-¿Y si nos casamos?

Apenas terminé de escuchar su pregunta se me subieron los colores al rostro y me quedé muda. Pero mi respuesta –y sé que mi cara se lo decía-, en definitiva era un rotundo no. Y es que la situación era obvia, ¿quién se casa a los 23?

A partir de entonces la maldición gitana cayó sobre mí; los comentarios y propuestas me llovieron como Golfo de México en época de huracán. De repente -así de un día para otro-, mis redes sociales se inundaron de fotografías plagadas de mujeres en vestido blanco y hombres trajeados. Creo que hubo una temporada de mi vida en la que el único tipo de fiesta al que asistía tenía que ver con novias: si no era la despedida de soltera o la reunión para contarnos cómo fue la pedida de mano, era la boda así en vivo y a todo color.

Y por si fuera poco, unos seis meses después de cada boda me tocaba conocer al primogénito del nuevo matrimonio. (¡Porque claro, a los papás les encanta fotografiar el ultrasonido de su feto para postearlo en toda red social habida y por haber! ¡Insensibles!) Todo mientras yo seguía –como me decía la abuela- “dormida en mis laureles” (aunque igual no es como que hubiera querido despertar…)

Yo era de las chicas que planeaban vivir en casa de sus padres unos dos (o tres, o cuatro, o cinco…) años más en lo que conseguía el préstamo para sacar un departamento de soltera. Resulta que los millennials -entre otras monerías-, se caracterizan por vivir más tiempo en casa de sus padres que generaciones anteriores. Y aunque odio el término “millennial” y ser parte de ese “grupito”, en ese aspecto no me iba nada mal el saco.

Mi familia quedó sorprendida cuando les conté que mi novio me había propuesto matrimonio. No era emoción ni alegría, era mero desconcierto. ¿Pero por qué le dijiste que no? ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Pero qué planeas hacer con tu vida, entonces? ¿Y si te quedas de solterona? Mis tías se reunieron como hormigas a mi alrededor para hacerme sentar cabeza ante la adversidad.

¡Caray, la edad promedio en la que se casan alrededor del mundo es a los 30! Tenía 23, mis aspiraciones eran viajar, comprar mi propia casa, tener un auto, salir con amigos, conocer chicos. Tener sexo. ¡Sí! Porque esta generación también tiene más relaciones premaritales que ninguna otra.

Lo que menos quería entonces era compromisos con un tipo que a lo mejor ni era el que quería. Llevaba saliendo año y medio con él cuando me propuso matrimonio. ¡Cómo no iba a salir corriendo!

-En la salud y en la enfermedad, Conchita. En la salud y en la enfermedad. –Repetía una señora levantando el dedo índice. Charlaba con otra mujer de edad avanzada que se quejaba en el transporte público porque su marido no se hacía cargo de las cuentas ni la renta. Mi mejor amiga me pidió ser dama de honor en su boda y usar un horrible vestido color mamey. Mi abuela se quejaba de mí todo el tiempo, mi padre sugería –a modo de broma pero con la verdad entre dientes-, que muy pronto tendría que hacer los papelitos para la “rifa”. Y yo sólo contaba dinero para pagar la maestría en diseño industrial que deseaba.

A los 23 no me quería casar. En México hay 9% menos bodas que en la década de los 90´s. Nuestra generación no´ mas no quiere salir.

A los 23 no me quería casar. ¡Pero qué tal a los 24! Un año después descubrí los placeres de ser llamada la mujer de fulano. Le hice caso a la abuela y a mi tía Virginia. Menos de un año después el mismo chico volvió a pedir mi mano.



Todavía recuerdo la sensación de no sé qué que sentí al escuchar al sacerdote diciendo: Y lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.


Frida Sánchez, Comunicación y Periodismo FES Aragón, UNAM

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Ilustrador: Mauricio Delgado. 
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