Recientemente Richard Brody, el indispensable crítico de The New Yorker, equiparó a Tres anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) con la película de terror Jigsaw: el juego continúa (Jigsaw, 2017). Hasta este punto de su reflexión —apenas el planteamiento— estoy más o menos de acuerdo. Las dos películas son fantasías violentas decididas a complacer las pulsiones más sádicas del espectador. Tres anuncios por un crimen —no está de más aclararlo— lo hace mucho mejor que Jigsaw. Pero Brody continúa su argumentación bajo el influjo del pánico moral y crea una distinción con la que estoy muy en desacuerdo. Para él la cinta del director irlandés Martin McDonagh ejecuta sus intenciones bajo un disfraz de rectitud moral, es decir, Tres anuncios por un crimen intenta decirnos algo importante sobre cómo emplear la violencia y cuándo la venganza es en realidad justicia. ¿Esa era la intención de McDonagh? Ni idea, pero basado en cómo funciona el arte narrativo en general, y la carrera de McDonagh en particular, mi interpretación se distingue mucho de la de Brody.

Ya desde su primer largometraje McDonagh se dibujó a sí mismo como una especie de Tarantino europeo. En Brujas (In Bruges, 2008) es una historia de crimen donde un par de asesinos a sueldo tienen conversaciones tan memorables como la de Jules y Vincent sobre los McDonald’s holandeses en Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994). También son igual de superficiales. Ni Tarantino ni McDonagh parecen interesados en mucho más que la originalidad de lo que se dice y de la forma de expresarlo. El objeto de su cine es lanzarse a capturar y representar lo cool, que es, en la vida y en la ficción, una máscara. Es claro, entonces, que ninguno de estos dos directores aspira al realismo de un John Cassavetes. Si comparamos los diálogos y la acción en las películas de los primeros dos con las del maestro naturalista, descubriremos, por un lado, un enorme cálculo en todas las decisiones desde el lenguaje hasta la entonación. Los personajes de Tarantino y McDonagh no sólo dicen cosas fuera de lo común sino que además las recitan. Cassavetes, por el contrario, hace películas cuyas escenas parecen tan cotidianas que lastiman. El tiempo se aproxima a una duración real y los diálogos son tan sofisticados como las lágrimas de una mujer solitaria.

Entonces, comprendiendo que las películas de McDonagh son fantasías de venganza como las de Tarantino, tomarlas como argumentos serios es, para mí, malinterpretarlas. Pero, ¿no podrá ser la gravedad de los temas de McDonagh la que nos intenta advertir de su seriedad?

Tres anuncios por un crimen narra la historia de Mildred (Frances McDormand), una mujer de ojos entrecerrados que en vez de caminar, marcha. Cómo ser de otra forma si un criminal impune violó a su hija y después la incendió hasta morir. El jefe de policía Willoughby (Woody Harrelson) es un buen hombre pero también es incapaz de encontrar al asesino. Cuando Mildred renta tres anuncios en la carretera para exigir justicia, el aprecio del pueblo por el jefe Willoughby se torna en violencia contra Mildred. No se me ocurre una historia más seria, pero McDonagh, con su desconcertante sentido del humor y su forma de impactar a la audiencia con escenas violentas, da la impresión de querer representar nuestras fantasías sobre lo que haríamos en el lugar de Mildred. ¿Qué otra cosa podríamos esperar de un director que mostró a un niño asesinado en su primer largometraje y que construyó una comedia negra alrededor de esa imagen?

No puedo contar mucho de cómo se desarrolla la trama sin arruinar algunas sorpresas, pero también es importante notar el rol de Dixon (Sam Rockwell), un policía racista a quien vemos arrojar a un hombre de una ventana en un memorable plano secuencia. Si recurrimos al estereotipo, estas personas son los votantes de Trump. McDonagh, según la lectura de Brody, estaría intentando redimirlos no a partir de la complejidad y la empatía sino mediante la rectitud de su violencia. Pero si, como ya lo mostramos, McDonagh no aspira a la verosimilitud o la profundidad, ¿está diciéndonos todo esto en tono serio?

El gran poeta romántico Samuel Taylor Coleridge habló de una fe poética que a partir de él se conoce como suspensión de la incredulidad. Según él los autores deberían poder integrar cualidades verdaderas, humanas, en criaturas fantásticas para que los lectores se pudieran identificar con ellas. También escribió que William Wordsworth exaltaba lo extraordinario en lo cotidiano mediante un aparato contrario, y es eso lo que hacen cineastas como McDonagh. La gente y las locaciones podrán parecer reales en sus películas pero hay algo en la forma de hablar, en las exageraciones, que revela una fantasía. En una edad tan obsesionada al mismo tiempo con el realismo y el moralismo, es natural que muchos busquen ambos en el cine, pero si sólo admitiéramos eso como gran arte, ¿qué pasaría con la materia de la que están hechos los sueños?

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