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Huauchinango.— La lluvia no cesaba. En unas cuantas horas cayó el agua de un mes y la familia Pérez sintió miedo. Los adultos decidieron cargar a los niños y reunirse en la casa del abuelo. Pensaban que era el lugar más seguro, pero ahí los sepultó la tormenta tropical Earl.

Eran cerca de las 11 de la noche del sábado en un lugar a unos 40 minutos de la cabecera municipal en auto.

“En cinco minutos se acabó mi familia. Se fue la luz y se fue todo, nadie se lo esperaba, haga de cuenta que a una veladora le prenden lumbre y empieza a escurrir, así se vino el cerro. No tenemos nada”, reclama Ramiro Pérez Francisco, tío de los muertos.

Es la peor tragedia para una familia de la comunidad de Xaltepec, municipio de Huauchinango. Uno de los cerros se desgajó y se llevó varios vehículos, que fueron proyectados contra las casas y provocaron su derrumbe.

Todos se apresuraron a subir al segundo nivel y se amontonaron en una habitación que minutos después fue su sepultura. Ninguno pudo hacer nada, sólo gritar y esperar. Ahí murieron ocho de los Pérez, siete son menores de edad

Ante la magnitud de la desgracia, las autoridades estatales reportaron unos 200 damnificados.

“Ellos ya están muertos, pero nuestras familias, las que están a salvo.... ni dónde refugiarse, no hay ropa, no hay agua, no tenemos papeles, ni actas de nacimiento, con el agua prácticamente se perdió todo, ¿quién nos va ayudar con esto?”, cuestiona Ramiro.

Ahí está el cuerpo de Daniel Pérez, tenía dos años. Junto a él está su hermano Elías, de seis años; sus primos Tony y Arely, de cuatro; Anahí, de 10, y Miriam, de la misma edad.

A Lidia Cruz, de 19 años, y a su bebé de nueve meses las trasladaron a la comunidad de Tlalmaya, de donde era la madre, para que les rezaran.

“Nos cayó la loza, por eso murieron éstos, ya sacaron al niñito y estaba todo muertito, yo trataba de cargarlo, pero ya no me lo dejaron los vecinos que estaban ayudando. Cuando nos empezaron a sacar se murieron por el lodo y la loza, porque venía grande el agua, venía arrastrando los carros que le pegaron a la casa.

“Estábamos llenos de lodo, mi cara, la boca, los ojos, los oídos, estábamos tapados”, cuenta Juliana Francisco Méndez, abuela de los menores, en una mezcla de español y náhuatl. Una mujer le ayuda a traducir.

La familia Pérez también perdió seis casas, todas en la calle Guadalupe Victoria, que se convirtió en un río.

La mayoría se dedica a la agricultura. Viven de lo que cosechan, maíz y a veces chile, otros tienen invernaderos de plantas de hornato.

Las calle Independencia, la vía principal del poblado, desapareció: el agua alcanzó el metro de altura; en otros sitios, como la capilla de la Virgen de Juquila, el lodo llegó a 70 centímetros.

A unos 300 metros, elementos del Ejército retiran escombros de las casas que pueden ser habitables.

Buscan a bebé. Al otro extremo del pueblo está la casa donde despidieron a los Orozco. Ahí, tres féretros resguardaron los cadáveres de Irene y Marco, de 10 años, y un bebé de un mes de nacido. El dolor es continuo: un niño de un año está desaparecido. Nadie sabe si quedó bajo los escombros o se lo llevó la corriente. La Policía Federal buscaba entre los escombros y un perro olfateaba entre las piedras, los techos y el lodo que entró a la parroquia de La Natividad.

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