“Buena tarde, mi nombre es Israel Ortega y me toca atenderlo”, dice el chofer de Uber quien se distingue del resto de los taxistas. Usa traje, corbata, loción y te abre la puerta del automóvil 2014 que conduce.

Es un Jetta azul, impecable por fuera y por dentro, “en la bolsa del asiento hay una botella de agua, es para usted, ¿tiene pila en su celular o le ofrezco el cargador?”, es el primer diálogo que se da entre el usuario y el chofer, pues de antemano, gracias a la aplicación, el ya tiene marcado en su celular el destino final que se solicitó apenas cinco minutos antes.

“La primera ruta que me indica el GPS está bien o buscamos una alterna”, pregunta Israel, ingeniero de profesión que debido a un recorte en la empresa tuvo que buscar un nuevo empleo. Dice que Uber es lo mejor que le ha pasado, le pagan cada semana y recibe hasta 30% de las ganancias (más de tres mil pesos).

“Esta polémica entre Uber y los taxis no debe ser, ambos podemos existir tranquilamente, no somos ni más ni mejores que ellos”, asegura.

Se podría pensar que el servicio es elitista, pero comenta que “lo mismo me han tocado servicios en Tepito, Iztapalapa, La Merced, la Central de Abasto”.

El chofer de Uber, antes de prestar sus servicios a la aplicación, es sometido a un riguroso examen de conducción, se le solicita antidoping de manera constante así como antecedentes penales a nivel federal; después de este primer filtro son capacitados para dar un buen servicio.

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