El agua —y todo lo relacionado con su uso, explotación, disponibilidad, aprovechamiento y cuidado—, al ser un recurso de primera necesidad para todo ser vivo y para todos los ecosistemas del planeta, también es un factor clave, de gran importancia estratégica y una cuestión de seguridad nacional para cualquier Estado.

A pesar de ello, en México no sabemos a cuánto ascienden nuestras reservas hídricas ni cómo funcionan los mantos subterráneos de agua a lo largo del territorio nacional o cuáles son las mejores prácticas para su manejo y conservación.

Esta terrible omisión institucional, que no puede llamarse de otra manera, supone un riesgo irresponsable para la conservación, cuidado y adecuado aprovechamiento del agua pero, además, implica un riesgo grave para la seguridad y subsistencia de la población. Así como el petróleo o sus derivados son el combustible de casi todo, el agua es recurso que hace posible la vida misma.
Uno de los problemas más graves derivados de esta omisión es, por ejemplo, que no se ha determinado qué porciones del agua subterránea son más vulnerables al cambio climático o cuál es la relación entre el agua subterránea y el resto de los componentes ambientales, el suelo, la vegetación y los ecosistemas en su conjunto.

Además, si tomamos en cuenta que 97% del agua que tenemos es la que está en el subsuelo, se vuelve urgente conocer cómo funciona el agua subterránea. Desgraciadamente el asunto no está incorporado en los esquemas de gestión del agua a nivel nacional. Prueba de ello es que de los 653 acuíferos que tiene México, la Conagua cataloga a 115 como sobreexplotados. Y de seguir sobreexplotandolos al ritmo actual, sus reservas descenderán, a decir de expertos, y en un periodo de 40 o 50 años se sobrepasarían los niveles que ahora tenemos de capacidad instalada de extracción. Es decir, de no desarrollar tecnología capaz de extraer el agua desde una mayor profundidad, o de no conservar en óptimos niveles los acuíferos, peligraría nuestro acceso al agua.

Hablamos pues de un deficit de información que debería estar disponible hasta para cuestiones de planeación urbana, pero sobre todo de una falta grave de infraestructura y capacidad institucional. es inaceptable que no exista una planificación a largo plazo para conservar los acuíferos.

La suspensión del abasto de agua en la Ciudad de México a principios de este mes por reparaciones al Sistema Cutzamala, que evidenció nuestra vulnerabilidad en el ramo, y todo lo antes expuesto pone en evidencia que es necesario cambiar ya el modelo de gestión y la cultura del agua en nuestro país, porque de no hacerlo podría peligrar nuestro acceso a ella.

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