Como escéptico de Jordan Peele, sentí una enorme satisfacción al ver Nosotros (Us, 2019). No sólo me parece menor a ¡Huye! (Get Out, 2017), sino que carece incluso de una sola imagen formidable como aquella de Daniel Kaluuya sumergido dentro de su propia consciencia. Habrá quien difiera ante el auge de un gif sacado de Nosotros donde la cara de una niña se llena de terror, pero aunque el empleo de los colores tiene cierta originalidad, no me parece suficiente para compensar las muchas carencias de la película. Al contrario, la imagen sola en un filme ilógico, incoherente y abundante en lugares comunes debería afirmar la incredulidad de muchos ante el director. Esto no quiere decir que Peele no tenga talento en absoluto o una identidad estética, pero sí que descreo de su potencial y su estatus como un gran autor contemporáneo.
Desde el comienzo del filme uno percibe la imaginación de Peele: en un televisor se anuncia un comercial de una cadena humana que se realizó en 1986 para combatir la pobreza en Estados Unidos. Se trata de un elemento social que alude al tema de la película: el privilegio y la sublevación de los olvidados. Más adelante vemos a una niña y su familia en un parque de diversiones oscuro, que resultaría sutilmente amenazante de no ser por el carácter torpe y desenfadado del padre. Una distracción de él permite a la niña escaparse a una casa de los espejos donde Peele plantea el muy visto conflicto entre la locura y lo paranormal cuando una niña idéntica se le aparece a la protagonista. ¿Es real la doble o solamente una ilusión en el espejo? La pregunta se diluye cuando, muchos años después, Adelaide (Lupita Nyong’o) regresa al pueblo con su esposo —igual de tarado que su padre— y sus hijos. Una noche una familia idéntica a ellos aparece en su casa, y con ello comienza una historia que parte de lo fantástico pero después resulta tener explicaciones científicas. Cuestionadas sólo un poco, éstas se desmoronan y se descubre un argumento caprichoso que termina minando las ideas de Peele.
No creo que exponga la trama al decir que la familia invasora es una metáfora de los oprimidos en la Tierra —o al menos en la tierra estadounidense—. Mientras que los protagonistas han tenido una vida más o menos normal, sus dobles son sombras que viven las mismas circunstancias pero en un tono sangriento. Por ejemplo, si una Adelaide vivió un parto sano, la otra fue desgarrada sin anestesia. Esto alude a un país donde cierta gente tiene acceso a un sistema de salud de calidad porque puede pagarlo, mientras que los demás son arrojados a su suerte porque la salud universal es considerada un mal comunista. ¿Será por eso que los dobles visten de rojo? En mi opinión no hay elementos que nos ayuden a definirlo. Más bien la decisión parece obedecer al gusto de Peele por los intensos contrastes de color, es decir: otro capricho.
En este sentido hay una escena reveladora que, aunque busca mostrar la influencia de Steven Spielberg, sólo expone la limitada imaginación de Peele y nos explica mucho del fracaso de la película. En una playa, Adelaide y su familia pasan un rato de asoleo junto con sus amigos, los Tyler, un grupo de blancos todavía más idiotas que su esposo. Antes de llegar al punto me gustaría celebrar la subversión de estereotipos de Peele, ya que, si en el horror tradicional el personaje negro es el primero en morir, aquí son otros los condenados; si la novia tonta provoca su propia muerte, aquí el esposo inepto es el que termina siempre ridiculizado. Volviendo al punto, un personaje trae puesta una camiseta de Tiburón (Jaws, 1975) mientras Peele intenta homenajear la hitchcockiana escena de Spielberg en que un niño es devorado, sin embargo el joven director no cuenta con las herramientas formales del viejo, que liga a los personajes poniéndolos en distintos espacios dentro de un cuadro y utiliza el retrozoom en uno de sus ejemplos más memorables. Peele sólo imita el plano-contraplano de Spielberg para generar tensión. Ya ni hablar de los agujeros en la trama que sugerí antes y que prefiero que el espectador cuestione por su cuenta, o del extraño tono que varía entre la masacre y los chistes sobre cultura popular.
En general Jordan Peele es relevante por ser un director afroestadounidense que utiliza el cine de género para exponer temas importantes, pero ni su estética es particularmente original, como la de Spike Lee o Boots Riley —aunque es levemente subversiva en cuanto a roles raciales—, ni sus temas son discutidos con mucha profundidad. Nosotros ejemplifica esto mejor que ¡Huye! y por eso me satisface en la suspicacia que sentí desde aquella primera película. Ojalá la cultura volteara con el mismo aprecio hacia Riley, un verdadero narrador subversivo.