Como una ofrenda a Huitzilopochtli, el dios del sol y de la guerra, México regaló al mundo las piñatas, ollas de barro decoradas de múltiples colores y llenas de dulces, fruta, sorpresas y sobre todo de mucha alegría.

Las piñatas hoy en día son una tradición que se resiste a desaparecer y que los pobladores de San Agustín Acolman, en el Estado de México, se esfuerzan por mantener, ya que representan “un lazo de unión de la familia y de vecinos, que debemos preservar”.

Doña Romana Zacarías Camacho, de 62 años, y su familia, de más de 12 integrantes, vive frente al ex convento de Acolman, en la Calzada de los Agustinos.

Ahí, en ese lugar, en el que habita y también es su centro de trabajo, la reina de las piñatas, como se le conoce, se dedica a elaborar a mano, como desde hace 25 años, estructuras de barro o cartón que son forradas con papel de colores, de todos los tamaños.

“La más barata es de 40 pesos y tenemos hasta de más de dos mil pesos, las grandotas se hacen por pedido, porque no hay donde armarlas”, señala en la entrevista realizada a interior de su domicilio repleto de un sin fin de coloridas piñatas.

En las posadas, las piñatas se llenan de frutas y colación y se cuelgan de un lazo para que las personas, con los ojos vendados y un palo, pasen, de una en una, a tratar de romperla.

A ritmo de la canción “dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino; ya le diste una, ya le diste dos, ya le diste tres, tu tiempo se acabó”, se lleva a cabo esta fiesta que termina cuando cae al suelo la piñata y todos se abalanza para obtener un poco del contenido.

El gusto y deseo de mantener viva la tradición de las posadas se mezclan en esta tarea que doña Romana realiza desde hace 25 años junto con sus hijos, hijas, nueras, yernos, incluso, nietos, quienes, desde los tres años, ayudan llevando y trayendo el material para su elaboración.

El proceso para armar una piñata no es sencillo, lleva su tiempo, dedicación e imaginación, en comparación con otras piñatas que son diseñadas mediante computadoras, máquinas cortadoras y decoradas con pintura vinílica, en lugar de vestirlas con papel crepé, china y metalizado, usando tijeras y engrudo.

En el caso de la tradicional piñata de siete picos, Alberto Hernández, integrante de la familia Zacarías, explica el procedimiento:

“Primero tenemos que hacer nuestro globo, dejarlo secar, ya que esté rígido, posteriormente jalamos nuestro lacito, abrimos lo que es un orificio con pestañas, nosotros le llamamos boca”.

Hasta dos días tarda el secado, una vez que está listo, se revienta el globo, y cuando se acaba de despegar se saca, para luego ponerle silicón, para un secado más rápido, a todas las pestañas de la boca.

Los conos que serán adheridos a la bola, también tienen sus pestañas, para que puedan pegarse con facilidad, una vez que quedo el molde se procede a decorar con papel metalizado o china, este último se utiliza para hacer las piñatas “coquetas” de siete picos, que se pega con engrudo.

De principio a fin todo se hace a mano y una vez que se ha secado el molde, señala Alberto, se lleva entre una hora y hora y media para tenerla lista para su venta, sea mediana, grande o una enorme que midió 13 metros, como ocurrió hace unos años, que tardaron un mes para armarla y fueron muchas manos las que participaron.

Al día, la familia Zacarías hace de 20 a 30 piñatas, para esta temporada navideña, inició a trabajar desde mediados de año, por la cantidad de pedidos que le le hacen de todo el país.

Prehispánico, el origen de las piñatas

Según una tradición, los Aztecas celebraban a finales de año, colocando en el templo de Huitzilopochtli, una olla de barro llena de piedras y plumas preciosas, y con un palo la rompían.

Esa era como una ofrenda al Dios del sol y de la guerra, “ahí tenemos el inicio realmente de las piñatas”, asegura Simón Allende Cuadra, cronista auxiliar del municipio de Acolman y vigía del patrimonio cultural del Valle de México.

Cuenta que también los mayas tenían la costumbre de llenar una olla con chocolate, la colgaban, vendaban los ojos a una persona y con un palo la rompía.

En 1586, en Acolman, se realiza la primera posada, luego de que el religioso agustino Fray Diego de Soria, prior del convento de este lugar, obtuvo un permiso por parte del Papa en turno, que consistía en realizar unas misas llamadas “aguinaldo”, nueve días antes del nacimiento de Jesús, del 16 al 24 de diciembre, y con el paso del tiempo se convertirían en las posadas anteriores a la Navidad.

Con motivo de estas fiestas, “se ideó la piñata, que es la característica de este pueblo”, señala.

La piñata tradicional tiene siete picos y recuerda que esta fiesta es para evangelizar.

Los picos representan los pecados capitales; vendar a la persona que rompe la piñata simboliza la fe ciega del hombre en Dios, relata el cronista.

A un costado del arco en el que el ayuntamiento da la bienvenida, se encuentra una escultura, en bronce, del religioso con su hábito agustino rompiendo una piñata.

Del 17 al 20 de diciembre de este año, se realizará la edición número 30 de la Feria de la Piñata, en este municipio mexiquense, cuyos pobladores cada día trabajan para mantener viva esta tradición mexicana.

JLCG

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