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La fiesta terminó y hoy, a 35 años de su fundación, el Premio Nacional Guillermo Arriaga, conocido como INBA-UAM, que reconoce a lo mejor de la danza nacional, no sólo sobrevive en un ambiente de suspicacias y cuestionamientos, también ha puesto sobre la mesa la necesidad de revisar su estructura, pero sobre todo la necesidad de discutir y reflexionar sobre el quehacer dancístico nacional.

El Premio INBA-UAM, el máximo galardón que se otorga a la danza en México, fue, de acuerdo con el crítico de danza Juan Hernández, un lugar de encuentro, una fiesta de la danza, un sitio al que se acudía a ver el rumbo que estaba tomando la danza contemporánea mexicana y, en particular, las búsquedas de los artistas. Era, pues, un pulso del desarrollo del arte coreográfico en el país.

En su última edición, celebrada hace unos días en la ciudad de Torreón, se declaró desierto. El suceso ha provocado la reacción de los creadores, intérpretes, maestros y académicos, quienes han cuestionado al jurado y a las bases del galardón.

Ante el fenómeno, el INBA, a petición de EL UNIVERSAL, manifestó que la postura institucional es de respeto absoluto a la decisión del jurado. “No obstante, de acuerdo con las recomendaciones del propio jurado, la Coordinación Nacional de Danza convocará a un foro de reflexión con la participación del gremio dancístico para definir cuál debe ser el futuro del premio”, explicó el departamento de Comunicación Social del instituto. Aunque no precisó cuándo se realizará, ni los términos, la discusión ya inició en redes sociales.

Un galardón para todos

El premio fue convocado por primera vez en 1980. No ha estado exento de cuestionamientos y de polémicos cambios en la convocatoria que, de acuerdo con críticos, responden a una falta de claridad respecto a los objetivos del mismo, a la ausencia de una política estatal respecto a la cultura, en este caso específico a la danza, y a la continuidad en las iniciativas.

Los montos también han cambiado durante los últimos años. En 2011 el premio a la mejor propuesta fue de 350 mil pesos, el coreógrafo ganador fue Jaciel Neri por la coreografía Nosotros. Además, para mejores intérpretes, masculino y femenino, el monto era de 25 mil pesos; para la mejor iluminación y música original, 20 mil; y un premio de la crítica por 50 mil. En total se daban 490 mil pesos de estímulo a la comunidad.

Al año siguiente y desde entonces, el monto es de 200 mil pesos, se retiró el premio de la crítica, se aumentó el monto a mejores intérpretes y quedó en 35 mil, se retiró el reconocimiento a música original y quedó sólo para iluminación, por 25 mil pesos. En suma, 320 mil pesos, es decir, 170 mil pesos menos que en 2011.

Para la crítica e investigadora Hayde Lachino, el galardón adolece de dos problemáticas. La primera tiene que ver con que un mismo concurso pone en escena estéticas tan diferentes. “En México sólo haya un Premio Nacional de Danza con el que se tiene que validar una práctica tan diversa. Un segundo problema tiene que ver con que estamos pasando por una crisis generalizada de la danza”.

Con ella coincide la maestra Cora Flores. “En esta edición había tantos bailarines tan maravillosos, haciendo cosas que técnicamente uno ni se imaginaba; me dolió lo que sucedió. Había cinco finalistas, una de ellas era Patricia Marín y era la primera vez que participaba; a su lado estaba Jaime Camarena con una larga trayectoria en la danza; no me parece que los dos tengan que competir entre ellos. Lo que pasa con la danza es síntoma del país, espero que no repercuta en su desaparición”.

La maestra Rocío Barraza, creadora del grupo Danzadance que funciona como una red internacional de profesionales y estudiantes de la danza, apunta otra debilidad del galardón. “Todo queda entre amigos. Fulanito trabaja con fulanita y ella con sutanito, los tres participan, son amigos y ganan. No hay apertura para que coreógrafos nuevos, con poca experiencia se inscriban. Si a eso sumamos que fulanito tiene beca, se gana el premio y sus amigos también, pues no hay seriedad, se presta a malas interpretaciones que se presenten los mismos y ganen los mismos. Aun así, creo que el premio se debió entregar, fue un error político no darlo”.

Juan Hernández va más allá del presunto amiguismo. “Uno de los problemas que enfrenta el premio es que el jurado esté integrado por coreógrafos que en otras ediciones han sido participantes y que en ediciones futuras pueden volver a serlo. Un asunto delicado que debería revisarse, toda vez que ser juez y parte resta credibilidad a cualquier proceso que implique un juicio sobre el quehacer de los pares”.

Así, lamenta Hernández, lo que ha ocurrido en los últimos años ha sido un deterioro del modelo del Premio. “La fiesta de la danza pasó a ser una especie de trámite burocrático, una actividad más para contabilizar en los informes de las instituciones encargadas de operar la política cultural en materia de danza. La pérdida de credibilidad, la falta de difusión, la repercusión prácticamente nula del mismo en términos de visibilidad social, ha disminuido su importancia”.

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