El Papa despidió hoy el 2015 asegurando que nadie puede olvidar la violencia, la muerte y el “sufrimiento indecible” de los inocentes vividos en el año que termina, pero recordando que “el bien vence siempre, aunque parezca débil”.

La tarde de este jueves Francisco presidió el rezo de las vísperas en la Basílica de San Pedro, celebración que incluyó el canto del “Te Deum”, un himno de la Iglesia que se utiliza en momentos de alegría y expresa palabras de gozo.

Durante su sermón constató la alegría “casi espontánea” que surge al concluir el año, para “reconocer la presencia amorosa de Dios en los acontecimientos de nuestra historia”.

Estableció que recorrer los días del año puede ser un simple recuerdo de hechos y acontecimientos que conducen a momentos de alegría y de dolor, o se puede intentar comprender si en esas jornadas se ha percibido “la presencia de Dios que todo renueva y sostiene con su ayuda”.

Precisó que los hombres están llamados a verificar si las situaciones del mundo se realizaron según la voluntad de Dios o si ellos escucharon prevalentemente los proyectos de los hombres, a menudo “cargados de intereses privados, de insaciable sed de poder y de violencia gratuita”.

“No podemos olvidar que tantos días han sido marcados por la violencia, por la muerte, por el sufrimiento indecible de tantos inocentes, por los refugiados obligados a dejar su patria, por hombres, mujeres y niños sin hogar fijo, comida y sustento”, dijo.

“Aún así, ócuántos grandes gestos de bondad, de amor y de solidaridad han llenado las jornadas de este año, aunque no se convirtieron en noticias de los telediarios!. Estos signos de amor no pueden y no deben ser oscurecidos por el mal. El bien vence siempre, aunque a veces pueda aparecer más débil y escondido”, apuntó.

Ante miembros de la Curia Romana, diplomáticos, políticos y fieles en general insistió, no obstante todo, en la necesidad de focalizar “los signos que Dios ha concedido, para tocar con la mano la fuerza de su amor misericordioso”.

Más adelante se refirió a la ciudad del Roma y lanzó a todos sus habitantes la “invitación sincera” para ir más allá de las dificultades del momento presente.

En un año en que el gobierno de la ciudad fue sacudido por el descubrimiento de una mafia que manejaba las obras públicas y lucraba incluso con los servicios a los refugiados, Francisco pidió un mayor empeño para “recuperar los valores fundamentales de servicio, honestidad y solidaridad”.

Sostuvo que así se podrá “superar las graves incertidumbres que han dominado el escenario de este año, y que son síntomas de poco sentido de dedicación al bien común”.

Por tradición la ceremonia de fin de año tiene la presencia del alcalde romano, pero ese puesto ahora está vacante luego de la caída -hace ya varios meses- de Ignazio Marino, en medio de una severa crisis política.

El obispo de la “ciudad eterna” solicitó que “no falte jamás el aporte positivo del testimonio cristiano para permitir a Roma, según su historia, y con la materna intercesión de María Salus Populi Romani ser intérprete privilegiada de fe, de acogida, de fraternidad y de paz”.

Al término de la ceremonia se trasladó hasta el centro de la Plaza de San Pedro para visitar el nacimiento monumental y el árbol de Navidad de 25 metros ubicado ahí. Aprovechó para bendecir a los numerosos fieles que se congregaron.

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