Mi manera de enamorarme y, sobre todo, de desenamorarme me ha valido diagnósticos pop, de esos que emiten amigos y conocidos a los que les basta echarse de hidalgo un tequila o que se haga el silencio y nos quedemos frente a frente para esperar el ya muy usado y abusado: ‘’Tengo la impresión de... ‘’

Y, en eso, agárrense, a escuchar ya ni siquiera opiniones y consejos sino veredictos y etiquetas, no importa qué tan al vapor, a ojo de buen cubero o de la manga salgan.

En su momento y cuando estaba casada, alguien me dijo que padecía bovarismo, una afectación basada en el personaje de Gustave Flaubert, y caracterizado por idealización del romance y desprecio del matrimonio. ‘’No’’, interrumpió alguien más. ‘’Lo que tiene es el síndrome de Anna Karenina por la añoranza del amor apasionado’’ y no me pareció para nada mala idea y, aunque yo quería el de Cathy Earnshaw, qué viva la literatura y la suscribí al 100.

Cuando me quedé sin matrimonio y sin amor apasionado y me concentré en mis hijos y mi trabajo, me advirtieron de otro mal, mucho más presente en hombres, aunque creciente en mujeres: el miedo al compromiso o el de la indisponibilidad emocional. En cualquier caso, no es que estuviera ocupada o tranquila sino que yo misma me protegía para evitar los riesgos que supone la intimidad. Lo curioso es que cuando por fin conocí a alguien que me movió el tapete y me fui como el borras, me convertí en lo opuesto: me había precipitado en una relación con una persona emocionalmente indispuesta por miedo al compromiso. De ahí, pasé de extra cool a víctima de delirio erotomaníaco o Sindrome de Clérambault (como en la película Me quiere, no me quiere, que protagoniza Audrey Tatou), pasé de Karenina y Bovary a Wendy, en carácter de cuidadora de mi Peter Pan para ‘’compensar un rol maternal dadas las carencias vividas durante mi niñez’’ y más me valía ni rechistar porque de ahí a ser Borderline: sólo un paso. ¿Ejemplos? Me los dieron: Susanna Kaysen en Girl, Interrupted, Nina en Black Swan y, quizá la más temida, Alex Forrest en Fatal Attraction.

¡Ni Dios lo quiera!

Medio exagerados mis amigos, pero igual me preocupé e hice todos los tests que encontré en la red y en algunos libros y, en todos, mi posible BPD (Borderline Personality Disorder) dio positivo. Para colmo, las cosas con mi entonces pareja cada vez se ponían peor por lo que, por sugerencia suya, háganme favor, fui a ver a uno de los psicoanalistas más connotados de esta ciudad.

--Oiga doctor, soy Border.

En pocas palabras, el médico me dijo que lo que menos necesitaba eran etiquetas.

Tómenla, amigos, seudoterapeutas mitoteros.

Recuerdo otra relación, en la que también empezaba a haber broncas y tal cual se lo dije a una de mis amigas. Ella no dijo nada. Sólo me alcanzó un cuestionario de revista sobre la violencia en la pareja: celos, sí; envidia, sí; envío compulsivo de mensajes, sí; uso de chantaje, sí; golpes, aún no, pero no por falta de ganas, quizá uno que otro empujón...14 de 15. Volvió a salir positivo: yo era una novia agresiva, la vida de mi novio peligraba en mis manos, más me valía alejarme... Mi amiga se desconcertó: Se suponía que el violento era él.

La verdad es que, al terminar esas relaciones, también se terminan los celos, las escenas, la desconfianza, los chantajes, los diagnósticos poperos y los mil y un síndromes.

Espero pronto escribir sobre otro acercamiento al BPD: a últimas fechas, todos mis amigos y pretendientes vienen saliendo de relaciones con mujeres Border: ‘’No sabes qué cosa’’, ‘’De miedo la tipa’’, ‘’Se me ponía loca’’. El caso es que las describen como yo puedo describirme a mí en mis días o a mis hijos cuando hacían berrinche de niños o estos cuates cuando pierde su equipo favorito o no les dan el puesto que esperaban o descubren que su pareja los engaña. Hay un estudio muy interesante, titulado Borderline Personality Disorder: Patriarchal Boundaries of Sanity, Self, and Sex, que destaca los criterios y términos tradicionalistas y machistas con que suele describirse a los pacientes y los diagnósticos que se caracterizan por su arbitrariedad, opresión y ambigüedad.

Dudo que en estos tiempos alguien se ofenda si un amigo le sugiere ver un terapeuta. Lo que verdaderamente insulta es cuando el amigo se convierte en terapeuta. . . y diagnostica... y receta.

Google News

Noticias según tus intereses