En el tema de las lesiones, sale a colación la peor de todas. Una que le causó de un cabezazo el nicaragüense Rosendo Álvarez en aquella pelea que Ricardo “Finito” López empató pero casi pierde, en marzo de 1998.

En su momento parecía un navajazo que le abrió una media luna desde el párpado derecho hasta llegar a la mejilla. Aun ahora, 18 años después, los vestigios de aquella herida son evidentes.

“Fue un gran aprendizaje. El nicaragüense pegaba duro, estaba en su momento. En ese momento era campeón invicto. Por eso pedí el desempate, porque fue una pelea que terminó por empate técnico. Yo le pedí a Don King que quería la revancha. Fue la única vez que me mandaron a la lona. Hubo unos meses de descanso, porque me desprendió el párpado, me dieron 19 puntadas.

“Fue doloroso y humillante [empatar así ante su gente en la Plaza de Toros de la Ciudad de México, además de visitar la lona por primera y única vez]. En la pelea de desempate ya fue otra cosa. Es permisible caer pero hay que levantarse. La segunda pelea fue nombrada la mejor del año a nivel mundial y le gané por decisión aunque él se pasó como siete kilos de peso. Estaba concentrado en mi trabajo”.

Me ofrecían un cañonazo de dinero. Acostumbrado a los fraseos creativos por sus charlas motivacionales, López dice: “Yo no me retiré. Fue el tiempo que me retiró”.

Y redondea: “Un boxeador después de los 30 años, lo primero que pierde son las piernas, los reflejos, la velocidad, esa destreza. Esa última pelea que hice fue en el Madison Square Garden de Nueva York, ante Zolani Petelo, un peleador sudafricano que era campeón mundial. Yo iba a cumplir 37. Muy dura la pelea. Terminé cortado, me dieron un round más [antes de parar el combate]. Y ahí fue que me di cuenta que Dios existe. Salí, le di un gancho al hígado y lo noqueé. Dije: esta es la última pelea de mi vida.

“Bajé del ring con esa decisión, porque no la tenía tomada. Decía: en la siguiente me retiro. Pero me ofrecían más dinero y me quedaba. Dije: bueno, pues con cuánto dinero me voy a comprar otro cerebro, voy a ser el más rico del hospital psiquiátrico.

“Me vi y me di cuenta que mis piernas ya no se desplazaban como antes. Ya no tenía la misma velocidad. Lo que sí quería Don King era volverme a subir al ring. Me ofrecían un cañonazo de dinero. Yo le pedía ayuda a Dios para no regresar al ring. Decir que no me fue muy difícil, pero gracias a mi familia lo logré”.

Del ring al escenario. Se le pregunta dónde adquirió esas habilidades teatrales que pone en práctica en sus charlas motivacionales que dicta a empresas.

Quienes lo hemos visto en acción salimos asombrados de su manejo del escenario y su capacidad de sacudir las emociones del público.

“He aprendido mucho de Demián Bichir, este gran amigo que admiro, para mí el mejor actor mexicano. Lo he visto en muchas obras de teatro, películas. Lo vi en unos monólogos, cómo se desenvolvía. Lo llevé a cabo en mis conferencias, para platicarle cosas a la gente tal y como las viví. Meto un poquito de tragedia cuando se presta. La vida de cualquier ser humano es novelesca, hay de todo”.

—¿A quién le dedicas este ingreso al Salón de la Fama de Nevada, el segundo galardón así al sumar el de Canastota?

—A Dios, a mi familia, a la gente que siempre me siguió, que le gustaba mi estilo. A la gente que Dios permitió que se cruzara en mi camino. Mis padres, el “Cuyo” Hernández, la gente que trabajó conmigo. Pero principalmente a mi familia, a mis hijos, porque después de los libros, son mi máxima enseñanza.

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