La campaña presidencial norteamericana fue atípica, según los formatos tradicionales, pero muy reveladora respecto a lo que cómo serán éstas en el futuro, en este nuevo contexto mediático y de redes sociales.

Primero tenemos que responder a la pregunta que de forma constante se ha estado planteando con inquietud: ¿por qué las encuestas fallaron?.

Primeramente habría que considerar que la gente ha cambiado radicalmente desde el surgimiento de las redes sociales. Hay tal información basura saturando la atención de la gente, que ya prevalece la confusión y con ello cambios de opinión continuos. Por ello la gente ya no se compromete con una opinión y menos aún con una decisión. Mejor se espera al último momento para decidir, pues sabe que de última hora puede surgir algo que le haga cambiar de opinión.

En las campañas de hoy surgen temas que impactan continuamente a la mente pública y lo que ayer era válido, hoy deja de ser importante o cambia de significado.

Las campañas de contraste, desgaste y campañas negras, han contribuido a este sentimiento de expectación que pospone las decisiones hasta el último momento.

Por ello la información que levantaron ayer las encuestas y que era una verdad en ese momento, el día de la elección puede generar una decisión diferente. La inestabilidad de la opinión es  absoluta. Ya no existen opiniones firmes, estables y comprometidas como antes.

Los dirigentes republicanos que al inicio apoyaron a Trump, al final le desconocieron y hoy, viéndolo triunfador, se congratulan de su triunfo. ¿Entonces?.

Si eso sucede con gente ilustrada y profesional de la política, ¿qué podemos decir del elector típico, medianamente o poco informado?.

Ante la falta de argumentos sólidos para tomar una decisión al votar, entonces el sufragio se vuelve frívolo, cambiante, inestable y emocional. Cambia de un día para otro. Por ello el populismo en este ambiente frívolo sí funciona.

Las encuestas son como una radiografía del momento. Nos describen lo que era verdadero cuando se tomó la imagen, pero si todo evoluciona, pueden perder validez mañana.

Definitivamente, con todos sus defectos, en este contexto frívolo de show mediático, quien mejor hizo su trabajo dando gusto y espectáculo a las mayorías, fue Trump. Su carisma, aunque nos pese, fue innegable. Un atentado a la razón y la cordura, pero en eso se convirtieron las campañas electorales hoy: un reality show.

Las campañas las ganan los buenos candidatos, esos que seducen diciendo a la gente lo que quiere escuchar. En contraste, los buenos gobiernos los hacen los funcionarios públicos que hacen lo que saben que es mejor para su comunidad o su país, aunque la gente no esté de acuerdo.

Como referencia, tomemos la campaña entre Richard Nixon  y John F. Kennedy en 1960, la cual marcó el inicio de la política mediática, pues la televisión se dice fue determinante para que un candidato un poco novato, como era el senador por Massachusetts JF Kennedy, ganase por un mínimo margen al todopoderoso vicepresidente R. Nixon.

El primer debate televisado de la historia entre un Richard Nixon que no quiso maquillarse y usó un traje gris, además de un aspecto cansado, fue ganado por un Kennedy radiante, juvenil, que hasta se bronceó para proyectar mejor su imagen. Su sonrisa espontánea fue determinante.

El carisma de Kennedy se dice fue potenciado por la pantalla televisiva. El 49.72% de los votos directos del electorado, a favor de de JFK se impusieron al 49.55% de RN.

A partir de ahí la TV se  volvió determinante, pues permitía potenciar  el carisma del candidato.

Hoy, a 56 años de distancia de esa campaña, los paradigmas electorales dieron un nuevo giro. Televisión, redes sociales y un populismo exacerbado.

Todo mundo se sorprende que las encuestas hubiesen fallado pues daban un triunfo cómodo a Hillary. Sin embargo, queda claro que hoy la decisión del voto es tan inestable como el humor con que el día de la elección amanece el ciudadano.

Primeramente debemos reconocer que el “voto razonado”, si alguna vez existió, hoy simplemente o es una leyenda o un mito, con todo y que esta elección se dio en un país social y económicamente evolucionado y con liderazgo en prácticas democráticas.

El carisma de Trump fue más poderoso para seducir el voto, que los agravios que infringió a muchos sectores sociales. Todo le fue perdonado. Quienes le retiraron su apoyo cuando lo creyeron débil, aún siendo de su mismo partido, hoy se sienten orgullosos del triunfo republicano.

Su racismo y su misoginia, o sea menosprecio por el género femenino, se le perdonaron.

Podemos decir que la frivolidad, la manipulación emocional nos anuncian la llegada del populismo, entendido desde nuestro contexto, como “pan y circo”.

Pareció esta campaña una extensión de las peleas de lucha libre de la televisión norteamericana, la WWE, donde antes de enfrentarse cuerpo a cuerpo, los contendientes vociferan y se insultan y con ello encienden la pasión de un público villamelón.

Lo que nos deja claro este nuevo formato de campaña electoral, es que para el 2018 en México, si los políticos no toman en serio el descrédito que hoy prevalece, principalmente por corrupción y cinismo, entonces el populismo será el vencedor.

Si sigue la simulación en el combate de la corrupción, pues no sólo Javier Duarte y Guillermo Padrés son los únicos gobernadores señalados, sino una amplia lista de ellos que dejaron quebradas las finanzas de sus estados y tienen acusaciones de proteger a la delincuencia y sin embargo, se percibe que están siendo  arropados desde lo más alto de los partidos y del gobierno.

Si los mismos partidos no hacen una depuración en serio y se desentienden de los corruptos, con toda seguridad la próxima elección presidencial la ganará el populismo.

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