BRNO. — Construyeron templos góticos descomunales y columnas de la peste para agradecer a Dios por el fin de la enfermedad. Ahora son ateos. Los checos tienen una gran calidad de vida, una baja tasa de desempleo y envidiables sistemas de salud y educación. Son cerrados con sus emociones, irónicos, creativos, liberales, tienen buen corazón y toman más cerveza que el resto del planeta. Inventaron la palabra “robot”, los lentes de contacto y el cubito de azúcar. De Chequia son el compositor Antonín Dvořák y el escritor Franz Kafka.

Kafka es el consentido de Praga, ciudad difícil de renunciar, a pesar de la fuerte marea de turistas que estorba la vista y la invasión de los masajes Thai, que brotaron en cada esquina.

Este viaje toma camino hacia la región de Moravia, terruño de vinos, castillos y jardines barrocos, a donde llegan menos turistas y se descubren pequeños destinos con grandes encantos.

El tiempo

¿Bala, cohete, vibrador o pene? Todo eso parece, menos reloj astronómico, el monumento de granito negro de la Plaza de la Libertad (Náměstí Svobody). En Brno, minutos antes de las 11 de la mañana, cinco o seis entusiasmados turistas rodean el artefacto. A la hora en punto, se activa un mecanismo dentro del reloj que hace rodar la Brněnka, una esfera transparente que sale disparada por uno de sus orificios. Solo una persona al día podrá llevarse el codiciado souvenir.

Y, ¿por qué a las 11 de la mañana? “Aquí dan las 12 cuando son las 11”, dice Jitka, una guía rubia que habla español perfectamente. Hay una historia sobre el enredo del tiempo. Las campanas de la imponente catedral gótica de San Pedro y San Pablo, en la colina de Petrov, repican una hora antes del mediodía para recordar el triunfo de Brno sobre el ejército sueco que la arrinconó durante tres meses en la Guerra de los 30 años (a donde vayas, cualquier guía, cualquier folleto turístico mencionara la dichosa guerra). El general de las tropas enemigas andaba ansioso por no poder conquistar la ciudad y en un arranque de desesperación juró que si no lo hacía antes de las 12 se marcharía junto con sus hombres. Cuentan que fue el campanero el que se las ingenió para hacer trampa: adelantó el toque de las campanas una hora y así fue como se libraron del enemigo.

Brno. Su pronunciación es corta, con prisa; la “br”, casi es “pr” (o así me suena). Después de cinco repeticiones, crees haberla dominado, pero luego lo olvidas y terminas por llamar “Berno” a la segunda ciudad de República Checa.

A una hora de Brno, por carretera, está la antigua capital de Moravia. Olomouc no está en el mapa de muchos turistas; no tiene el carisma de Praga, pero sí que tiene interesantes palacios y buenos bares con cerveza propia, “columnas de la peste”, una universidad, la fiesta de la ópera barroca en verano, la basílica en una colina que es lugar de peregrinación; sus olorosos quesitos curados y el reloj astronómico del Ayuntamiento.

Esta pieza de 14 metros de altura se construyó en el siglo XV en estilo gótico y con el paso del tiempo fue transformándose. Después de la Segunda Guerra Mundial quedó casi destruida. Más adelante fue transformada en un “reloj socialista”, con figuras que representan oficios: un herrero, un lechero, un químico y hasta un futbolista.

La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)
La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)

(Foto: Gretel Zanella)

La peste

Olomouc “respira juventud”, presume Jitka. Pero siglos atrás, la ciudad universitaria no lucía tan radiante. En el antiguo imperio de Bohemia, junto con el resto de Europa, hubo un reguero de peste durante largo tiempo (del siglo XV al XVIII). Cuando acabó la enfermedad que mató a millones, los sobrevivientes levantaron columnas de cantera por todos lados para agradecer su fin. Las llamaron “columnas de la peste”.

En la Plaza Alta de Olomouc, a unos pasos del Ayuntamiento, se esculpió una de las columnas más famosas de la República Checa, la de la Santísima Trinidad, que en 2000 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su construcción tardó 37 años y en 1754 fue consagrada en presencia de María Teresa, reina de Hungría y Bohemia, mujer poderosa, revolucionaria y hermosa; madre de María Antonieta, aquella reina de Francia que terminó en la guillotina.

El monumento está decorado con 50 esculturas de apóstoles, santos y virtudes y coronado por la Virgen de la Asunción. Mide 32 metros de altura, casi el doble que el resto.

La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)
La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)

(Foto: Libor Svacek Kaplicka/ CzechTourism)

Existe otra columna de la peste o Columna Mariana, más pequeña y menos popular, en la Plaza Inferior (Dolní námestí). La adornan ocho santos protectores de las pestes: Santa Rosalía, San Sebastián, San Roque y otros más.

Jitka dice que los destinos (y también los guías) siempre se andan inventando mitos y aquí no es la excepción: si un estudiante logra pasar por el hueco de la columna obtendrá muy buenas calificaciones en sus exámenes; si se trata de una mujer, cuidado, podría quedar embarazada.

El niño Wolfgang Amadeus Mozart llegó a Olomouc con su papá cuando tenía 11 años. Venían huyendo de la viruela. Al cabo de unos días el pequeño prodigio se enfermó y de milagro sobrevivió. La ciudad se regodea al contar que aquí se inspiró el músico para componer la Sexta Sinfonía. En el palacio renacentista de Hauenschild, en la Plaza Inferior, cerca de la puerta de una taberna, está colgada la placa que recuerda el paso de la familia Mozart por estos rumbos.

Olomouc es la sede de una de las universidades más antiguas de República Checa, la Palacký, con 23 mil estudiantes, aunque esa atmósfera “impregnada de juventud” no se aprecia en estas calles solitarias.

La muerte

Un hombrecito colgado de una de las ventanas de la Iglesia de San Jacobo, en Brno, muestra sus nalguitas al público. La escultura pequeñita es un adorno del templo neogótico, más impresionante por dentro que por fuera, por sus esbeltas y altísimas columnas. Justo debajo de este edificio se encontraron los huesos de más 50 mil personas: cráneos, fémures, tibias y peronés. Ya no había cupo en los cementerios; a veces la ciudad olía mal por tanta muerte causada por la peste y las guerras. A las autoridades se les ocurrió enterrar aquellos restos bajo la iglesia y ahora, el de Brno es el segundo osario más grande de Europa, después de las catacumbas de París.

Allá abajo hay frío y oscuridad. Las paredes y los túneles están tapizados de cráneos y huesos. La música melancólica fue compuesta especialmente para este lugar.

A la travesura de la figurilla del hombre con trasero al aire, hay que sumar otra más, la de Anton Pilgram, arquitecto del antiguo Ayuntamiento del siglo XIII, a quien no le pagaron lo acordado por este edificio: al terminar el portal neogótico dejó chueca la torrecilla que está encima de la estatua de la Rectitud, en señal de descontento...

En la frontera con Austria hay un pueblito medieval que se llama Mikulov. Además de sus vinos blancos, queda en la memoria el silencioso escenario del Cementerio Judío. Entre la hierba se mantienen de pie miles de lápidas de piedra, con epitafios tallados en hebreo, algunas a punto de desplomarse. En total son unas cuatro mil tumbas. La más antigua es del siglo XV.

La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)
La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)

(Foto: Gretel Zanella)

La vanidad

Hay un viejo dicho: “Brno es un barco de oro, corre por las chicas de Brno”. Se rumora que en la capital de Moravia las mujeres son más guapas. En general, las checas de a pie lo son y sin tanta producción. En el maquillaje, menos es más, y ésta es una lección que debería aprender Kim Kardashian, que tanto daño ha hecho al mundo de la belleza con sus recargadas tendencias...

El estilo barroco no solo se expresaba en la arquitectura o en la pintura, también en los peinados abigarrados y en las indumentarias de aquella época. Para lucir como una verdadera reina había que vestir crinolina tras crinolina, con un armazón para darle forma al vestido ampón, un corsé bien apretadito y un peinado con bucles (algunos medían hasta un metro de altura), sostenido con alambres para que durara una semana.

Y como belleza real, Isabel de Baviera, la legendaria Sisi Emperatriz de las películas, esposa de Francisco José, rey de Austria y Hungría. Aunque no nació precisamente en territorio checo, sus retratos están colgados en las paredes de varios castillos de Moravia, como el Palacio Arzobispal de Kromeriz y el de Valtice.

Las pelucas ollange, esas cabelleras rizadas (blancas o grises) fueron la sensación en las cortes de toda Europa y no podían faltar en los retratos de reyes, condes o príncipes.

La opulencia

Desde Brno, el camino a Kromeriz es de unos 50 minutos. En esta ciudad los obispos y arzobispos de Olomouc adquirieron en el siglo XV un palacio gótico para remodelarlo y convertirlo en su residencia de verano. El Palacio Arzobispal muestra la intimidad de algunas de sus 145 habitaciones: el Salón de Trofeos de caza (que a muchos no nos hace gracia); la Sala de Manos, en el que trataban los problemas del pueblo y desde donde le gritaban a la gente, a través de una ventana, su resolución, casi siempre (y mañosamente) a favor de la clase en el poder; el Salón Rosa para las mujeres; la biblioteca con más 30 mil libros y partituras originales de Mozart y Beethoven, y la pinacoteca, que resguarda obras de Tiziano y Van Dick. Existe un lugar donde las quinceañeras se podrían dar vuelo bailando el vals: el enorme y elegante Salón de Asambleas que fue uno de los escenarios de la película Amadeus; un espacio espectacular por su altura, la pintura de 400 metros cuadrados montada en el techo, los ventanales y las lámparas de araña de cristal.

Con más tiempo se puede bajar a las antiguas bodegas donde se produce vino de consagrar.

República Checa tiene más dos mil castillos y palacios; 200 están abiertos al público. Para dar un paseo por estas lujosas y principescas propiedades, primero hay que ponerse unas pantuflas de fieltro para no maltratar los pisos (aquí mismo las proporcionan) y luego una chamarra para no ir muriendo lentamente de frío durante el recorrido, sala por sala.

Todo es suntuosidad: muebles de madera con piedras preciosas incrustadas, los bargueños de marfil, camas con dosel cubiertas de sedas y terciopelos, tapices de diseño en los muros, calentadores de cerámica en cada estancia, que desafortunadamente hoy están en desuso; las camas tamaño petite en las que dormían hombres de 1.90. Antes se acostumbraba dormir sentado; estar acostado solo era para los muertos.

A unos 36 kilómetros hay otro palacete imperdible, la villa italiana de Buchlovice, que mandó construir un conde para su esposa de origen italiano. Por fuera es muy parecida a las antiguas mansiones de nuestras Lomas de Chapultepec. En sus alrededores reinan los jardines, las fuentes y los árboles llorones frondosos y los tilos.

Después pasó a manos de Leopold Berchtold, ministro de exteriores del imperio austrohúngaro. Una vez, en su chateau se reunieron varios diplomáticos, cuyas decisiones de ese día, desencadenaron la Primera Guerra Mundial.

Buchlovice tiene otro atractivo, por si tenías pendiente: el Festival del Ajo checo.

El placer

Los Jardines de Kromeriz son un mundo fantástico y Patrimonio de la Humanidad desde 1998, junto con el castillo de los arzobispos. En cualquier momento podrías toparte con un naipe viviente de Alicia en el País de las Maravillas o con un fauno. En siglos pasados, por sus senderos arbolados se paseaban gozosos los obispos de Olomouc cuando llegaba el verano.

La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)
La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)

(Foto: Gretel Zanella)

El Lustgarten (El jardín del Placer) abrió en 1675 y fue la grandiosa idea del obispo Carlos II de Lichtenstein-Kastelkorn. Él también influyó en la revisión de planos del Palacio Arzobispal.

Desde una torre se puede contemplar el diseño geométrico de los arbustos que rodean una rotonda, los laberintos donde es divertido perderse, las flores de colores vibrantes y los estanques. Hay decenas de esculturas grecorromanas y, sobre todo, mucha calma. El paisaje barroco tiene influencia francesa, italiana e inglesa.

La rotonda guarda varios tesoros: bajo una cúpula con frescos de vivos colores, oscila sin detenerse uno de los últimos péndulos de Foucault que muestra la rotación de la Tierra; cuatro grottas o cuevas con decorados abigarrados en relieves y estatuas mitológicas, alegorías de las cuatro estaciones, y los juegos de agua que arrojaban chisguetes a los invitados al accionar un mecanismo oculto: si alguien pisaba una baldosa, el chorro podía salir de una pared o del suelo. Así eran de divertidos los obispos.

En Brno, en el Teatro de la Reduta, Mozart dio un concierto a los 11 años. Afuera, hay una escultura del músico con alitas en la llamada Plaza de la Col, donde está el Mercado de las Verduras. Da gusto ver su limpieza y las filas ordenadas de los marchantes para ser atendidos...

Es un sábado raro, de lluvia, sol y picnic en el Palacio de Valtice, sede del Salón de Vinos de la República Checa y antigua residencia barroca del linaje de los Liechtenstein. Trece príncipes participaron en su transformación. Ahora están abiertas al público 20 de sus 100 habitaciones.

En sus bodegas subterráneas se ofrecen degustaciones permanentes de los mejores 100 vinos de Chequia en el año. Muchos de ellos se consiguen a buen precio (afortunadamente para los mexicanos, las coronas están casi a la par del peso). Son un gran souvenir porque no se venden más que aquí. Por unos 200 o 350 pesos puedes regresar a casa con vinos de uvas Pálava, Muškát moravský, Tramín červen, Veltlínské červené rané o Ryzlink rýnsk (cierto, son impronunciables).

Los visitantes compran un boleto que les permite entrar determinado tiempo para ver, probar y comprar. Algunos destapan una botella en los jardines. Pueden ir al baño tranquilos, dejar sus cosas en el pasto. Nadie roba nada.

Valtice es uno de los dos castillos que integran un complejo rodeado por un parque con estanques, abundante flora, fauna y pequeñas islas, declarado Patrimonio de la Humanidad. La otra propiedad es Lednice, un castillo neogótico que también perteneció a los Liechtenstein y puede verse con otros ojos desde el Minarete, un mirador morisco a 60 metros del suelo que captura una de las mejores vistas del edificio.

La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)
La desconocida y fantástica República Checa (sin Praga)

(Foto: Gretel Zanella)

A unos cuantos kilómetros de la frontera con Austria, ya es difícil encontrar guías que sepan inglés, pero el viaje por la región de Moravia quedaría incompleto si no te quedas en Mikulov al menos una noche para probar sus vinos blancos, sin serle infiel a la cerveza local, y subir a su castillo barroco, asentando sobre la roca de una colina. Como en todos los rincones checos, no puede faltar una columna de la peste en su plaza principal. La rodean construcciones renacentistas, algunas con muros serigrafiados, típicos de Chequia, como la Casa de los Cañones.

En el castillo cada fin de semana se organizan degustaciones de vino y recorridos en los que incluyen la visita a una barrica de vino gigante, una de las más grandes de Europa.

Al final del día, Praga no se extraña demasiado. Jitka incluso está pensando en mudarse a Brno. La capital checa ya no es de sus habitantes, sino de los turistas.

GUÍA DEL VIAJERO

Cómo llegar. 

Lufthansa te lleva a Praga desde Ciudad de México, haciendo conexión en Munich. Para viajar entre ciudades lo mejor es tomar el tren. www.cd.cz

Moneda.

La corona está casi a la par del peso. Un viaje por República Checa es más económico que en el resto de Europa. Puedes cambiar algunas coronas en el aeropuerto o en la calle Kaprova, en Praga. No te fíes de las casas de cambio que prometen no cobrarte comisión y de sitios donde te nieguen por escrito los resultados de la transacción. En Brno, puedes cambiar en la estación principal del ferrocarril.

Cuánto cuesta una cerveza.

En Praga, entre 65 y 80 coronas; en otras ciudades, entre 20 y 45 coronas.

Llámale a Jitka. 

Ella arma buenos recorridos en español.

Vinos imperdibles.

No dejes de ir a estas bodegas de la región de Moravia: Mádl de Velké Bílovice, Valihrach de Kašnice y Marek de Olbramovice.

Todo lo que quieras saber.

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