfermedades no se curan! ¡Debes sentarte junto a él y acariciarle la mano!”.

También le describió la vertiginosa transformación que experimentó Vasili: “Empezó a cambiar. Cada día me encontraba con una persona diferente. Las quemaduras salían [...], aparecían en la boca, en la lengua, en las mejillas. Primero eran pequeñas llagas, pero luego fueron creciendo. Las mucosas se caían a capas […]. El color de la cara, el color del cuerpo, azul, luego rojo, al final de un gris pardo”.

Durante ese periodo de agonía, Ludmila recibió advertencias por parte del personal hospitalario: “No debe usted olvidar que lo que tiene delante ya no es su marido, un ser querido, sino un elemento radiactivo con un gran poder de contaminación. No sea usted suicida. ¡Recobre la sensatez!”.

La conclusión de su historia es desgarradora. Además de la muerte de su esposo que llegaría apenas unas semanas después del siniestro, tuvo que lidiar con la de su bebé recién nacida, también afectada por la radiación: “Por su aspecto, parecía un bebé sano. Con sus bracitos, sus piernas... Pero tenía cirrosis de hígado... En su hígado había veintiocho roentgen... Y una lesión congénita del corazón...”.

Ya sea como texto literario o en su vertiente televisiva, testimonios como el de Chernobyl revisten un sentido de denuncia y dignidad imprescindibles para nuestra especie.

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