Por Pedro Tzontémoc 

El acto de fotografiar, en sí mismo, ha sido mi gran maestro. La fotografía es mi sexto sentido, es decir, también a través de ésta le doy coherencia a la realidad, me la explico. La cámara es tan solo una herramienta que a manera de prótesis agudiza mi atención. La relación ojo-vista-lente como contemplación y dedo-tacto-disparador como acción son el punto de equilibrio de mi percepción del mundo. Cuando fotografío el acto mismo toma el control y me convierto en su instrumento.

La fotografía no es un fin en sí misma, es tan sólo el medio que me permite ir de una experiencia a otra, de un encuentro conmigo mismo a otro. Con mi fotografía no pretendo transformar al mundo, sino que éste me transforme a mí.

La vocación del fotógrafo es la de ser un captador de presentes, detener ese tiempo efímero que no existe; inventarlo, permitirle existir. Sin la fotografía el presente solo sería una sucesión infinita de instantes en tránsito del pasado al futuro: El presente sólo existe en las fotografías.

Así como una línea es una sucesión infinita de puntos, la vida es una sucesión infinita de impulsos. La línea de mi vida ha sido trazada por el ritmo de mis impulsos. El ser humano es la suma de sus experiencias. Así, el resultado de la experiencia, se traduce en imágenes visuales, pero también en la imagen misma de un modo de ver, de un modo de tomar conciencia de la realidad. Cada experiencia en su medida transforma mi forma de percibir el mundo y modifica, por lo tanto, mi relación con la fotografía.

Sin embargo, la fotografía es sólo un proceso complementario que me permite establecer referencias en mi proceso vivencial, es por esto que mis mejores fotografías son las que conscientemente he decidido no tomar al dar paso a la experiencia directa, sin filtros. La fotografía no es el arte, el arte es la vida misma.

Por eso me considero un simple receptor de experiencias diversas, ando por el mundo exponiéndome a ellas, involucrándome intensamente, estableciendo una relación amorosa-pasional con cada una de éstas para consumirlas y a la hora de mi muerte tan solo me arrepienta de lo que no he hecho.

Mis fotografías son como las piedritas del cuento de Hanzel y Gretel y cumplen la misma función: permitirme recorrer el camino de vuelta, vagar por la esa compilación de experiencias que es la vida. Esto es lo que compartiré en este nuevo espacio…

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