El quinto capítulo de Amoris Laetitia considera la fecundidad propia del matrimonio como un horizonte de amor que se dilata, llegando a los hijos, a la familia entendida en sentido más extenso y a la misma sociedad. “El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal no se agota dentro de la pareja” (n. 165).

Una primera mirada se dirige no sólo a la generación de la vida nueva, sino también a su acogida, incluso superando condiciones de dificultad, con lo cual se manifiesta la primacía de la vida como don. “El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y a mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que se les ha confiado” (n. 166). Después de ello, reconoce que “las familias numerosas son una alegría para la Iglesia” (n. 167).

El documento se detiene con atención al embarazo, como una etapa peculiar de amor. “El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso… La maternidad surge de una particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora sirve a la concepción y a la generación del ser humano” (n. 168), por lo que debe ser adecuadamente tutelado (cf. nn. 168-171).

También describe las funciones especiales que se esperan del padre y la madre en el crecimiento de los hijos. “Todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa”, de modo que “si por alguna razón inevitable falta uno de los dos, es importante buscar algún modo de compensarlo” (n. 172). Se destaca el papel de las madres como fuerte antídoto “ante la difusión del individualismo egoísta” (n. 174) y la figura paterna como la que “ayuda a percibir los límites de la realidad, y se caracteriza más por la orientación, por la salida hacia el mundo más amplio y desafiante” (n. 175). Reconociendo que “hay roles y tareas flexibles, que se adaptan a las circunstancias concretas de cada familia”, afirma también que “la presencia clara y bien definida de las dos figuras, masculina y femenina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño” (n. 175).

Más allá del seno familiar, el Papa Francisco valora como expresión de la fecundidad la capacidad de adopción (cf. nn. 178-180) y el servicio que se puede prestar a través de la solidaridad social de las familias (cf. nn. 181-184). “Los matrimonios cristianos pintan el gris del espacio público llenándolo del color de la fraternidad, de la sensibilidad social, de la defensa de los frágiles, de la fe luminosa, de la esperanza activa. Su fecundidad se amplía y se traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad” (n. 184). Esto lo confirma con una breve reflexión sobre las repercusiones sociales de la participación eucarística (cf. nn. 185-186).

Finalmente, el capítulo vislumbra la “vida de la familia grande”, mirando a “los padres, los tíos, los primos, e incluso los vecinos” (n. 187). Aporta una hermosa reflexión sobre el saber ser hijos, tanto honrando a los padres como madurando de cara a ellos (cf. nn. 188-190). Subraya enseguida el deber de proteger a los ancianos y de recibir de ellos la sabiduría de las generaciones pasadas, condición indispensable desde la memoria para asegurar un auténtico futuro (cf. nn. 191-193). Destaca la familia como escuela de fraternidad y, por lo tanto, de convivencia humana (cf. 194-195), y termina por plantear el horizonte de un corazón grande e integrador, alcanzando a los amigos, a los miembros más débiles, incluso moralmente, y a los parientes políticos (cf. nn. 196-198).

La fuerza expansiva e integradora del amor que el Papa reconoce a la familia no puede olvidar que deriva, en última instancia, de una vocación de gracia, en la que Dios no deja de asistirla. También en ella el amor de Dios se extiende, alcanzándonos desde su propia fecundidad insuperable.

Foto: Louis Léopold Boilly, Leyendo el Boletín de la Gran Armada

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