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El premio Nobel Mario Vargas Llosa habló de su nueva novela, del proceso de paz colombiano y del sufrimiento de escribir.

La publicación de Cinco esquinas, su novela más reciente, coincidió con la celebración de sus 80 años. Es un libro de una rara vitalidad: comienza con una escena de sexo entre mujeres que sorprende, antes que nada, a las participantes, y se dedica a explorar un episodio oscuro de los años de Fujimori: el uso del periodismo para calumniar, chantajear o perseguir. Entre los espacios más íntimos y la corrupción del mundo público se mueve la historia.

Cuando hablé con él, me dio una noticia: escribir no se hace más fácil con el tiempo. Cinco esquinas le había costado tanto sufrimiento, incertidumbres y dudas como sus otras novelas. “Pero si no fuera así, escribir novelas se convertiría en una rutina. Y eso sí que sería terrible”.

En la novela, el personaje de El Doctor usa el periodismo amarillista. Es él un Vladimiro Montesinos, hombre en la sombra de Fujimori.

El periodismo amarillo fue utilizado políticamente por Montesinos de manera sistemática. Creo que es la primera vez, por lo menos en la historia del Perú, que una dictadura ha usado ese periodismo como instrumento de coerción, de chantaje, para silenciar a los críticos o castigarlos; lanzando campañas que los desacreditaban. Montesinos financiaba esa prensa y se jactaba de poner él los titulares. Era un montaje muy profesional. Al principio, la novela iba a ser básicamente sobre eso. Pero luego, como nos ocurre cuando escribimos novelas, van surgiendo cosas, se va diversificando la historia.

Tú mismo fuiste víctima de esa guerra sucia.

Efectivamente. Este periodismo ha existido siempre: a veces con más categoría, a veces de una manera mucho más vulgar. Pero la novedad era que por primera vez esto se utilizaba de manera industrial, profesional. Montesinos pagaba a los periodistas... Todo esto lo montó él mismo: compraba periodistas de radio, de televisión… Eso envileció mucho el periodismo.

Pero la novela no comienza con esas escenas de corrupción pública, sino con una escena íntima. Son dos mundos que aquí están relacionados por la política.

Hay una explicación para lo que ocurre con estas dos señoras. Probablemente, en circunstancias distintas de las que vive el Perú —terrorismo, psicosis, secuestros, toque de queda—, lo que les ocurre no les hubiera sucedido. Lo curioso de ese encierro forzoso que vivían los peruanos, y sobre todo los limeños, es que hizo que se exacerbaran las relaciones sexuales. La gente buscaba un desfogue, una especie de liberación a través del sexo de esa claustrofobia que se vivía con el toque de queda, que te tenía 10, 12 horas encerrado en la casa, y te obligaba a salir rápidamente de los sitios o a quedarte a dormir toda la noche. Eso distorsionó e intensificó tremendamente la vida sexual de la gente. Fue una de las consecuencias inesperadas de lo que vivió Perú esos años.

Los personajes de Cinco esquinas tienen un largo linaje en tu literatura: Juan Peineta es una especie de heredero de Pedro Camacho, en La tía Julia y el escribidor. El Doctor nos recuerda a Cayo Mierda, en Conversación en La Catedral.

Pues sí, es verdad. Juan Peineta y Pedro Camacho están emparentados. En cuanto al Doctor y Cayo Mierda, también es verdad, pero eso no es raro: todos los dictadores tienen un hombre en la sombra, el que se baña de mugre, el que practica el terror, el que tortura, organiza los asesinatos… El hombre fuerte, que garantiza la seguridad y adquiere por eso un poder extraordinario. Siempre tienes, detrás de un dictador, personajes como Cayo Mierda o Montesinos. Ahora bien, si tú lo comparas con Montesinos, Esparza Zañartu, el de Conversación en La Catedral, es una especie de pigmeo. Montesinos tenía un vuelo extraordinario. Sentía que el Perú le quedaba chico a su ambición desmedida, y robó como nunca se ha robado en el Perú. Esa fortuna los espera para cuando salgan de la cárcel.

¿Puede Cinco esquinas ser un comentario sobre el Perú actual?

Mi esperanza es que Fujimori se quede en la cárcel cinco años más. Es una cárcel dorada, pero cárcel al fin y al cabo. Creo que el fujimorismo, como todos los partidos que son la estela de una dictadura, comienza ya a deshacerse. Todos los dictadores han dejado sus partidos políticos. Todos se han desintegrado. El fujimorismo se ha mantenido vivo por los recursos que tenía. Ahora ojalá sea el principio de su fin.

La Retaquita es el único personaje capaz de enfrentarse a la maquinaria del amarillismo. Vi en ella una especie de “héroe discreto”, como se titulaba tu anterior novela.

Es exactamente eso. Con ella me ocurrió algo muy bonito: de repente un personaje empieza a crecer. Iba a ser secundario y se te vuelve protagonista, se te va imponiendo, y al final la Retaquita se convierte en la gran protagonista. Hay un fondo de decencia en ella que la hace resistirse a ser vejada. De pronto decide jugársela, y se convierte en una especie de heroína: discreta, pero heroína. Y tal vez ese sea el verdadero heroísmo. No el de un minuto en un campo de batalla, que puede ser un acto irreflexivo empujado por las circunstancias. Es más importante, más duradero, el acto de un personaje discreto que se juega entero y consigue un cambio en las circunstancias políticas. Los discretos son los verdaderos héroes.

Tus últimas novelas se preocupan por rescatar esos fogonazos de decencia en un mundo corrupto.

Quizás se deba a que estoy menos pesimista que antes respecto al futuro del país y de América Latina. Tengo la impresión de que las cosas empiezan a ir en la buena dirección. En el Perú, desde la caída de la dictadura en 2000, las cosas empiezan a ir bien. Mi impresión es que la era del populismo frenético está terminando. Hay que ver lo que ha pasado en Argentina o en Brasil, con esa revolución de gente harta del populismo… En Venezuela ya parece muy difícil que el régimen vaya a sobrevivir a la catástrofe que están padeciendo. En Colombia hay un proceso que parece traer la paz por fin. Parece que el continente va en una buena dirección, y quizás eso se refleja en estas novelas, menos apocalípticas que las que escribía al principio.

Has publicado 18 novelas, ¿cómo ha cambiado el lugar de la novela en nuestras sociedades?

Si piensas en América Latina, hay hechos que son muy positivos: un público muy numeroso para la novela latinoamericana, mucho más de lo que había cuando yo comencé. Ahora hay una mayor integración con España; hay escritores latinoamericanos que circulan prácticamente en todo el ámbito de la lengua. Pero también hay un aspecto negativo: la aparición de esa subliteratura del bestseller, literatura de puro entretenimiento, de consumo rápido. Esa literatura distorsiona el gusto, porque se impone a base de publicidad, lo que cierra espacios a la literatura verdaderamente creativa. La AL de hace 30 o 40 años era conocida por ser el continente del realismo mágico; ahora esa tontería se ha acabado. Hay una gran diversidad en nuestra literatura y la caricatura ha desaparecido.

Hace unos años dijiste que el tratamiento de los temas es definitivo, pero que sí hay temas más importantes que otros.

Es inexacto decir que lo único que importa en una novela es el tratamiento de la historia. Eso es fundamental, desde luego: sin un tratamiento creativo, ninguna historia funciona. Pero al mismo tiempo hay historias más importantes que otras. Se pueden escribir obras maestras con historias absolutamente marginales, que no involucran a nadie más, pero hay temas que tocan un denominador común, y por eso esas novelas nos parecen expresar de manera más rica y matizada la complejidad de los seres humanos. Por supuesto que hay obras malas sobre grandes temas. Pero si das un tratamiento original en la forma (el lenguaje, la estructura) a una historia llena de riqueza, esas son las obras maestras.

Acabas de viajar a Israel y los territorios ocupados, y nos trajiste noticias más bien desconsoladoras.

Fue una experiencia dolorosa, porque la situación se ha agravado. Es muy difícil pensar que la solución de los dos Estados, de la que se sigue hablando retóricamente, pueda implementarse en algún momento. A no ser que hubiera una buena voluntad de ambas partes de deshacer todo lo que se ha hecho. Es trágico, y no sólo para los palestinos: este estado de las cosas está perjudicando tremendamente al propio Israel. Una política colonial siempre tiene efectos graves, no sólo sobre el colonizado, sino sobre el colonizador. Afortunadamente hay un sector aún grande que no gana elecciones pero que está ahí, que mantiene la lucidez y la vocación democrática.

Hablaste con Amos Oz y con David Grossman. Me interesa porque se relaciona con lo que pasa en Colombia, donde me pregunto, en el marco del proceso de paz, qué papel puede jugar la ficción.

Es muy importante que haya un poco de imaginación en un proceso como el de Colombia. También es importante que haya un lenguaje capaz de expresar realmente verdades e ideas que no sean las del estereotipo y los lugares comunes del político y el politicastro. Un escritor, un intelectual, tiene una función en las situaciones críticas como la que vive Israel y, de un modo muy distinto, Colombia. La idea del compromiso, que tanto despreciaban los intelectuales, está muy vigente ahí. No hay que pensar que va a cambiar el mundo con una poesía o novela, pero el compromiso sí tiene una razón de ser: que en la literatura que hagamos se reconozca la gente.

*Juan Gabriel Vásquez es escritor. Su última novela es La forma de las ruinas, que se está traduciendo a más de diez idiomas.

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