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Filme derivado —spin off— de Blancanieves y el cazador (2012, Rupert Sanders), El cazador y la reina de hielo (2016) —debut en la dirección del especialista en efectos, Cedric Nicolas-Troyan, quien participó en la primera entrega—, retoma los personajes creados por Evan Daugherty para de nuevo trastocar la esencia de los cuentos infantiles en que se inspira y darle una dimensión más adolescente y, por supuesto, en suma violenta.

Esta manipulación de la fantasía altera la moraleja infantil y la convierte en una intensa lección de cuán liberador es el belicismo desatado, que domina toda la historia, así sólo sea conceptualmente. El viejo relato moral o didáctico sobre las virtudes y los pecados queda desplazado hacia un territorio ajeno al fundado por Andersen & Grimm y demás cultivadores del estilo literario que el cine profusamente saquea hasta agotar cualquier novedad.

La que se cree estaría en reinventar un simple relato visual al que hay que edulcorar abrumadoramente con abundancia de efectos visuales (foto coruscante de Phedon Papamichael) y acciones cuyo efectismo no oculta el banal enfrentamiento entre hermanas, la buena Freya (Emily Blunt) y la mala Ravenna (Charlize Theron), y la forma en que los cazadores Eric (Chris Hemsworth) y Sara (Jessica Chastain) equilibran ese cara a cara a punta de trancazos, flechazos, hachazos, y habilidades bélicas al servicio ya no de la justicia, sino de un poder para el que sólo son objetos sin más voluntad que su única razón de ser: la violencia.

Eso sí, muy espectacular y donde lo feérico se deja de lado para imponer acción sobre acción. Pero lo más artificialmente que concebirse pueda.

Después de su notable Las vueltas del destino (2013) y de esa gélida crónica sobre la crisis de principio del XXI que fue The company men (2010), el complejo John Wells presenta su tercer filme para cine, Una buena receta (2015), como menos intenso que sus títulos previos. Cuenta por receta la vida de Adam Jones (Bradley Cooper), chef caído en desgracia que debe recomponerse porque de alguna manera en ello le va la vida, así sea la amorosa o la laboral. Al igual que en su cocina, para Jones la existencia es un platillo que funciona a medio camino entre un programa televisivo estilo Top Chef y la inventiva culinaria de Ratatouille (2007, Bird & Pinjava). Melodrama sentimental que se cree ultra cool, metafóricamente sobrecondimenta algunos de sus momentos con los que empalaga o a los que echa demasiada sal. Funciona el filme como restorán bien equipado donde abundan los ingredientes que parecen desperdiciarse en el tráfago cotidiano, empezando por el estelar reparto (Sienna Miller, Alicia Vikander, Emma Thompson, Uma Thurman, Lily James, Omar Sy, Daniel Brühl) en una anécdota demasiado simple con la que ya había ensayado con mejor fortuna el guionista Steven Knight en Un viaje de diez metros (2014, Lasse Hallström).

Michel Franco, en definitiva internacionalización exitosa tras ganar el premio al mejor guión en el Festival de Cannes el año pasado por su tercer película, Chronic, el último paciente (2015), cuenta en éste la vida del enfermero David (Tim Roth hipersensible sin mostrar más que pequeños atisbos de un alma templada por la pérdida y el dolor cotidianos), que enfrenta el deterioro físico y la muerte de sus pacientes día con día.

Nada panfletaria respecto a la eutanasia, la transparencia de sus realistas imágenes (fotografía intimista sin artificio alguno a cargo del veterano fotógrafo de Bruno Dumont, el belga Yves Cape) le dan una dimensión profunda a esta historia que funciona en múltiples niveles (estilísticos y emocionales) revelándose siempre como una clase de cine bisturí que deja en carne viva la angustia ante la nada y el estoicismo de la vida que se siente hasta convertirse en llaga.

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