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Huele a humedad. Los martillazos retumban en ese espacio ubicado a unos seis metros bajo el paso peatonal de la Plaza Gamio, la explanada que divide la Catedral Metropolitana y la zona arqueológica del Templo Mayor. Cuando el ajetreo de la construcción se detiene y después de una breve lluvia, desde una esquina se empieza a escuchar el ruido de una corriente de agua, como el de una tubería rota.

“Es del agua freática, del lago”, asegura el arqueólogo Raúl Barrera mientras pide a un trabajador que alumbre con una lámpara un pequeño pozo provisional que han construido y que, por ahora, funciona como una ventana al lecho lacustre sobre el que los mexicas edificaron la gran Tenochtitlan.

Allí, donde esa humedad resulta dañina para la conservación de los materiales arqueológicos, Barrera y un equipo de arqueólogos y restauradores del Proyecto de Arqueología Urbana (PAU) del INAH han trabajado desde 2009 en el rescate y consolidación de los vestigios arqueológicos e históricos que se han encontrado durante la construcción del nuevo acceso a la zona arqueológica y museo de sitio.

De entre las decenas de toneladas de tierra que han retirado para adaptar ese espacio que ofrecerá un nuevo vestíbulo al recinto sagrado de Tenochtitlan, los arqueólogos han identificado diversos vestigios, desde pedazos de cerámica y restos óseos, hasta significativas estructuras y elementos arquitectónicos, la mayoría de ellos relacionados a Huitzilopochtli, el dios de la guerra. Primero fue un cuauhxicalco, una plataforma circular con cabezas de serpiente sobre la que se hacían sacrificios y se incineraban los restos de los gobernantes mexicas; luego, los restos de un encino sagrado de unos 500 años de antigüedad, un piso con 26 lápidas que hacen referencia al mito del nacimiento de Huitzilopochtli y debajo de ellas, una ofrenda de 50 sahumadores que aún contenían restos de copal.

Estos hallazgos, que por ahora están ocultos a la vista del público, se podrán ver próximamente en esa área que la Coordinación Nacional de Obras y Proyectos del INAH está terminando de acondicionar después de seis años de trabajos de infraestructura.

Según la directora del Museo del Templo Mayor, Patricia Ledesma, este espacio, por fin, podría abrir a finales de este año. Y es que, aunque la construcción de esta obra se anunció desde 2009, el constante hallazgo de vestigios arqueológicos y las adecuaciones al proyecto han retrasado su apertura. Originalmente, el INAH planeaba construir junto a ese nuevo acceso un museo dedicado a la Tlaltecuhtli, el monolito hallado en Las Ajaracas en 2006. Ese proyecto fue detenido por las críticas que suscitó el diseño de ese edificio que asemejaba a un gran cubo de acero. En 2013 habían comenzado a instalar un elevador pero eso también fue descartado.

“Yo no hablaría de retrasos, sino de modificaciones. Se tuvieron que hacer modificaciones al proyecto estructural en varios momentos para proteger los vestigios”, comenta Barrera a EL UNIVERSAL durante un recorrido por el sitio donde actualmente trabajan en la consolidación de estructuras y en el diseño de la museografía.

Con este nuevo acceso, en lugar de la pequeña caseta al final de la calle de Seminario, unas escalinatas que descienden en medio de  la recién rehabilitada Plaza Gamio conducirán a los visitantes a seis metros de profundidad para que su recorrido comience al pie de las escalinatas del Templo Mayor.

Ese espacio de techo de concreto soportado por una serie de columnas, y de unos 50 metros de longitud por unos 20 de ancho, contará con una taquilla, un guardabultos y unos sanitarios. Un par de vitrinas con una selección de piezas inéditas, algunas de ellas en proceso de investigación,  un video y cédulas informativas explicarán los trabajos de excavación. Desde allí, con unos barandales de por medio, los visitantes podrán ver los nuevos vestigios y seguir su recorrido por la zona y el museo. “Será como un espacio introductorio, en donde se hablará del Templo Mayor en general y de la parte de los materiales de esta excavación. Tendremos una muestra de diversas piezas, como los sahumadores, algunas esculturas, cajetes, vasijas prehispánicas y coloniales”, dice Barrera.

En la parte superior, en el paso peatonal que conecta con la calle de Guatemala, se instalarán maquetas de la antigua Tenochtitlan. Todo esto permitirá que la gente aprecie la parte frontal del Templo Mayor, comenta.

Narraciones en piedra. Al pie de las escalinatas que conducían al templo de Huitzilopochtli, Barrera explica que los mitos mexicas están materializados en la arquitectura de los edificios. Y allí, algunos sobre el temido dios de la guerra cobran vida: “El Coaxalpan —un paraje legendario mencionado en el mito del nacimiento de Huitzilopochtli—, sería este”, revela el arqueólogo mientras señala una franja de piso de donde destacan unas lápidas con representaciones de serpientes, cautivos, ornamentos y guerreros.

Según ese mito, recuerda, cuando Coatlicue quedó embarazada mediante una pluma que entró en su vientre, sus hijos, los 400 guerreros surianos y Coyolxauhqui decidieron ir a la montaña de Coatepec, donde vivía Coatlicue, para matarla; para llegar hasta ese sitio tuvieron que pasar por diferentes lugares: el Tzompantlitlan, Coaxalpan y Apétlac. “Aquí estamos al pie de esa montaña y este sería el Coaxalpan, que significaba ‘sobre la arena de la serpiente’. Por eso tenemos muchas serpientes sobre este piso”, explica

A unos metros están los restos de un cuauhxicalco, la estructura circular con cabezas de serpiente sobre la que se hacían ceremonias religiosas y sacrificios. “Las fuentes históricas mencionan que en la fiesta de Panketzaliztli —que celebraba el nacimiento de Huitzilopochtli—, desde la capilla de ese dios descendían unos sacerdotes cargando una serpiente como de papel, hecha con carrizos; traían una especie de antorchas, eso daba la impresión de que venía ardiendo. Bajaban por las escaleras y la quemaban en el cuauhxicalco”, relata el director del PAU.

Así como hay losas y muros que narran los mitos prehispánicos, en ese nuevo espacio también hay evidencias del pasado colonial y moderno. Detrás de los restos de esa plataforma hay un colector de agua construido en 1900, en la época de Porfirio Díaz. Esa obra de ladrillos rojos, que dividió en dos partes el cuauhxicalco, quedará como testigo arquitectónico del siglo XX, de la misma manera que los arqueólogos buscan un alternativa para dejar como testigo de la presencia del lago ese sonido de una corriente de agua.

“Queremos dejar ese sonido, como un testigo. Para que la gente tenga claro que aún vivimos en una ciudad compleja, sobre el agua”, dice Barrera.

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