El espacio social donde se construyen identidades individuales y colectivas, también es escenario de la construcción de violencia. Una organización social será o no violenta, en la medida en que se construya una intención de anteponer la fuerza, para generar un daño o amenazar a otro o a uno mismo con la plena voluntad de así hacerlo. De esta manera podemos entender que la función de las sociedades es germinar violencia y reproducirla; o no.

En el contexto de la globalización, donde influyen una amplia variedad de factores, se puede entender a la violencia desde dos enfoques: el primero tiene que ver con la construcción de miedo en su estructura; por ejemplo, explica Jean Baudrillard desde un enfoque construido a partir de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, E.E.U.U, que:

La violencia de lo mundial pasa también por la arquitectura, y entonces la respuesta violenta a esta globalización pasa también por la destrucción de esa arquitectura. En términos de drama colectivo, se podría decir que el miedo para las cuatro mil víctimas de morir en esas torres es inseparable del miedo a vivir en ellas –el miedo de vivir y de trabajar en esos sarcófagos de betún y de acero” (Baudrillard, 2005: 13).

Dicha explicación sirve para aclarar que la violencia no es sólo estructural y material, sino también simbólica, lo que le da un alcance más amplio para causar repercusiones en entramados tan complejos como cualquier tipo de sociedad que pueda configurarse a partir de un hecho tan simple o tan catastrófico como lo fue el acontecimiento terrorista mencionado.

Se ha dicho que los sucesos del 11 de septiembre constituían un retorno forzoso de lo real en un mundo devenido virtual, con una suerte de nostalgia por los buenos viejos valores de lo real y de la historia incluso violenta, pero no se trata de eso. No estamos tanto ante la irrupción de lo real. Más bien tenemos que hablar de la violencia simbólica descripta por lo que yo llamaría el intercambio imposible de la muerte. (Baudrillard, 2005: 13).

A pesar de lo antes explicado, hay que dejar claro que el terror no es violencia. La explicación a partir del mismo Baudrillard dice que no es una violencia real, determinada, histórica, aquella que tiene una causa y un fin. En ese sentido el terror no posee un fin, es un fenómeno extremo, es decir, que está más allá de su finalidad, de alguna manera: es más violento que la violencia. Por ejemplo, la violencia puede regenerar un sistema, una sociedad, una comunidad, toda vez que ésta tenga su sentido, aquella que se transforma en una violencia simbólica, aquella que tiene un fin. “Sólo amenaza realmente al sistema la violencia simbólica, aquella que no tiene sentido y no conlleva ninguna alternativa ideológica. Ahora, el terrorismo no implica, evidentemente, ninguna alternativa ideológica o política. Es en este punto precisamente que construye acontecimiento, y que es objeto de un júbilo particular: en el pasaje al acto simbólico, disfrute que no encontramos jamás en lo real o en el orden real de las cosas” (Baudrillard, 2005: 21).

El segundo de los enfoques plantea a la violencia como un proceso vinculado con el encuentro de identidades (colectivas e individuales). Para explicar esta postura, es imperante ver a la política de la civilidad como una resistencia colectiva ante la violencia, sobre todo aquella que tiene que ver con el exterminio, aquella que “no adop­te la forma de un orden estatal, de una ‘contraviolencia’ institucional, sino de una actividad experimental de los individuos, de los grupos pe­queños, y hasta de las propias ‘masas' y, así, intente superar la aporía de la ciudadanía meramente nacional o desplegar su ‘astucia’ con su di­mensión comunitaria” (Balibar, 2005: 13).

A partir de los dos enfoques explicados, sería irresponsable afirmar que uno predomina sobre el otro, sin percatarse de que en la vida cotidiana confluyen ambos en la configuración de lo que los individuos observan, practican y viven como violencia. Pues ésta se encuentra añadida ya a las relaciones sociales tal como lo delinea Étienne Balibar “por todos los medios, de los más ostentosos a los más invisibles, de los más econó­micos a los que implican mayores costos en vidas humanas, de los más cotidianos a los más excepcionales” (2005: 34-35).

En este sentido es desdeñable como se han generalizado los hechos de violencia que en una variedad de ocasiones no tienen un blanco concreto en las sociedades, y que se generan a partir de cualquiera de los dos enfoques explicados. Algunos autores proponen que es responsabilidad de las instituciones “reducir, sin suprimir la multiplicidad, complejidad y conflictualidad de las identificaciones y las pertenencias, según el caso, median­te la aplicación de una violencia preventiva, o de una contraviolencia organizada, ‘simbólica’ y material, corporal”. Afirma Balibar que por ello no hay sociedad o sociedad viable y soportable, sin instituciones y contra-instituciones; con las opresiones que legitiman y las revueltas que inducen.

Sin embargo, la responsabilidad no es conveniente pensarla a partir de un solo componente, sino del conjunto de actores que confluyen en una sociedad, pues como ya se dijo la violencia es germinada en lo social, siendo ésta en su conjunto capaz de prevenir y combatir este fenómeno desde su raíz.

El bosquejo de lo qué es y puede significar hoy la violencia se conjuga también con lo que puede ser y los alcances que ésta tiene. Es un tema que preocupa y se ve reflejado en la arena de los defensores de la justicia y los derechos humanos, en expertos que investigan sus implicaciones como psicólogos, criminalistas, sociólogos, antropólogos, comunicólogos, lingüistas, entre otros.

Mucho se ha discutido sobre si la violencia es algo innato o adquirido, si es el resultado de conflictos interiores o exteriores, y si es posible controlarla, erradicarla, o eliminarla totalmente. “El hecho de que la violencia tenga muchas caras, se revela en la necesidad que muchas veces tenemos de utilizar adjetivos para clasificarla: física, psicológica, social, política, militar, cultural, de género, domestica, patológica, estructural, simbólica, etc.” (Muñoz y López, 2012: 247). Cada una de estas clases de violencia es diferente en cuanto a sus causas, raíces y consecuencias.

Lo que es claro es que la violencia es engendrada por los hombres de forma natural y social, sin embargo lo que lo diferencia de otras especies es que tenemos la capacidad de racionalizar y no justificar actos de violencia en la sociedad moderna; quizá ese es el valor más importante que podemos atribuirle a dicho fenómeno, y en la medida en que se conozca y estudie, será la medida en la que se encuentren alternativas para generar prácticas que traigan consigo bienes para relacionarse con el otro. ¿Qué opinan?

Bibliografía

  1. ARTEAGA, Botello Nelson (2010), Violencia y el estado de globalización, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
  1. BALIBAR, Étienne (2005), Violencias, identidades y civilidad, Barcelona, Gedisa.
  2. BAUDRILLARD, Jean “La violencia de lo mundial” en Baudrillard, Jean y Morin, Edgar (2005) La violencia del mundo, Buenos Aires, Libros del Zorzal.
  3. BOBBIO, Norberto y Nicola MATTEUCCI (1986), Diccionario de Política, México, Siglo XXI.
  4. BLEICHMAR, Silvia (2008), Violencia social-Violencia Escolar, Buenos Aires, Noveduc.
  5. CARRIÓN, Fernando, “Gobiernos locales, desigualdad social y violencia”, en Guillén Tonatiuh y Ziccardi Alicia (2009), La acción social del gobierno local. Pobreza urbana, programas sociales y participación ciudadana, Red de Investigadores en Gobiernos Locales-Colegio de la Frontera norte-Universidad Nacional Autónoma de México.
  6. CORSI, Jorge (2004), Violencia Familiar. Una mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social, Buenos Aires, Paidós.
  7. MUÑOZ, Francisco, y López, Martínez, Mario (2012), Manual de Paz y Conflictos, Granada, Universidad de Granada.

  8. Vania Pérez

    Investigadora Observatorio Nacional Ciudadano

    @vaniadelbien @obsnalciudadano

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