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Los labios de  apenas se despegan cada vez que habla ante los medios. Sus gestos de falso retrato semejan a un ventrílocuo que da vida a un muñeco soberbio con arrebatos de genio.

Todo es futbol americano para Belichick. Ofensivas, defensivas, equipos especiales son vocabulario que nadie domina como él. Pero cuando la pregunta incomoda, es difícil saber si el Monje es quien pronuncia las palabras e incluso si respira por su gesto congelado.

Así es él. Belichik se vuelve su propio muñeco. Voltea a los lados y encuentra su inimitable habilidad para responder lo obvio. Poco o nada contribuye para obtener información.

“Estamos en Minnesota”, dijo ayer sobre la diferencia del Super Bowl LII con el resto en los que ha estado.

Belichick suma 10 Super Bowls. Antes de sus siete apariciones como entrenador en jefe de los Patriots, asistió a tres como coordinador defensivo (dos con los Giants y uno para los Patriots).

El head coah de Nueva Inglaterra es coleccionista de Super Bowls,pero no encuentra familiaridad con nada.

Su forma de contestar puede ser tomada incluso como cómica por las obviedades o el enredo en el que logra meter a sus interlocutores para al final no decir nada.

Por más que quiera aparentar, Belichick no está muerto por dentro. Tiene el instinto de ventrílocuo asesino que en silencio ya derrotó a cinco entrenadores diferentes que llegaron a un Super Bowl: Mike Martz (Rams), John Fox (Panthers), Andy Reid (Eagles), Pete Carroll (Seahawks) y Dan Quinn (Falcons).

“Tengo un gran respeto por Doug Pederson, es un entrenador que ha hecho las cosas bien con Filadelfia”, murmuró Belichick respecto a quien podría ser su próxima víctima

Ningún head coach tiene más victorias en el Super Bowl (5), triunfos en postemporada (28) o juegos de Playoffs (38). Esa es la gracia de Bill. No risas, no dramas. Casi todo va en la misma línea en su vida.

El éxito de Belichick mantiene su trabajo seguro, aunque su actitud arrogante a veces provoque que el dueño de Pats, Robert Kraft, quiera correrlo.

No por nada Kraft es millonario. No mezcla la pasión con los negocios y deja que el ventrílocuo haga su espectáculo en el que el muñeco casi siempre gana.

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