Es año de elecciones presidenciales en Estados Unidos y, por segunda ocasión, Hillary Clinton se encuentra contendiendo por la candidatura del partido demócrata. Ahora compite contra Bernie Sanders, un candidato blanco que se presenta como un socialista, preocupado no solo por las desigualdades económicas, sino por las raciales también. La contienda me parece sumamente interesante porque obliga a realizar distinciones que son clave para los feminismos: ¿«ser feminista» implica votar por una mujer solo porque es mujer? ¿Importa analizar, desde una óptica feminista, las políticas que un candidato o candidata han respaldado o empujado? ¿Cómo saber qué políticas son feministas? Veamos.

Para mí, una preocupación básica de los feminismos (sigo sin conocer uno que no caiga en este supuesto) es luchar porque no existan barreras que limiten a las mujeres en razón de su género. ¿Qué quiere decir esto? Aplicado a la contienda presidencial: que si Hillary Clinton no va a ganar, no sea porque es mujer. Que si Hillary Clinton va a ser criticada, no sea por razones que tengan que ver con su género. ( pueden leer muchos ejemplos de qué quiere decir esto de «criticar» a Hillary de manera sexista.)

Entendida así, esta preocupación feminista no distingue entre mujeres: seas Republicana o Demócrata, seas panista o perredista, seas católica o atea, seas liberal o conservadora, seas lo que sea, el feminismo va a trabajar porque el mundo no te descalifique, no te limite, no te juzgue o no te maltrate por tu género. Ojo: no es que te den un trato especial por ser mujer; es, precisamente, que no te den un trato diferenciado por serlo. Que te vean como supuestamente ven a cualquier otro político (o trabajador o…): a alguien que hay que evaluar por sus méritos, por sus políticas, por su personalidad, por su congruencia y no por qué tanto se adapta o no a lo que «una mujer» debe ser.

Desde esta perspectiva, las mujeres pueden tener una lucha en común: el sexismo que les impide avanzar. No dejo de pensar en las elecciones del 2008 y la parodia que hicieron en Saturday Night Live en la que aparecen Tina Fey y Amy Poehler de Sarah Palin y Hillary Clinton, respectivamente, denunciando el sexismo que las asediaba a ambas (de manera diferenciada, pero similar). No importan las diferencias radicales entre las mujeres, el sexismo que padecen puede ser un punto en común. Y hay que denunciarlo.

Pero, por supuesto, llega un punto en el que eso no es lo único que importa. Valga la obviedad: si a los feminismos les importa erradicar las barreras que las mujeres enfrentan, les interesa hacer todo porque eso sea posible. Aplicando a las elecciones: les interesa elegir a personas con una agenda de políticas «feministas».

Lo difícil, sin duda, es descifrar qué diablos es una política feminista. Y en este punto es en el que las elecciones actuales también me parecen sumamente interesantes, precisamente porque revelan la variedad de feminismos que hay.

Una de las críticas constantes que he leído de Hillary es que su feminismo es blanco y corporativo: esto es, es el típico que beneficia principalmente a mujeres blancas para que se incorporen a la estructura corporativa, sin trastocar el mundo empresarial en lo más mínimo.  Es el feminismo obsesionado con la brecha salarial, un problema que, si se resolviera, como quiera no atacaría la gran mayoría de los problemas que sufren las mujeres de color, que tienden a tener trabajos que ni siquiera generan riqueza; que viven en un mundo en el que sus familias son encarceladas más que las de cualquier otra población; y que, encima de todo, no encuentran un Estado que las apoye. Para mejorar sus vidas, «combatir estereotipos» es lo de menos: hay que transformar radicalmente las políticas carcelarias, migratorias, empresariales, etc.

Ahora, las acusaciones en contra de Clinton no se quedan en el simplismo de su feminismo. Se le imputa haber apoyado la aprobación de dos reformas que impactaron de manera terrible las vidas de las mujeres (y hombres) de color: la de la «Ley del Crimen» de 1994 y la de las «políticas de welfare» de 1996. La primera ley es una de las piezas legislativas clave del «Estado carceral» o de las «políticas de encarcelamiento masivo». Políticas que han impactado de manera diferenciada a los hombres y a las familias de color. Es tal el impacto que han tenido en las vidas de estas personas, que autoras como Michelle Alexandre están llamando a estas políticas «», en alusión al régimen racista de «separados, pero iguales» que estuvo vigente hasta los 1960. Meter a los hombres negros a la cárcel es la nueva forma de efectivamente segregarlos y condenarlos a la pobreza (por decir lo menos), sin que esto parezca violatorio de la «igualdad» («Si están en la cárcel», se justifica, «es porque delinquen, no por racismo»).

La segunda reforma, por su parte, se encargó de recortar y modificar el sistema estatal de beneficencia y, tanto en su justificación, como en su operar, también tuvo un componente racista espeluznante. Si en las políticas carcelarias fue la figura del «super depredador» la que se utilizó (por la misma Clinton, por cierto) para justificarlas, un término con connotaciones raciales innegables , en las discusiones de beneficencia fue la «reina del Welfare» (estereotípicamente una madre negra que «tiene hijos para exprimir al Estado») el «monstruo» a combatir. El efecto de estas políticas fue paralelo al de las carcelarias: mientras estas últimas encarcelaban a los hombres negros, las primeras empobrecían aun más a las mujeres negras.

Las críticas a Clinton no se quedan ahí. Su política exterior también ha sido ampliamente cuestionada por el impacto en términos de género y raza que ha tenido. Por su voto a favor de la invasión de Irak en el 2003 y su apoyo a la expansión de operaciones militares en Afganistán, Libia y Siria ha sido calificada de «imperialista». «Quizá las mujeres y niñas de estos países», Kevin Young y Diana C. Sierra, «incluidas aquellas cuyas vidas fueron destruidas por bombas estadunidenses, se sientan consoladas por el hecho de que una ‘feminista’ ayudó a diseñar estas políticas.» Un análisis de las políticas de Hillary obliga a preguntar: ¿a qué mujeres dice que ayuda y a cuáles, de hecho, ayuda?

En semanas recientes, no ha cesado el debate al interior del feminismo estadunidense sobre lo que Hillary significa. Existe un grupo —encabezado por feministas famosas como Gloria Steinem— que promueve a Clinton como la candidata natural del feminismo, tanto por sus políticas, como por lo que implicaría finalmente tener a una mujer encabezando la rama ejecutiva del país. A veces, por desgracia, este grupo está cayendo en descalificar como «sexista» a cualquiera que no vea esa asociación «natural». (Madeleine Albright fue un paso más allá, básicamente «existe un infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres» y Gloria Steinem , sugiriendo que las mujeres jóvenes que están votando por Sanders lo hacen porque seguir a «los chicos»).

Si solo fuera tan fácil. Hay muchísimas razones para no votar por una mujer, como las hay para no votar por una feminista, siendo feminista. Como han demostrado las distintas autores y autores que he citado hasta ahora, Hillary es, precisamente, uno de esos casos en los que la etiqueta de «feminista» dice poco. La pregunta importante es: ¿y qué clase de feminista es?

Lecturas adicionales:

Sobre el sexismo que efectivamente enfrenta Hillary Clinton, sugiero leer que trae una serie de ejemplos de lo que la gente se da el permiso de decir tratándose de Hillary y también sugiero leer artículo, en el que se ofrece una guía para «no ser sexista» al hablar de Clinton. También sugiero leer de The Onion, parodiando el sexismo que sufre Clinton.

Sobre las políticas de welfare que fueron recortadas en los noventa y la «demonización» de las madres negras, vale la pena leer .

Sobre todo lo que está mal con el «feminismo corporativo» de Hillary Clinton, recomiendo ampliamente de Keving Young y Diana C. Sierra. Sobre lo «blanco» del feminismo de Hillary, sugiero de Sikivu Hutchinson (en donde explican los problemas que enfrentan las mujeres de color).

En se discute el papel que jugó Hillary Clinton y el mismo Bernie Sanders en la aprobación de la «Ley del Crimen» de 1994 (Sanders, se sostiene, votó por esta ley porque venía en un paquete que incluía a la Ley sobre la Violencia en Contra de las Mujeres). En , se afirma que Hillary ahora repudia las «políticas en contra del crimen», pero que su repudio, en los términos en los que lo afirma, es problemático.

Sobre «el feminismo blanco», escribí hace un par de meses, en donde repaso más de las críticas típicas que se le lanzan a feministas por su racismo, clasismo, etc.

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