Habría muchas razones por las cuales estar a disgusto con LOVE, el más reciente filme del francoargentino Gaspar Noé, pero la mayor de todas ellas es haber logrado que un alud de escenas sexuales se convirtieran en un asunto soporífero más que excitante. Así es, en LOVE, Gaspar Noé le quitó lo divertido al sexo.

Al sexo o a la pornografía, como usted guste. Y es que la promesa de Noé con esta película era hacer un filme que retratara lo que él llama “sexualidad sentimental”, una cinta que uniera al sexo duro con el amor más profundo (por cursi que esto suene) y de paso provocar en el espectador excitación sexual. Todo ello filmado en gloriosa tercera dimensión.

Para ello, Noé se hace de un par de personajes y una historia donde el protagonista -un joven cineasta norteamericano avecindado en Francia llamado Murphy (Karl Glusman)- recibe una llamada de la madre de su ex-novia, Electra (Aomi Muyock), preguntando por su hija a quien no ve en meses. La noticia hace que Murphy recuerde las circunstancias por las cuales él y Electra se conocieron, se enamoraron, se distanciaron, intentaron salvar su relación a base de sexo (en bares, callejones, y clubes) para al final romper con la relación en una serie de infidelidades que resultaron en un Murphy que ahora es papá de un niño pequeño, llamado Gaspar.

Con un manejo de la temporalidad que recuerda por instantes a su obra maestra, la extraordinaria, incómoda y visceral Irreversible (2002), Noé sigue fiel a sus obsesiones estéticas, si acaso aquí disminuidas en pos de una narrativa más limpia: no esperen grandes despliegues visuales, no esperen esa cámara voladora de la ya mencionada Irreversible ni los desplantes psicodélicos de Enter the Void (2010); la mayoría de la cinta está compuesta por planos estáticos o en la clásica cámara al hombro que sigue la espalda de los personajes mientras caminan.

El sexo se muestra en un doble juego entre pudor y cinismo. Siendo estrictos, el director se mantiene en esa pequeña línea entre porno y “erotismo”: no habrá tomas clínicas a los genitales en plena fricción, no habrá close-ups a la vulva, pero sí habrá una obsesión por mostrar penes erectos, eyaculando hacia la cámara, “aprovechando” la tercera dimensión.

El asunto es que más allá de la osadía (que en realidad no es tanta), Noé llega tarde y mal a casi todos los temas que plantea. Llega tarde al 3D, y llega mal porque en vez de aprovechar la profundidad de campo, lo único que se le ocurre es aventar fluidos a la pantalla en un bukkake virtual a los espectadores mismo que, por más divertido que pueda ser para el director, no deja de ser un desperdicio. Vamos, el 3D no aporta nada a esta película.

Llega tarde al tema del hastío en la pareja y al sexo como válvula de escape a los problemas. Sólo baste ver dos ejemplos de películas que ya han tratado el tema sin tanto escándalo y cursilería: la genial Bitter Moon  de Roman Polanski (1992) y aquella obra maestra final de Stanley Kubrick llamada Eyes Wide Shut (el “we need to fuck” del final).

Pero donde la arrogancia termina ganándole a Noé es en afirmar (como lo hace su protagonista en la propia cinta) que no existe una película que muestre esta “sexualidad sentimental”, este maridaje entre sexo, amor y excitación. De nuevo, ya se hecho, mejor y (en este caso) con mucho más escándalo: en La vie d’Adèle, el director Abdellatif Kechiche irrumpe en la intimidad no sólo de sus personajes sino de sus propias actrices (las hermosas Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos) al filmarlas en una escena de sexo de más de 10 minutos cuyo peso sentimental se verá conforme avance la cinta pero que, además, generó amplia polémica por el hecho de hacer algo que aún el cine ve como tabú: provocar auténtica excitación en su público.

El único aspecto que Gaspar Noé sigue manejando con cierto tino es esta percepción del tiempo que “lo destruye todo”, la frustración provocada por las malas decisiones del pasado, el deseo desesperado por pedir -a dios, a la vida, al tiempo- una segunda oportunidad para hacer las cosas mejor, para no desperdiciar vida en peleas inútiles, para ser felices y follar.

Esto último, si acaso, es el mejor mensaje que el filme puede darnos.

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