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En un intento por nombrar lo que no tiene nombre, por recuperar el poder de sanación de la palabra, el escritor y activista social Javier Sicilia escribió la novela El Deshabitado (Grijalbo y Proceso).

Como lo hizo con la poesía —nunca más, tras el asesinato de su hijo y seis de sus amigos en marzo de 2011, volvió a escribir un verso—, ya no volverá a escribir otra novela. Esta es la última y es una vuelta hacia los dos años que siguieron a aquellas tres palabras que resumen su “desgracia absoluta”: “Mataron a Juan”.

Fue en la Abadía de Saint-Antoine, en Francia, donde decidió escribir escribir esta historia: “Hacia el final de la estancia en El Arca, entró mi hija con mi nieto y en ese momento me dije: ‘Tienes que escribir. Tienes que dar cuenta de eso’”.

Fue poner en orden dos años de experiencias brutales, internas, a la par de la historia que vivió con víctimas de todo el país con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.

El libro intercala por capítulos la historia que siguió a los asesinatos de Juan Francisco y sus amigos, con lo que vino para Sicilia cuando llegó a El Arca, en la abadía francesa. Se intercalan también los hechos que vivió el país con el pensamiento y la literatura.

El Deshabitado se presenta hoy a las 18 horas en el Museo de la Ciudad de México.

La novela es una manera de tomar distancia…

—De tomar distancia. No creo en la objetividad, incluso la historia objetiva está pasada por la subjetividad del historiador o la historiadora. Prefiero, como soy escritor, moverme en algo que es más rico en posibilidades de mirada que es la literatura.

¿Cómo fue narrar esos hechos? ¿a dónde lo llevó ese ejercicio?

—Fue muy difícil, una experiencia como la mía, como la de muchas víctimas, es una experiencia de lo innombrable. Suceden universos de angustia, de amor, de sufrimiento, de intuiciones oscuras. Llega un momento en el que uno se detiene y pregunta: “¿Cómo nombro esto para circunscribirlo, para contenerlo?— La narración, la palabra es una contención de algo; nombra y delimita. Era la necesidad, frente a todo este universo desproporcionado, de buscar la palabra adecuada para hacerlo accesible a la razón. Y por otro lado la parte de sanación que tiene la palabra; lo permite con un sentido, un significado que los acontecimientos de esa narración no lo tienen porque el asesinato, el crimen es la negación de la palabra, de la vida.

La palabra sana; si le hablas bien a una persona, la construyes como ser humano; pero si la humillas y malversas la palabra, destruyes tu credibilidad y destruyes al otro ser. Este es un intento, frente a la destrucción, de nombrar lo que parece que no tiene nombre. Hay realidades del ser humano a las que sólo se puede aproximar a través de la metáfora o la analogía.

Usted escribe de la búsqueda de hallar el rostro del asesino como una forma de humanizarlo ¿Ha resuelto ese humanizar a los asesinos de su hijo y sus amigos?

—Es que si no estaríamos –estamos– frente al mal. El mal nos rebasa, la muerte, el crimen, el asesinato es algo inaudito… Pero esa cosa la cometen seres humanos. Circunscribir, incluso con la palabra, el mal a un rostro es de alguna forma acercarlo a la posibilidad de lo humano. Detrás de lo demoniaco absoluto, hay un ser humano que puede ser redimible. Si no se humaniza al otro, no puede caber el perdón.

La literatura fue su compañera en estos años…

—Todos estos años, todo el tiempo. Una literatura de esta naturaleza es como volver a revivir… La memoria es un presente, el pasado está en el presente y se vuelve a vivir pero desde otra perspectiva, buscando el contorno que permita sanar, que permita nombrar para sanar. No quiere decir que uno termine sano, pero sí la llaga se hizo menos purulenta, menos brutal.

¿Palabras como víctimas y paz se desgastan en la sociedad?

—El análogo de lo que le pasa a esta sociedad está en la Alemania Nazi, y el problema a que se enfrentaron muchos escritores. El alemán de Goethe y Hegel, de repente se volvió la lengua de los asesinos. ¿Qué sucedió para que esa lengua que contenía los significados de una buena parte de la cultura occidental, se usara para degradar? Hoy el lenguaje de Octavio Paz, Sor Juana y Cervantes nos ha llevado a esta barbarie; esta es una crisis del lenguaje y los significados. Los políticos usan la palabra para ocultar el crimen y justificar el mal. Uno apuesta a la palabra porque quedan fragmentos de la humanidad donde la palabra puede ser elemento de conservación y resistencia.

¿El género de la narconovela dignifica la palabra o hace apología?

—Yo creo que hace una apología. Son más importantes las novelas de sentido… ¿por qué no estamos leyendo La Peste, de Albert Camus o La condición humana, de Malraux. ¿Por qué no estamos fabricando una literatura que se enfrente a la problemática profunda del ser humano? Estamos generando una literatura de consumo. ¡Qué importa la historia de El Chapo! Es mierda y, sin embargo, se consume bastante.

La situación de Morelos, Veracruz y otros lugares muestra que no quedaron en el pasado hechos como los del asesinato de su hijo...

—Porque la estructura es la deshumanización, todo se ha vuelto consumo. Nadie está tomando en serio la tragedia humanitaria y de emergencia nacional. Lo resuelven con un tema de policías y ladrones cuando es más profundo, es la destrucción del esqueleto moral de la vida política y de la vida social. Entonces seguiremos generando muertes, corrompiendo muchachos, porque la mayor parte de los sicarios son jóvenes que asesinan a otros jóvenes. En la medida que hay esta literatura, o que hay una movilización de la que da cuenta esta literatura, o que hay palabras con sentido, ese sentido tiene que invertir el país. Si dejamos la plaza libre y no hacemos esto, entonces van a reinar unos hijos de puta sobre un universo de cadáveres y fosas comunes.

Las víctimas están ahí, nadie las podrá callar, el problema es que se dividen y el gobierno aprovecha esa división. Y el corredor sigue abierto para que el crimen siga operando.

Narra en la novela una pesadilla recurrente con su hijo. ¿Quedó atrás con este libro?

—Ahí está, vuelve, mientras viva, volverá. Es parte de mi historia, y el pasado, como digo, está en la memoria, vuelve y vuelve a doler. El mundo como lo percibo ahora tiene que ver con esa pesadilla que es una realidad. La muerte de un hijo es terrible, al grado de que por lo menos en la lengua española no hemos podido construir una palabra que pueda contener ese horror inhumano, que no camina por los caminos naturales. Es lo indecible.

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