El Frente Amplio por México (FAM) avanza y el paisaje político repentinamente se ha llenado de bocanadas de aire fresco. Y es que, sin duda, el FAM es el mayor logro de armonización de esfuerzos entre partidos y ciudadanos sin filiación partidista más relevante en la historia de nuestro país. No obstante, este logro será efímero si ambas partes no delineamos hacia dónde queremos dirigir nuestra democracia y el sistema político.

El ejercicio del FAM nos permite visualizar cómo sería, en términos operativos, una Coalición Electoral que, al triunfar, se convierta en un Gobierno de Coalición y en una Coalición Legislativa. Se trata de un gobierno plural que integre las plataformas de los distintos partidos y se nutra permanentemente de la visión de la ciudadanía, para procurar su respaldo en procesos electorales y durante el ejercicio de gobierno.

Pero, ¿es esto posible en el México actual? Por supuesto. Sin embargo, la piedra angular de esta relación es clara: el respeto. Es crucial que los partidos respeten la independencia de los ciudadanos que no desean militar en ninguno de ellos. De igual manera, estos ciudadanos deben respetar la identidad partidista, la ideología y las reglas, tanto escritas como no escritas, que rigen la vida interna de quienes somos miembros de algún instituto político y que también somos ciudadanos.

Cualquier partido o coalición que pretenda acceder al poder tiene que compartir, en alguna proporción, la cosmovisión general de la sociedad a la que aspira gobernar, ya que solo eso genera las condiciones para construir una mayoría electoral. En ese sentido, los partidos en la oposición debemos incorporar una perspectiva ciudadana a nuestra visión para estar a la altura de los problemas que el oficialismo ha exacerbado.

De igual forma, los ciudadanos no militantes deben reconocer el valor de los partidos con presencia nacional, bases político-electorales, financiamiento público, y otras fortalezas presentes en cada partido del FAM.

En el México actual ningún partido opositor puede, por sí mismo, ganar una elección nacional mirando solo hacia su militancia, como tampoco pueden hacerlo los ciudadanos independientes sin el respaldo de uno o varios partidos.

Ante ello, un terreno obvio para que esta alianza madure y se consolide hacia el futuro es el Frente Amplio por México, el cual podría convertirse en una instancia legal e institucional permanente.

El FAM, por lo tanto, debe institucionalizarse a largo plazo para formalizar la ciudadanización de la competencia electoral, no como una necesidad coyuntural de los partidos —que deberán mantener su identidad y vida interna—, sino como la evolución natural de la transición democrática; una basada en una nueva relación entre partidos y la ciudadanía organizada, y diseñada para reducir las tensiones internas de —y entre— los partidos. Parafraseando el lema de la Unión Europea: unidos en la diversidad.

Para lograr esto, la respuesta radica en la transformación del FAM en la nueva ágora de la democracia mexicana. Sería el equivalente operativo al Seminario del Castillo de Chapultepec, aquel foro entre ciudadanos, intelectuales e integrantes del PRI, PAN y PRD, cuyas propuestas alimentaron la histórica Reforma Electoral de 1996 que afianzó la transición.

El Frente no solo es un instrumento, sino también la semilla de un gran proyecto de evolución nacional; uno en el que la separación de la ciudadanía sin militancia y los partidos no sea solo impensable, sino operativamente imposible.

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