La cuarta transformación se funda sobre una impostura científica: “las energías fósiles deben ser el motor del desarrollo nacional en la era del cambio climático y de la sexta extinción”. Como si se tratase de la década de los treinta, el presidente López Obrador ha impuesto una visión desarrollista alrededor del petróleo y el gas; un nacionalismo fosilista completamente anacrónico frente a los desafíos del siglo XXI.

La doctrina energética de la cuarta trasformación ha suplido “geología” por “ideología”. No sólo vivimos en una era de energías fósiles, pero también, de ideas fósiles.

Complejidad y energía

Las sociedades humanas pueden considerarse “sistemas complejos”. Estos son estructuras organizadas e interconectadas de manera dinámica cuyos componentes son retroactivos e interdependientes. No son complejos por su grado de “complicación”, sino por su número de interacciones, componentes y dinámicas.

De tal suerte que la complejidad de las sociedades es directamente proporcional a su consumo energético. Esto quiere decir que su desarrollo histórico está intrínsecamente ligado a la manera en que se extrae y produce la energía disponible en el entorno natural.

La complejidad de las sociedades (capitalistas) actuales depende de la energía fósil, particularmente del petróleo. Desde las necesidades más básicas como la producción alimentaria, pasando por el transporte mundial, hasta la producción de “energías verdes” que se presentan como soluciones prometeicas frente a los desafíos ecológicos de la actualidad.

Si consideramos al conjunto sociedades del mundo como un sistema complejo global, podemos decir que su complejidad puede medirse por el número de interconexiones entre sus componentes (Estados, empresas, individuos) y su grado de interdependencia, la intensidad de las redes e infraestructuras (institucionales, de comunicación, de transporte, etc.), la cantidad de bienes producidos, la cantidad y la magnitud de las cadenas de mercancías, la cantidad de información disponible y transmitida y la cantidad de energía necesaria para mantenerla.

Se trata de un metabolismo cuyo alimento principal es la energía fósil. Los datos más recientes de la Agencia Internacional de Energía muestran la clara centralidad de los combustibles fósiles en la matriz energética mundial: el 81% de la oferta total de energía primaria global se subdivide entre el petróleo (32%) y el carbón (27%) y el gas (22%).

Además de los efectos de la gravísima crisis ecológica que el planeta vive, las sociedades humanas se enfrentan a otro desafío existencial: las fuentes de energía sobre las cuales se basa su complejidad han comenzado a agotarse.

En 2006, la producción mundial de petróleo convencional alcanzó su pico geológico debido al agotamiento de las reservas explotables. En la actualidad, los principales productores mundiales ya han alcanzado su pico de extracción. Y México no es la excepción.

En el año 2004, se alcanzó el cénit productivo del petróleo convencional mexicano. La producción mexicana de crudo (sobre todo del yacimiento de Cantarell) ha caído exponencialmente, al tiempo que la demanda ha aumentado. Pese al excesivo (e infundado) optimismo del presidente López Obrador, México dejará de ser exportador neto para convertirse en importador neto de petróleo. El objetivo de los 3 millones de barriles diarios para 2024 es y será geológicamente inviable. Estamos entrando a una era de ilusiones perdidas, diría Balzac.

El agotamiento de las fuentes de energía fósil se puede analizar desde la perspectiva de la tasa de retorno energético (TRE).

La producción de recursos naturales implica siempre una inversión de cierta cantidad de energía. Se debe construir infraestructuras dedicadas a la exploración y extracción, usar maquinaria de alta tecnología para perforar el suelo, procesar los recursos extraídos (refinamiento, enriquecimiento, licuefacción, etc). La TRE de una fuente de energía se utiliza para cuantificar su rentabilidad termodinámica mediante la relación entre la energía invertida para producir el recurso y la energía obtenida. En términos simples, la TRE de un recurso es la energía neta recuperada por cada unidad de energía invertida.

La TRE de recursos no renovables, como los combustibles fósiles, tiende a disminuir con el tiempo en la medida en que estos recursos se explotan. En la industria energética, y prácticamente en cualquier industria extractiva, las reservas convencionales se producen primero debido a que son de mejor calidad, son más "fáciles" de extraer y procesar y son más baratas. Con el tiempo, cuando las reservas convencionales muestran signos de agotamiento geológico, se comienzan a producir reservas no convencionales que requieren tecnologías más avanzadas y costosas con TRE más bajas. Dado que la rentabilidad de los recursos no renovables tiende a decrecer con el tiempo, la energía neta disponible para el consumo tiende a reducirse gradualmente.

La TRE de los combustibles fósiles más importantes, el petróleo y el gas, ha ido disminuyendo durante las dos últimas décadas debido al agotamiento gradual de las reservas convencionales. La calidad de los hidrocarburos se ha reducido gradualmente y la dificultad para extraerlos ha aumentado. Esto se ha traducido en una caída de disponibilidad energética que ya está teniendo efectos nocivos en la economía mundial y, sobre todo, en los países exportadores.

En el caso de México, la producción de crudo ha pasado de 3,4 millones de barriles diarios en 2004 a 1,8 barriles en 2018, caída que se explica por el agotamiento de las reservas convencionales y del aumento de la parte proporcional de la producción de las reservas de aguas profundas (i.e. reservas no convencionales) del Golfo de México.

Antes de la Reforma energética, Pemex no contaba con la tecnología para explotar dichas reservas. Se suponía que, con la incursión de las compañías extranjeras, la producción tenía que aumentar. Cosa que no ocurrió. Estas reservas no convencionales tienen TRE comparativamente más bajas que las reservas convencionales y sus costos de extracción son mucho más altos. Más aún, desde el tercer trimestre de 2014, los precios del Brent y el West Texas Intermediate han estado por debajo de los 90 dólares por barril, lo que ha afectado sobre todo a los países exportadores como México cuyos ingresos se han recortado notablemente. Bajos precios significan menor capital para invertir en la producción (no sólo petrolera, también gasista). Algo que los economistas y los políticos no entienden, es que lo que no es rentable termodinámicamente tampoco lo puede ser económicamente.

Por más que se siga ignorando, México atraviesa una crisis energética que no hará más que agravarse. Los síntomas son todavía difusos para ser percibidos por el grueso de la población. Pero si se observa con un poco de atención, los efectos de tal crisis existen y son frecuentes. Prueba de ello son los recientes apagones en la Península de Yucatán por la escasez de combustibles.

Pero para el presidente de México, dichos cortes de electricidad no resultan de la escasez, sino del “abandono del sureste mexicano”. Para combatir el problema, AMLO propuso la construcción de una nueva planta eléctrica, cuando se sabe que la causa principal de los apagones no es el funcionamiento de las infraestructuras, ¡sino el desabasto de gas! En efecto, la producción mexicana de gas natural es insuficiente frente a la demanda creciente (debido en gran medida al incremento del sector inmobiliario) y el aumento de las temperaturas que implican un mayor uso de aparatos de climatización. Las centrales eléctricas de la región necesitan diariamente alrededor de 400 millones de metros cúbicos de gas para funcionar. El único gasoducto que abastece la Península, llamado Mayacán, ¡provee solamente entre 60 y 80 millones de metros cúbicos al día!

El presidente puede construir una o diez nuevas plantas, pero mientras la producción siga bajando y la demanda siga creciendo, el problema seguirá siendo el mismo.

Yo pregunto: ¿de dónde se pretende sacar el capital para financiar dicho proyecto?, ¿por qué seguir impulsando proyectos fosilistas, claramente anacrónicos en el Antropoceno? Peor aún: ¿cómo se pretende costear los gastos del renacimiento de la industria energética mexicana cuando el presupuesto estatal se ha recortado a causa de los bajos precios internacionales y la caída de la producción?

La hoja de ruta de la 4T para canalizar recursos a la industria energética mexicana ya está trazada: se aumentará la recaudación (¡ojo a la nueva reforma fiscal!), se aumentará el endeudamiento y la inyección de capitales especulativos y, se recortará el presupuesto en ciertos sectores como la salud, la educación, la ciencia y tecnología y la cultura; todo aquello que asociamos con prosperidad y calidad de vida.

Crisis energética y austeridad

En su magnum opus de 1988, el antropólogo Joseph A. Tainter sostuvo que el mantenimiento de altos niveles de complejidad social depende de un flujo de energía sostenido y suficiente. Es mucho más costoso (energética y económicamente) sostener una sociedad compleja actual que una sociedad simple de cazadores-recolectores de hace 10 mil años.

Como los “costos de mantenimiento” de la complejidad social tienden a aumentar con el tiempo, las inversiones deben aumentar a la par. Pero llega un punto en que los beneficios de dichas inversiones comienzan a disminuir, produciendo una dinámica de rendimientos marginales decrecientes.

Mientras que el rendimiento marginal de la inversión disminuye, las sociedades complejas refuerzan sus inversiones, que se vuelven, proporcional y progresivamente, menos rentables. Es a partir de ese momento que el colapso de la sociedad se vuelve matemáticamente probable.

En este sentido, la TRE del conjunto de fuentes de energía que sostienen una sociedad deben ser suficientemente altas para mantener la complejidad social y poder fondear los costos sociales básicos (salud, educación, cultura, seguridad, infraestructuras, economía etc.). En efecto, los bajos niveles de TRE de las reservas fósiles no convencionales son un caso típico de rendimientos marginales decrecientes: aunque las inversiones (tecnología, capital especulativo, endeudamiento) han aumentado, los rendimientos energéticos se han estancado y/o disminuido.

Existe un fecundo debate académico sobre la TRE mínima para sostener una sociedad industrial contemporánea. No se ha llegado realmente a un consenso. Lo que sí puede argumentarse es que la estabilidad de las sociedades modernas está directamente relacionada con la producción y el consumo de energías fósiles, concretamente del petróleo. Al respecto, el trabajo de Hall y Klitgaard de 2012 ha demostrado que el descenso de la TRE de la energía fósil (la base material del funcionamiento social) está relacionado con la disminución del capital excedentario invertido en la educación, la salud o las artes. Aunque todavía es muy pronto para relacionar empíricamente el declive de la TRE de la energía fósil mexicana con la austeridad en sectores como la educación y la cultura, se trata de una hipótesis nada desdeñable. Si resulta válida, el problema es que, aunque se aumenten las inversiones en la industria energética (que presenta ya rendimientos marginales decrecientes) gracias a la canalización de recursos provenientes de otros sectores, los beneficios no aumentarán sino tenderán a bajar progresivamente.

Un prominente estudio de 2014 liderado por los investigadores Jessica Lambert y Charles Hall, muestra la relación entre los niveles de TRE y la calidad de vida de las sociedades: cuanto más alta sea la TRE de una sociedad, mayores serán las inversiones posibles en el bienestar social. Los autores desarrollan el Lambert Energy Index (LEI), indicador que combina la TRE de una sociedad, el consumo energético per cápita y el coeficiente de Gini de la distribución del ingreso por habitante, para mostrar la calidad, cantidad y distribución de la energía dentro de la sociedad.

De acuerdo con sus cálculos, varios indicadores de bienestar social, como el IDH (indice de desarrollo humano), los gastos de salud per cápita, el porcentaje de niños con bajo peso, el porcentaje de alfabetización femenina, el índice de desigualdad de género (IDG) y el mejor acceso al agua potable de las comunidades rurales, están relacionados al LEI. De hecho, una mayor disponibilidad de energía (manifestada en forma de un alto LEI) significa mayores excedentes de capital (manifestados como un alto PIB per cápita) que parecen contribuir sustancialmente al bienestar social. Por el contrario, cuanto más bajos sean los niveles de LEI menor será el PIB por habitante y, en consecuencia, menor será la calidad de vida.

La TRE del conjunto de fuentes de energía que sustentan a México es moderada (13:1, es decir, 13 unidades recuperadas por una invertida) pero su consumo per cápita es bajo. En cuanto al LEI, el país presenta niveles muy bajos que corresponden a indicadores de bienestar social también menores.

México es mortalmente dependiente del petróleo. A medida que las reservas se sigan agotando, la disponibilidad de energía y de capital se recortará y la calidad de vida disminuirá. La geología impone límites físicos al crecimiento y al desarrollo. México tiene que reevaluar urgentemente su política energética basada en recursos finitos altamente contaminantes. De no hacerlo, el único escenario posible es el colapso.

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