CRISIS DE LIDERAZGOS

Lo que estamos viviendo hoy es una profunda crisis de liderazgos. Gobernantes débiles y sin representatividad por una parte. Por otra el surgimiento de líderes sociales de gran influencia, pero sin una causa específica de beneficio colectivo hacia donde se canalice su poder de convocatoria, por lo cual son presa de la frivolidad y la banalidad. Una gran capacidad de convocatoria potencializada a través de las redes sociales, pero dispersa y sin contenido. Buscan el aplauso fácil y se  enorgullecen de tener muchos likes.

Es un hecho claro y evidente que el mundo ha cambiado, pero los líderes que tradicionalmente ejercían poder desde un cargo público no se han dado cuenta de ello. Siguen actuando con soberbia,  escuchando a los corifeos que les adulan y a sus colaboradores que les filtran la información para que sigan viviendo en su burbuja de cristal, creyéndose admirados y respetados, mientras la sociedad se burla de ellos.

Los líderes tradicionales, creados a través de la infraestructura del poder político, se han debilitado a partir de que las redes sociales han transferido a los ciudadanos un poder de organización que nunca antes se había dado.

Hasta hace unos pocos años para obtener poder y liderazgo se necesitaba contar con el respaldo de una estructura política o social de tipo partidista, gubernamental, sindical o social. En cambio hoy las redes sociales permiten que quien tenga carisma y simpatía se encumbre en tiempo record por sus propios méritos.

Siempre, a través de toda la historia de la humanidad, el poder se ha heredado. Así nacieron las casas reales que han gobernado en el ámbito de la monarquía. Sin embargo, en la democracia, de forma más discreta también ha sucedido algo parecido. Quien gobierna mueve sus fichas para favorecer a quien debe sucederle en el cargo y sólo cuando sus errores le han debilitado, si en el país en cuestión hay instituciones fuertes e independientes, es cuando el poder pasa de un grupo a otro.

En México quienes tenemos un poco más de edad recordamos la época del  presidencialismo, donde el gobernante en turno ungía a su sucesor y toda la estructura partidista y de gobierno se movía para cumplir con la encomienda presidencial y generar una percepción pública de democracia.

Antes se heredaba el poder y el poder generaba una percepción virtual de liderazgo que se sustentaba en las distancia. Los gobernantes vivían en el olimpo, lejos del ciudadano de a pie, como si fueran semidioses. Desde el olimpo se controlaba todo, incluso la imagen del todopoderoso. Así sus excesos, debilidades e incluso en muchos casos, actos de corrupción, nunca llegaban a ser conocidos públicamente.

Sin embargo, hoy las redes sociales cambiaron el modo en que se ejerce el poder. Crearon un sistema de vigilancia sobre las figuras públicas que los pone en una caja de cristal donde no sólo su vida pública, sino privada, es sometida al escrutinio público.

Cualquier ciudadano con un teléfono con cámara y acceso a las redes Wi Fi puede descubrir algo éticamente cuestionable y generar un escándalo, como sucedió a David Korenfeld, el director de Conagua, quien fue descubierto por un vecino cuando utilizaba el helicóptero de esa institución que dirigía para uso familiar y después de grabar este acto lo subió a redes sociales, lo cual le costó el cargo.

Hoy los enemigos políticos de un gobernante pueden hackear sus cuentas privadas y dar a conocer situaciones comprometedoras, como se dice que sucedió con Hillary Clinton durante la campaña presidencial.

El liderazgo legitima el uso del poder y también la autoridad que se debe derivar del cargo político.

Por ello, hoy, bajo el escrutinio público los gobernantes que abusan del poder para beneficio personal, han perdido credibilidad y con ello la confianza de la sociedad, lo que ha derivado en una crisis de liderazgos. Cuando pierden credibilidad se vuelven vulnerables.

En otros países las redes sociales auguran grandes cambios en la forma de hacer política y guiar a la sociedad. En cambio en México, para beneplácito de nuestros gobernantes, han  surgido los “memes” que se han convertido en un gran distractor social, porque canalizan el enojo ciudadano hacia el escarnio, la burla y despresurizan el descontento de tal forma que ya no pasa nada.

Por eso en México “nunca pasa nada” aunque las evidencias sean del dominio público y lo que en otro país sería una tormenta que cimbra al país, en México se convierte en un temporal que se desvanece al paso de los días hasta que surge el nuevo escándalo.

Los mexicanos nos damos por satisfechos con reenviar “memes” como un gran ejercicio ciudadano, sin darnos cuenta que es un esfuerzo estéril que no conduce a nada. Por ello tenemos el país que merecemos, vulnerable y en gran riesgo. Los memes consumen nuestro enojo.

Sin embargo, no sobra considerar que en el futuro, ante esta nueva cultura del escrutinio público, que en la época de elecciones puede pervertirse de forma tal que se convierte en “campañas negras” o de desprestigio, la reputación y la honorabilidad se convertirán en un decisivo capital político y social para competir por cargos públicos.

Debemos considerar que hemos magnificado el impacto de las campañas de desprestigio.

La verdad es que estas campañas sólo terminan por destruir a quienes son vulnerables por tener un pasado comprometido por corrupción y deshonestidad, pero en contraste fortalecen a quien tiene una reputación sana y prestigiada, pues le victimizan.

Hoy la gente no quiere saber de políticos. Espera que surjan líderes creíbles, transparentes y por tanto con autoridad moral.

Hoy mas que nunca en México necesitamos líderes “de verdad”.

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