Zain Alabdin Ali sostiene apenado la guitarra. Se sonroja. No se anima a pasar sus delgados dedos sobre las cuerdas; dice que apenas está aprendiendo, que no es difícil, sino cuestión de práctica y él sólo le dedica 30 minutos, a veces, a la semana. Prefiere repasar lo que aprende en clase y ver películas en árabe para hacer la selección de las proyecciones semanales.

Es el más joven de los tres estudiantes sirios que están en Aguascalientes y, pese a sus 23 años, antes de dejar su país por la guerra cursaba el cuarto semestre de Medicina con una especialidad en Terapia del Lenguaje.

Vivía en Aleppo (la mayor ciudad de Siria y una de las más afectadas y destruidas por el conflicto bélico) y pensaba que la situación era algo pasajero; por eso cuando abandonó su hogar salió sin una sola pertenencia. “Pensamos que íbamos a regresar”, dice Zain, mientras coloca su guitarra en la cama del pequeño departamento en el que vive a unas cuadras de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

Su familia (padres, tres hermanas y un hermano) está en Líbano desde octubre de 2012. En un trayecto que les tomaba de cinco a seis horas, de Aleppo a Líbano, por la guerra les tomó 36; pero lo valió, puesto que en la actualidad miles de personas están huyendo de la ciudad.

En Líbano fue voluntario en una escuela para niños sirios. Al recordarlo se le ilumina el rostro e inicia un relato: después de 22 horas de vuelo, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México fue recibido con mensajes de niños mexicanos escritos en inglés en hojas de colores. Un par de aquellos trozos de papel se encuentran pegados en la pared de su habitación.

“Mi nombre es Enrique. Tengo 13 años. Sé que estás sufriendo mucho, pero sé fuerte, la guerra va a terminar pronto. El mundo está trabajando en ello. Soy mexicano y quiero ayudarte. No pierdas la esperanza y permanece fuerte”, reza una de las cartas que Zain atesora. Quizá le recuerda el espíritu de los niños de su país, por los que quiere regresar a Siria cuando termine la guerra. Sólo que ahora con otra carrera: Arquitectura. Su país va a necesitar más que nada eso, dice.

“Me sentí bienvenido. Me sentí muy bien con los mensajes y luego fui a la escuela y les agradecí”, narra.

A Zain le tomó un año y medio poder llegar a México, porque Habesha demoró en encontrar a alguien que donara los fondos necesarios. Fue Diego Gómez Pickering, el embajador de México en Reino Unido, quien los dio. Después de los seis meses que va a pasar en Aguascalientes aprendiendo español, viajará a la Ciudad de México a iniciar su carrera: tal vez en la Iberoamericana o en la Anáhuac, aún no se define.

Mientras, disfruta de sus clases, incluida la natación; también de las quesadillas de dos tortillas que él no se acostumbra a nombrar como sincronizadas. Pero, dice, quiere aprender de todo y de todos. “Alguien me dijo que era importante aprender algunas groserías, pero no las uso”, lanza con una sonrisa.

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