Lo que se adivinaba durante años, se convirtió en certeza en Río de Janeiro: los Juegos Paralímpicos son deporte de alto rendimiento. Sin dedicación plena se pierde distancia. En deportes como el ciclismo en pista o el atletismo, las estrellas "top" son ya profesionales.

El tándem es un producto hecho a medida, el entrenamiento tiene dimensiones olímpicas y el nivel del rendimiento sube disparado: el deporte paralímpico ha alcanzado durante los Juegos de Río de Janeiro una nueva dimensión.

"Esto es deporte de alto rendimiento. Esto no te lo sacas de la manga", advierte el alemán Stefan Nimke, campeón olímpico en ciclismo en pista y también bronce paralímpico como piloto de Kai Kruse en contrarreloj de mil metros en tándem para invidentes.

El ciclista confirma así una tendencia que se ha impuesto ya desde hace años.

En otros deportes también está claro. Como deportista aficionado se pueden ganar simpatías en los Paralímpicos, pero no medallas.

Alrededor de cien récords mundiales se han batido en Río. "Desde Londres 2012, el deporte paralímpico ha dado un salto gigante", asegura Markus Rehm, una de las estrellas del atletismo.

El saltador de longitud, que lleva una prótesis en la parte inferior de su pierna, está convencido de que la gente está empezando a fijarse en el rendimiento en el deporte para discapacitados.

"Le estamos mostrando a todo el mundo que esto que hacemos aquí es un deporte serio pese a los handicaps que todos tenemos. No necesitamos ocultarnos tras los atletas olímpicos", asegura el alemán, que sostiene su tesis con su propio ejemplo, ya que en 2014 fue campeón de su país entre atletas no impedidos batiendo incluso al entonces titular europeo, Christian Reif.

La discusión sobre si las cada vez más refinadas prótesis son en realidad una ayuda sigue ahí, pero sin duro trabajo ni siquiera la tecnología más cara te lleva al oro en los Paralímpicos. Otra alemana, Vanessa Low, amputada en las dos piernas, es también ejemplo.

La atleta de 26 años, oro en Río con récord mundial de 4,93 metros, dejó Alemania y su familia para poder subir a lo más alto del podio.

"En Estados Unidos me convertí obligatoriamente en profesional, pues no tenía permiso de trabajo. Todo lo que hice fue entrenar", cuenta.

Entre 25 y 30 horas de prácticas a la semana, además de rehabilitación, fisioterapia, pilates o yoga. "Realmente entrené mucho. Pero lo que hice sobre todo con mi entrenador fue trabajar en la fortaleza mental. No sólo en terapias, sino también en el entrenamiento. Llegamos realmente al límite de lo que se puede aguantar", añade.

"De vez en cuando me decía: 'Ok, me vuelvo a Alemania. No lo voy a conseguir'. Pero aguanté y esta es la recompensa", explica.

Las circunstancias de Nimke y su compañero Kruse fueron otras, pero también profesionales. El primero está en un grupo de fomento del deporte de la policía, mientras que el segundo, fisioterapeuta, tiene en Berlín un entrenador, Emanuel Raasch, que también fue campeón mundial en tándem, y un empleador que le da libertad para encajar sus exigente entrenamiento.

Y la bicicleta fue fabricada por el Instituto para la Investigación y Desarrollo de Aparatos Deportivos. "Todo es una pequeña parte de la medalla", opina Nimke.

Precisamente en el Velódromo puede verse que sin profesionalismo no se logran honores. Además de Nimke, como pilotos de tándem competían otros antiguos ases del sprint en pista como el holandés Teun Mulder (bronce olímpico) o el británico Craig MacLean (plata).

"Ahora hay que tener pilotos que sean ex velocistas de máximo nivel", advierte el alemán.

Las parejas invierten 60 segundos para recorrer un kilómetro. "Si se quiere correr en esos tiempos -asegura Nimke-, no se puede al mismo tiempo trabajar 20 o 30 horas a la semana. Sencillamente no funciona".

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