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Ocultos en los rincones, las columnas y los guardapolvos de los conventos del siglo XVI, incluso a los pies de obras muralistas que maestros pintores plasmaron en las paredes de estos recintos religioso, es posible encontrar garabatos y figuras que fueron pintadas de manera clandestina por autores anónimos. Y no son necesariamente pintas, rayones o intervenciones recientes. Se trata de grafitis con más de cuatro siglos de antigüedad.

Según los arqueólogos Elías Rodríguez Vázquez y Pascual Tinoco Quesnel, quienes desde hace varios años se han dedicado a documentar este tipo de manifestaciones, existen conventos en el Estado de México, Morelos, Hidalgo e incluso en Chiapas, cuyas paredes y rincones esconden grafitis que revelan figuras y escenas de la vida cotidiana, de las costumbres, rituales y pensamientos de los habitantes de la época novohispana.

El caso que estos arqueólogos han documentado hasta ahora con mayor profundidad es el del ex convento franciscano de Tepeapulco, en Hidalgo, sitio que habitó el propio Fray Bernardino de Sahagún entre 1558 a 1560, mientras recopilaba datos para su Historia General de las Casas de la Nueva España.

Lúdicos, expresivos, a veces irreverentes, esos grafitis novohispanos tallados con objetos punzocortantes recrean desde fiestas rituales, como las de Corpus Christi con sus mojigangas, caballeros, toreros, palos voladores, castillos pirotécnicos, procesiones de santos y vírgenes, hasta ejecuciones por prácticas de brujería y escenas de sexo. Hay también representaciones de soldados españoles, personajes del clero o tamemes (cargadores indígenas), incluso seres fantásticos, como santos, brujas voladoras, diablos, sirenas.

Al tratarse de ilustraciones clandestinas, poco se sabe sobre las manos que las habrían trazado, probablemente para dejar registro del momento o para expresar sus ideas.

“¿Quiénes eran? Es difícil saber, pudieron haber sido gente del mismo convento, religiosos, gente que estaba de paso por el lugar o, en el caso de las escenas de fiesta, los mismos maestros pirotécnicos que se quedaban a pernoctar en el monasterio”, comenta en entrevista Rodríguez Vázquez, quien junto al arqueólogo Pascual Tinoco Quesnel ha documentado y clasificado las figuras halladas en el recinto hidalguense en el libro Graffitis Novohispanos de Tepeapulco, Siglo XVI.

Ese volumen, que recientemente fue presentado en la Dirección de Estudios Históricos del INAH y se dará a conocer en diciembre en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, es uno de los primeros pasos de un proyecto más amplio sobre arqueología histórica que los especialistas pretenden llevar a cabo próximamente para identificar los grafitis en otros conventos de Hidalgo, Estado de México y Morelos.

Por mucho tiempo, explican los investigadores, estas figuras han pasado desapercibidas a la vista de los visitantes, por el mal estado de conservación en que se encuentran o porque los propios curas han mandado a taparlos con cal o pintura porque consideran que son dibujos actuales. Por ejemplo, en los años 90, recuerda Rodríguez Vázquez, el cura de Tepeapulco mandó a repintar de rojo el guardapolvo para ocultar los grafitis.

“Son dibujos vulnerables que hay que proteger y que no se les ha dado el valor histórico”, dice Tinoco Quesnel.

Ese valor, explica Rodríguez Vázquez, radica en que estas manifestaciones funcionan como una herramienta histórica, ya que dan cuenta de las expresiones, la vida cotidiana de “personajes de a pie” de la época novohispana. “Nuestro trabajo se hace desde la arqueología histórica. En ese sentido, los grafitis ayudan a acercarnos a una especie de microhistoria, una historia local, no conocida, a través de los dibujos de personas anónimas, gente común y sencilla”.

La documentación. En el caso de los grafitis de Tepeapulco, debido al estado de conservación, los arqueólogos registraron cada una de las figuras y escenas mediante la técnica de calcado sobre papel poliéster. “Fue un trabajo de cuatro meses, calcándo a detalle cada figura, a veces a ras de piso”, recuerda Rodríguez Vázquez.

Por su parte, el arqueólogo Tinoco Quesnel comenta que para asegurarse de la datación de esas figuras retomaron el estudio y catalogación de grafitis novohispanos en conventos mexicanos que la historiadora de arte italiana Alessandra Russo ha estado realizado desde 1998. Comenta que incluso uno de los grafitis identificados por ella corresponde a una rúbrica que muestra el año 1595.

“También realizamos análisis comparativos del estilo de los personajes y figuras trazadas con las que se encuentran en documentos históricos de la época, como el Códice Florentino”.

El propósito de este trabajo, coinciden los investigadores, fue explorar los temas que se pueden ver en los grafitis de Tepeapulco y, sobre todo, dar a conocer la existencia de estas manifestaciones y revalorarlas.

Gracias a este trabajo, comentan, en ese pequeño pueblo, ubicado a 49 km de Pachuca, los autoridades civiles y religiosas han comenzado a tomar conciencia de la importancia de preservar y difundir esas expresiones. “Ahora ya los mencionan dentro del tour turístico que ofrecen por ese lugar. Así quizá se puedan revalorar mejor”, dice Rodríguez Vázquez.

Otro de los aportes de esta investigación, que se ha realizado de manera independiente, es que se trata de uno de los pocos estudios en México que abordan esta expresión en espacios religiosos, ya que si bien existen trabajos que documentan los garabatos y grafitis en ciudades de Mesoamérica, sobre todo en la zona maya, hasta ahora, se ha dicho poco sobre los de la época novohispana, incluso los que corresponden a la época moderna.

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