En mi artículo anterior me referí a un fenómeno llamado pejefobia (https://goo.gl/Dhwtvt), que definí como el rechazo a que un sujeto de origen relativamente humilde que habla en el lenguaje del pueblo, ocupe o pretenda ocupar un espacio de poder que se considera reservado a las élites. La pejefobia —señalé— está hecha de clasismo, elitismo y racismo; es un sentimiento irracional de exaltado desprecio, antes que una postura política razonada y ponderada.

Por la serie de airadas reacciones que siguieron al texto aclaro ahora lo que entonces di por sentado por parecerme una obviedad: que no toda crítica a AMLO es producto de la pejefobia (del clasismo, el elitismo o el racismo). Se vale criticar a López Obrador como a cualquier candidato. Lo que no es admisible es descalificar desde el estigma y el prejucio sin darnos cuenta, y asumir que es algo perfectamente normal.

Los prejuicios pejefóbicos enrarecen y distorsionan el debate público; nublan la razón de periodistas, tuiteros, comentócratas, políticos e incluso de mentes que uno creería lúcidas (incluidos algunos de mis amigos), al punto de torcer argumentos, formular planteamientos reduccionistas y llegar a conclusiones simplistas. Lo que no es justo ni aceptable es que no se perdone a AMLO lo que dejaríamos pasar a otro político.

¿Cómo explicar que los mismos que ayer criticaban a Andrés Manuel por ser dogmático y sectario sean los que hoy critican su pragmatismo y sus alianzas? Tal vez porque en el fondo a quien detestan y detestarán, haga lo que haga o diga lo que diga, es al hombre mismo, de lo que está hecho y —más triste aún— lo que representa. Antes que por su discurso o por su agenda, lo que a los pejefóbicos irrita es el origen y la base social de AMLO. Les altera su forma de hablar y sus expresiones por una razón muy simple: porque son populares.

No deja de llamar la atención la furia con la que gran cantidad de lectores respondieron al texto sobre pejefobia. Invariablemente, después de los insultos y descalificaciones, la opinión más recurrente es negar la pejefobia, justificarla como producto de la razón. Es claro: hablar de nuestro clasi-racismo incomoda; en nuestro país los clasistas y los racistas siempre son los otros, nunca uno mismo.

Posturas negacionistas llaman especialmente la atención cuando vienen de intelectuales o académicos que uno supondría sensibles a la discriminación, y aún así persisten en negar un fenómeno social generalizado. Dicen algunos analistas que las críticas a AMLO son únicamente por sus “propuestas” (¡como si a la mayor parte de la gente realmente le importaran las propuestas de éste o cualquier candidato!). Si no ven la pejefobia en el mejor de los casos es porque no la quieren ver; en el peor de ellos, porque la padecen.

La vía del acceso al poder en México es racista y elitista, como escribió hace unos días Gibrán Ramírez (goo.gl/w1sCUY). Hay buena evidencia de ello: un estudio del CIDE muestra cómo la probabilidad de votar por un candidato de quien no se tiene mucha información aumenta conforme su piel es más clara (goo.gl/xvYRrG). No es casual que las bancadas del Partido Verde, el PAN o Movimiento Ciudadano sean primordialmente blancas, como muestra otra investigación (goo.gl/nV28DS), o que hayamos visto en 2012 a una candidata a la Presidencia aclarar el tono de piel para caer mejor a los electores.

Lo contrario de la pejefobia no es la pejefilia: su opuesto es la inclusión; la aspiración de vivir en una sociedad más igualitaria y democrática, donde el origen social y regional, el tono de piel o la manera de hablar de una persona no sea un obstáculo para ascender social y políticamente, e incluso para ocupar la más importante de todas las posiciones del poder político.

Investigador del Instituto Mora.
@HernanGomezB

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