Leyendo el libro de Jack Davis sobre el Seno Mexicano, o sea el Golfo (The Gulf. The Making of an American Sea) entiendo, una vez más, que trágica es nuestra creencia de que la naturaleza es inagotable. Hemos transformado ese verdadero Mediterráneo en un basurero para las compañías petroleras y petroquímicas, sin contar a nuestras ciudades y las del vecino del Norte, y con la carga industrial tóxica que envenena todos los ríos, pequeños y grandes que llegan al mar. Otro libro me obliga a machacar lo que he dicho; David Owen cuenta cómo el Río Colorado ofrece un ejemplo terrorífico del impacto de la humanidad sobre el planeta (Where the Water Goes. Life and Death Among the Colorado River, 2017).

En todo el mundo, son pocos los ríos cuyo curso no se ve interrumpido por presas que producen electricidad y/o transforman un desierto en huerta. El Río Colorado ilustra lo que significa la nueva palabra “Antropoceno”, la nueva era geológica nuestra, la realización del sueño del Doctor Faustus, cuando la humanidad se impone, o cree imponerse a la naturaleza. La cual, tarde o temprano, se vengará, como un animal maltratado durante mucho tiempo. El Río Colorado, que fue capaz de esculpir el Gran Cañón, ya no llega al mar, desde 1963, cuando se creó el lago Powell, o muy pocas veces y como un riachuelo (en 2014). Es el resultado de la codicia humana que ha levantado orgullosamente, en el desierto, ciudades como Phoenix o Las Vegas, incluso Los Angeles, que recibe su agua por el conducto de larguísimos acueductos. Un mundo totalmente artificial, anti-natural.

Todos los problemas ambientales están estrechamente conectados, pero nuestras actividades depredadoras contribuyen mucho al desastre; sólo dos ejemplos. En 1850, 60 millones de bisontes corrían en las grandes praderas; en 1880 el bisonte había prácticamente desaparecido. En el mismo siglo XIX, la moda de los sombreros con plumas exigía la masacre anual de cinco millones de garzetas copetonas (snowy egrets), de modo que a principio del siglo XX sobrevivía apenas 10% de los pájaros del Golfo.

El famoso “Antropoceno” nos lleva a la filtración del informe oficial sobre el cambio climático, elaborado por los científicos de trece agencias federales del gobierno estadounidense. “Filtración”, ¿por qué? Conociendo las opiniones de Donald Trump y de su gabinete, los científicos temían que fuesen cambiadas sus conclusiones. No pueden olvidar que el pasado mes de junio, Trump sacó a su país de los Acuerdos de París, difícilmente acordados en 2015, que comprometían los firmantes a reducir sus emisiones de CO2. El 8 de agosto, el New York Times publicó el documento, mejor dicho, un borrador, precisamente porque el presidente ha confiado la gestión de estos asuntos a negacionistas (los que no creen en el cambio climático y menos aún en la participación del hombre en dicho fenómeno) y personas relacionadas con el petróleo y el carbón. El documento establece: “abunda la evidencia de un cambio climático, desde la alta atmósfera hasta las profundidades de los océanos”.

“Miles de estudios, realizados por decenas de miles de científicos de todo el mundo, documentan los cambios de temperatura sobre tierra, en la atmósfera y los mares; el deshielo de los glaciares, la desaparición de la capa de nieve, la disminución del hielo en los mares (…) son numerosas las pruebas de que las actividades humanas, en particular las emisiones de gases con efecto invernadero, tienen una responsabilidad principal en los cambios recientemente observados”. Cómo no hay peor sordo que él que no quiere escuchar, dudo que el documento haga cambiar de opinión a Donald Trump y al lobby de las energías fósiles. Incluso, la “filtración” le suena a traición y, como no admite la contradicción, ha de haberse enfurecido, una vez más.

La gran pregunta, la terrible pregunta, con o sin Trump, es: ¿Qué hacer? Qué hacer para que no venga tan pronto, de forma prematura, el Día del Juicio Final.

Investigador del CIDE

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