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“Para nada le digo ‘no’ al arte conceptual. Le digo ‘no’ a la fobia a la pintura, a los que piensan que, por tratarse de pintura, entonces no. De entrada, creo que el arte verdadero es concepto. Y veo dos posiciones extremas: los que creen que no debe haber pintura porque no es un discurso actual, y los que creen que sólo lo antiguo vale”.

Así habla el pintor Francisco Valverde Prado, quien con la pieza Monday afternoon se convirtió en uno de los tres ganadores de la XVII Bienal de Pintura Rufino Tamayo.

La pintura como lenguaje, así como la experiencia de crearla y de percibir los cambios de la materia son motivaciones de sus obras. Nacido en Cuernavaca, Morelos (1972), Francisco Valverde es egresado del Art Center College of Design, en Pasadena, California; sus obras se han presentado en 12 muestras individuales en México, Estados Unidos, El Salvador y Hungría, además de colectivas. La de este año fue la segunda ocasión en que su obra fue reconocida en la Bienal Tamayo, después de que en 2004 también consiguió ser seleccionado.

El artista, cuya obra lleva en la Ciudad de México la galería JLS (Emilio Castelar y Edgar Allan Poe), y galerías de San Francisco, Miami, Indianapolis y Boston, y que acaba de participar en la feria Miami Scope, ha desarrollado en los últimos años piezas que retoman elementos del arte cinético, en las que se enfatiza la presencia de la textura y la experimentación con materiales como la resina epóxica. Su trabajo no sólo ha llegado a ferias y galerías, sino que también forma parte de piezas de arte urbano que ha llamado Ecatecolor, dentro del proyecto de murales públicos en ese municipio.

Francisco Valverde explica en entrevista que después de haber trabajo por años en arte figurativo se abrió hacia el arte abstracto “en una especie de Drip Painting”. Alude al expresionismo abstracto, en diálogo con el arte cinético de artistas latinoamericanos como Carlos Cruz-Díez y Jesús Rafael Soto:

“Se ha venido revalorando mucho todo ese movimiento; me interesa cómo la historia del arte vuelve a dar oportunidad a otras cosas”, dice. Este arte permite a Valverde abundar en los temas de la pintura como lenguaje y su propia materialidad:

“Tiene que ver con la pintura como concepto. La pintura es en mi caso una especie de registro. Cuando uno hace algo tan repetitivo como utilizar líneas que luego generan ritmos o armonías de color, es un ejercicio de registro de lo que pasa en un tiempo determinado porque intervienen la gravedad, el espacio, hay un movimiento real en el momento en que se construye y unas líneas que se desplazan en el espacio”.

¿Qué representa la repetición?

—El repetir tiene que ver con cosas como que me interesan; hace referencia a paisajes cromáticos que pueden tener connotaciones emocionales y de otro tipo. Ahora que estamos tan llenos de información con lo digital, la pintura nos da oportunidad de registrar de otras formas: es experiencia directa.

¿A qué te refieres con la idea de que el arte regresa?

—El arte vuelve, sobre todo, cuando hay tantas cosas creadas. Por lo mismo de “¿qué se puede hacer nuevo?” Más que nuevo, hay que hablar de la reconfiguración, de volver a recordar y a registrar. Es una especie de viajar en el tiempo, y la historia nos sirve para revalorar. La historia regresa y más ahora. El momento en que puede durar algo —que es una idea muy postmoderna de las cosas— es casi efímero.

Me llama la atención tu interés por recuperar el arte cinético. ¿Por qué crees que en México no tuvo la relevancia que en América del Sur?

—Es cierto, la importancia, el eco que tuvieron estos artistas en otros países fue mucho más grande. En México hemos tenido una escuela más tradicional, más basada —hasta cierta época— en la figura humana; después vino La Ruptura, pero aún así era siempre lo reconocible; de ahí llegó el arte conceptual. Pero de este periodo como tal no se habla, el arte cinético dio rostro a algo que era invisible y creo que en México no acaba de entrar nunca.

¿Le dices “no” al arte conceptual?

—No, para nada le digo “no” al arte conceptual. Le digo “no” a los que tienen fobia a la pintura. La pintura es lo que me interesa como lenguaje, lo que no se puede pretender es vivir detenido en el tiempo en una burbuja o en una cápsula, pretender que no hay un observador, que no hay diálogo con el tiempo, con las personas. Parte de lo que pasa fuera de México es que no hay este pleito entre la pintura y lo conceptual. En México se busca esta especie de ‘ser puro’. Las galerías que son muy conceptuales prácticamente matan la pintura… no sé por qué tenemos estas fobias. Creo que debe tener una separación entre si es buena o no, independiente de cómo está hecha.

¿Qué obras presentaste a la Bienal Tamayo?

—Presenté tres obras en este lenguaje cromático de las gotas, del ejercicio de verter pintura y que corra. Lo interesante de la Bienal es que es de pintura y aunque tuvo momentos en que se debilitó, es fuerte y es una buena apuesta para que la pintura pueda seguir buscando reconstruirse o continuar. Es una expresión que no puede faltar.

¿Qué viene en tu agenda?

—Va a haber una exposición en San Francisco, en la galería Slate; en enero voy a la feria de Los Ángeles con la galería Evan Lurie.

¿Qué lugar crees que puede ocupar la cultura en este momento de la relación con Estados Unidos?

—El peso que puede tener la cultura es enorme. Hay muchos artistas haciendo obras para Estados Unidos. Siempre ha habido una presencia fuerte mexicana. Lo complicado es salirse de los estereotipos; por mucho tiempo, muchos artistas estaban catalogados como “latinoamericanos”, pero con un artista lo importante es su obra.

¿Qué te interesa del arte urbano?

—La belleza del arte urbano es que sale de las galerías y es más accesible; lo otro que me interesa es la escala: no es lo mismo un centímetro de amarillo que seis metros. Este arte se sale de la galería que puede tener un contexto muy clasicista, es comercial y hay en ella un filtro, el de quien lo puede pagar. El arte público es para todos.

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