Puebla

El enorme caballo alazán se mantiene quieto, inmóvil mientras el pequeño niño se le acerca con pasitos lentos, pero seguros. De tan sólo siete años de edad, el pequeño llega hasta el animal, y con completa naturalidad, toca sus patas delanteras y es entonces cuando sonríe.
La diferencia de peso y el tamaño entre ambos es abismal, pero los dos están complementados y juntos.

La bestia, si se le puede llamar así a un ejemplar de tal tranquilidad, se llama “Mike” y el niño Moisés, éste último con un pasado de abusos que le impedía tener contacto con cualquier humano, sobre todo hombre, pero que al lado de su amigo equino halló un remanso para tranquilizar sus tormentos.

El pequeñín llegó a una casa asistencial del gobierno de Puebla completamente destruido, abatido, molido… nadie podía tocarlo, nadie podía mirarlo, nadie podía abrazarlo, nadie podía amarlo; su propio cuerpo se resistía por los días negros vividos y que sólo su corta memoria sabía y guardaba en el rincón más oscuro.

Desde aquel noviembre de 2013, cuando el Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia (SEDIF) abrió el Centro de Equinoterapia, su vida dio un vuelco y hoy sonríe, se acerca a extraños y a todos llama “papá”. El pequeño es curioso; quiere ver fotos y videos en las tabletas… aún le cuesta pronunciar claramente, pero ya habla.

Al lado de “Mike” se volvió feliz; y el ejemplar es feliz ayudándolo, el equino no necesita hablar para que se le note tranquilo, satisfecho con su trabajo. Es temperamental, pero responde inmediatamente, tiene más reacciones.

“La mayoría de niños venía en situación de abandono, la mayoría violentados, con un poco de agresión y lastimados y tratamos de reestructurar esa parte sicológica de los chicos”, explica la Coordinadora del Centro de Equinoterapia del DIF estatal, María Susana Herrada Reyes.

Con “Mike” de cuatro años de edad y “Hansel” de 18, el Centro realiza 250 terapias al mes para niños de los Centros de Asistencia para menores bajo custodia del SEDIF.

“Los niños venían agresivos, irritables, no tenían control de esfínteres, les costaba dormir, ahora vienen muy amenos, a gusto, aunque al principio los intimida las dimensiones del caballo, con el trabajo diario y actividades, vienen con buena  vibra, acatan indicaciones, son independientes, comen solos, controlan sus esfínteres y tienen más actividades”, explica feliz la también terapeuta.

Con el calor del cuerpo de los equinos los pequeños se transforman, pero también se vuelven felices cuando pintan sobre ellos, lo montan y juegan con aros y pelotas de mil colores; le acarician la cabeza con un amor que muchos quisieran. Un amor sincero, fraternal.

“Muchos han corregido posturas, se les da estimulación, asimetrías, autoconfianza e independencia a los niños. Muchos han controlado el sueño vigilia, están más relajados, esta terapia ayuda a reforzar partes síquicas”, agrega.

Al menos una vez a la semana, niños provenientes de la Casa de la Niñez Poblana, donde se apoya a menores de 0 a 13 años que por diferentes causas se encuentran bajo custodia del Sistema DIF Estatal, conviven con los dos caballos por espacio de 20 minutos.

Pero también llegan pequeñines de la Casa de Ángeles, los cuales fueron referidos por la Procuraduría de la Defensa del Menor la Mujer y la Familia o por propios familiares debido a que presentan trastorno neuromusculoesquelético, daño neurológico de etiología múltiple, afectaciones motoras, trastornos de audición y lenguaje, debilidad visual, discapacidad intelectual de leve a moderada, entre otras.

Del siquiátrico infantil, donde hay menores de 18 años que tienen alguna discapacidad neuropsiquiátrica, también tienen la suerte de tener como amigos a “Mike” y a “Hansel”, quienes —explica la directora— han logrado incluso que se les reduzcan sus medicamentos de control.
También los visitan de la Casa del Adolescente, donde son atendidos jovencitos de entre 13 y 17 años en estado de vulnerabilidad que por motivo de protección u hospedaje deban de permanecer bajo custodia del sistema.

“Estos caballos son muy mansos y cumplen con las características para el trabajo: son dóciles, tienen buen paso, son caballos mansos, tienen buena actitud y lomo amplio y estatura regular”, explica Herrada Reyes.

El “vigilante”

En todas las terapias de los niños siempre está presente José Juan Michimani Sánchez, un hombre que no sólo se dedica al mantenimiento de los caballos, sino también es quien brinda un amor sin condiciones a los equinos y a los pequeñines que llegan por ayuda.

“Me siento realizado porque los caballos son especiales al igual que los muchachos a los cuales se les da terapia”, confiesa con la voz bajita y con la pena reflejada en el rostro.

Conoce a la perfección el carácter de “Mike” y “Hansel”; sabe perfectamente el estado de ánimo en que despiertan, sus dolencias físicas siempre las trata con dedicación y amor.

“Los caballos tienen diferente carácter y tenemos que saber cómo amanecen, si están en condiciones de salir o se quedan a descansar, son igual que los seres humanos… tienen sus días”, suelta con una sonrisa.

Cuando echan sus orejas hacia atrás, explica, es que están molestos y entonces hay que saber qué les molesta y remediarlo… y la cura es muy simple: hay que darles afecto, abrazos, premiarlos cuando hacen algo bien.

“Igual cuando están cansados hay que motivarlos y apapacharlos y hacerles ver que pueden dar un poco más (…) es muy especial este trabajo porque sabemos el impacto de los caballos hacia todos los que vienen de las casas de asistencia con capacidades diferentes y eso”, agrega.

Su rostro es de un hombre enamorado y no tiene empacho en aceptarlo. Ama a los caballos de este centro, porque —dice— “este trabajo me ha servido para asemejarlos con los seres humanos, sienten y ellos entienden perfectamente”.

Hombre humilde, revela que siempre se le dibuja una sonrisa cuando ve avances en los niños gracias a los caballos, quienes a cambio reciben “abrazos de oso” de pequeñas niñas que los aman con locura.

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