Ahora el sextorsionador tiene un nombre. O un supuesto nombre. Se llama o hace llamar Manuel Barrios Sánchez: como sea, ha sido identificado por su actividad en Facebook. Es de nacionalidad española y presuntamente ha extorsionado a cuando menos 50 mujeres en la Ciudad de México: les solicita cuantiosas sumas de dinero a cambio de no publicar imágenes íntimas que ellas, en momentos de credulidad, necesidad, simples ganas, le han compartido.

Leemos sobre su manera de operar y nos encontramos con que esta persona sedujo a las mujeres, se ganó su confianza, les hizo regalos, incluso las ayudó de alguna forma (por ahí alguien comenta que académicamente) y que, una vez creada una atmósfera de intimidad, obtuvo de ellas material privado (imágenes) para después chantajearlas con hacerlo público a menos que depositaran los montos en su cuenta.

Celebro que las víctimas hayan denunciado a su agresor. Celebro también que las instancias correspondientes, al menos el despacho de abogados al que hacen referencia las noticias sobre este asunto, lo hayan tomado en serio. Celebro también que las autoridades competentes se involucren con este fenómeno que no hace más que crecer y crecer.

Afortunadamente, en este caso nos encontramos con un enemigo público, una suerte de extorsionador en serie que por fin fue identificado y denunciado. Sin duda, la extorsión fue un factor definitivo y que contribuyó a que esta situación cobrara relieve y que, por lo menos, hiciera del chantaje algo evidente y comprobable.

Ojalá esto nos de pie para hablar también del otro tipo de chantajistas que, como Manuel, ocultan sus nombres bajo perfiles apócrifos o de abusadores que quienes viven bajo sus amenazas no se atreven a ya no digamos denunciar sino simplemente a nombrar por miedo a perder algo más que dinero:

sus hijos

su matrimonio

su credibilidad

su trabajo

su reputación

su estabilidad

su dignidad

su vida

Cómo me gustaría empezar un ejercicio en el que, todas –y todos, si los hay-- nos atreviéramos a nombrar a nuestros extorsionadores, más allá del temor y de la vergüenza. Sé, no obstante, que esto no es cosa fácil para todos ni para todas y no se trata de ser irresponsables a propósito de las consecuencias que este tipo de revelación pueda traer consigo.

A quienes quieran y puedan nombrarlos, les invito a que lo hagan. A quienes prefieran no hacerlo, les propongo que comencemos con decir su nombre de pila o sus iniciales. Si incluso eso se antoja comprometedor, ¿qué les parece si describimos algo de ellos? Qué posición ocupan, cuál el lazo familiar, quién los protege, qué les debemos, qué regalos nos hicieron. . .

Insisto: es un gran avance que este tipo de chantajes, como el de Manuel en Facebook, tengan un nombre. Así me pareció también cuando el equipo de Aristegui Noticias reveló cómo el entonces líder Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre operaba una red de prostitución, aun cuando, como ya sabemos, la Procuraduría capitalina decidiera no ejercer acción penal en su contra.

Además de señalar a los ya públicamente señalados --aunque no necesariamente procesados--, podríamos hablar, comenzar a hablar, bosquejar a quienes nos chantajean privada, secreta o anónimamente:

El novio o exnovio enojado

El novio o exnovio ardido

El esposo o exposo

El amante o examante

La esposa del amante

La exesposa del amante

La amante del esposo

La amante del exesposo

La amante del amante

El jefe o exjefe (la jefa o la exjefa)

El colega (la colega)

Denunciar a los chantajistas extraños, sí, pero también identificar a los cercanos, a los que nos tuercen la mano, a los que nos tienen agarrados de donde ya saben porque si nos atrevemos a nombrarlos nos quedaremos en la calle, a los que, cuando se ven amenazados, nos compensan al doble, al triple, como el golpeador que al día siguiente llega con flores, con un juego de lencería, con un televisor.

No importa cuán ingenua me haya visto o qué tamaña chamaqueada me hayan puesto, mi más reciente caso de chantaje sexual (o pornovenganza) me hizo todavía más cercana a este tipo de situaciones. Que conste que digo “cercana” y no “sensible”, pues sensible habría sido de todas maneras: es decir, no se me ocurriría culpar a quien es víctima de algo así. Como es de esperarse, este tipo de noticias genera una controversia inmensa: muchos de los comentarios que hasta ahora he leído debaten entre el abuso del extorsionador y la ingenuidad de las abusadas: que sí fueron ilusas, descuidadas y demás palabrotas. No es que subestime nuestra capacidad de levantar las antenas y autoprotegernos, pero creo que aquí podemos diferenciar y profundizar entre:

  1. la perversidad del extorsionador

  2. la vulnerabilidad, la necesidad, la desesperación, el descuido, etcétera, de las extorsionadas

¿Quién es el infractor, quién actúa con alevosía y ventaja, al margen y oscuramente? ¿Quién invade, exige y amenaza? ¿Quién exhibe y victimiza

Y, por el contrario, ¿quién padece todo ello?

Pongámosle nombre (iniciales, parentesco, relación profesional) a nuestro sextorsionador. Pido mano:

Eshan Char, originario de Sri Lanka. Creó un perfil apócrifo y dijo ser quien no era. Hizo una captura de pantalla de un SnapChat mío. Amenazó con publicarlo en mi cuenta de Facebook a menos de que le enviara un video en que me masturbara, cosa que no hice. A los pocos meses, cumplió su amenaza, desde cuentas apócrifas (un supuesto hombre de Australia, una supuesta mujer de Rumania). Por fortuna reaccioné en el instante, intenté bloquearle todos los accesos, aunque él logró colarse a través de los replies a mis enlaces y comentarios en mi página pública: no me quedó más que borrar sus posts, de uno en uno. En Tumblr mi foto fue retirada (de la página que él había creado) cuatro días después de hecha mi denuncia. Mi sextorsionador desapareció de las redes. Aún conservo sus amenazas en mis chats, aun cuando no hay mucho qué hacer según las leyes en su país.

Algunos de mis amigos y familiares volvieron a ponerme como campeona: que si me lo había buscado, que si no me había bastado con la vez en que un ex novio me había hecho lo mismo, que por qué me gustaba hacer esas cosas (tomarme nudes). . . Otra cosa que noté es que la gente es más empática cuando la situación parece rebasarnos. Me explico: la primera vez que me sucedió se compadecieron un poco porque mi entonces galán había sustraído las fotos de mi computadora y yo no me había dado cuenta. Esta última vez pusieron el grito en el cielo cuando les dije que la foto la había enviado voluntariamente primero porque creí que el tipo era el de los chats (mea culpa) y segundo porque me había gustado cómo me veía en la foto: eso último sí que no me lo terminan de pasar.

Pero, les parezca o no les parezca, enviar fotos por gusto o chantaje, por calentura o amenaza, por delirio o presión, no justifica el mal uso que la otra persona haga de ellas

Denunciemos, nombremos, describamos a nuestro sextorsionador. Trabajemos nuestra omisión, nuestro descuido, nuestra necesidad, pero no nos culpemos ni victimicemos nosotras mismas: ¿qué hicimos que fuera tan grave? ¿Creer en alguien? ¿Tener necesidades? ¿Estar desesperadas? ¿Sentirnos solas? ¿Sentirnos wow? ¿De verdad creen que hay proporción entre una cosa y otra? No la hay, punto.

Ya sabemos que, si le damos más poder a este tipo de poder, más duro nos va a venir a coger. Así que aligerémonos la carga y actuemos en consecuencia: que nuestra culpa, nuestro miedo o nuestra vergüenza no nos impidan hacer lo correcto: denunciar, nombrar, describir, identificar.

¿Quién dijo yo?

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