La tranquilidad del Palacio Nacional debe reflejar la de la sociedad mexicana.

Ese es meollo del pensamiento presidencial, la intuición política que lleva al tabasqueño Presidente a defender su territorio como representación de la morada de su cuerpo político que es el de la nación, símbolo de su autoridad que, a su juicio, no debe ser vulnerado por nadie.

Y ante su presencia ocurre el daño simbólico que amaga con incendiar las puertas del Palacio Nacional, y seguirá el asedio al recinto presidencial porque, como titula su libro la profesora y ex magistrada de paz colombiana Julieta Lemaitre, “El Estado siempre llega tarde”.

Las mujeres que protestan y encarnan las voces de toda injusticia que padecen en el país, no representan un vandalismo sin sentido. Su reclamo exige respuesta a la guerra íntima que viven en sus esferas de vida, que se les impone sin misericordia en la cotidianidad y que se evidencia en las escamas de la vida pública, como una depredación permanente que las victimiza y las niega.

Tocan las puertas del Palacio Nacional, pero en realidad, tal vez quieren detener el reloj presidencial, para que mire cómo campea la impunidad socio criminal, política e institucional sobre ellas y cómo el Estado no ha respondido, como se esperaba desde hace decenas de años.

Los adversarios del Presidente han visto agua para su molino en el movimiento anti violencia de género para lavar sus rostros, pero sus demasiadas máscaras impiden vitalidad a la política fosilizada y partidista.

¿Ha logrado la ofensiva feminista despertar la atención que merece?

Por ahora es posible dar su lugar a algunos cristales:

- La revolución mundial de las mujeres avanza incluso en México, aunque su magnitud, intensidad e interiorización se ha buscado desvirtuar desde hace décadas.

- Es notorio el suspenso creado por la agenda del feminismo y la convocatoria al paro nacional en la familia presidencial.

- Los episodios de violencia de género empañan la percepción pública sobre la política de seguridad en el país, por sus efectos múltiples sobre el funcionamiento de instituciones y gobiernos locales, a nivel de la capacidad de respuesta de la Fiscalía capitalina en el caso de la niña Fátima, el caso de la UNAM donde se mantienen más de 12 entidades de preparatoria y facultades anudadas en torno a la problemática así como los testimonios precedentes y recientes de violencia brutal de género sobre mujeres, niñas y jóvenes, lo que cultiva temores sociales que favorecen la movilización, la protesta y ahora la desmovilización y el silencio ante este flagelo.

Las recientes han sido semanas importantes sobre el feminismo en la agenda pública presidencial, que no debe apostar a sacudirse del tema, porque es un asunto de Estado que otros gobiernos lograron mantener diluido.

Por ahora, ya hay consecuencias inmediatas sobre la popularidad presidencial en torno al manejo de la violencia de género, pero lo que pueda dañar al Palacio Nacional no es el fuego en las manos de un grupo de damas y jóvenes, encapuchadas o no, porque el tema de fondo es que exigen que se ponga fin a las desigualdades sociales traducidas en violencia intestina, al silenciamiento, a la impunidad que las acecha y revictimiza desde la esfera privada hasta la institucional.

No están tocando la puerta presidencial no para exhibir al Presidente, sino para evidenciar que han estado expulsadas de la política de Estado, para dejar en claro que ellas no creen que esté avanzando el reloj de la pacificación; por eso una nueva visión en el presidente AMLO hacia la comprensión de las prioridades históricas de las mujeres mexicanas del siglo XXI, se volverá clave para evitar que circule fuego al interior de Palacio Nacional, que puede consumir a su gabinete y a su fiscalía federal, a la política institucional de Estado sobre violencia de género y cuidados sobre las mujeres que desde la SEP, la UNAM y los gobiernos locales debe estarse produciendo desde hace mucho tiempo.

Sí, el no detener o revertir la espiral de violencia objetiva y la percepción social del dominio de la criminalidad y la vida narca, más la suma de feminicidios e infanticidios, sugiere que se están creando correas de transmisión de la violencia en el país y los procesos de orfandad socio familiares cada vez más evidentes, hacia un oleaje de mayor violencia de género y episodios de deshumanización contra quienes son más vulnerables.

No es México un Estado vacío. No se ha llegado al problema del acoso y la violencia de género sin una historia de lucha, sino que diversas instituciones y comunidades se estén replanteando relaciones, lazos, reglas y legitimidad de autoridades, con el coraje, ira, determinación, resistencia y conflictos que todo cambio social necesario debe suscitar.

Por eso las palabras del Presidente y de su esposa así como las acciones de Estado que se potencien contra la violencia que padecen las mujeres, serán cada vez de mayor escrutinio y vital importancia, porque se asocian a la existencia o no de un compromiso con el sufrimiento, las ofensas, las violencias y las omisiones de Estado que sufren y entrañan, no sólo a quienes se expresan en las calles y a las puertas del Palacio Nacional, sino a todas.

Todas ellas, aunque con métodos y metas diversas en sus esferas de vida, expresiones y movimientos, están listas para la insurgencia cívica así como para la reforma de raíz y la transformación pacífica de las instituciones, mientras el precio del dolor impune en el país se eleva y la crueldad de los victimarios no reviste límites y los temores trasminan a todas los segmentos sociales.

En el paro nacional del 9M convocado por las Brujas del Mar, se asoma lo que la filósofa y psicoanalista Cynthia Fleury denominó ética del coraje “que se presenta en la intimidad del sujeto de valor con su propia consciencia y que se expresa en la calidad de su compromiso público: uno puede estar solo, incluso en contra de otros, pero este gesto siempre conserva una calidad de conexión con la comunidad, siendo valiente a veces soportando, a veces rompiendo las reglas”.

La revolución de la mujer y el feminismo en el siglo XXI implican un nuevo sistema de vida que busca impulsar nuevas prácticas éticas, sociales, políticas e institucionales: el tema de la igualdad de género no es un asunto sólo de mujeres y LGBTTIQA, es un tema de varones de todas las generaciones frente al que debemos asumir el cómo históricamente nuestra especie ha tenido la balanza a nuestro favor, comprender el peso de los hechos y actuar en consecuencia.

Las mujeres no son ni representan un adversario político electoral ni la oposición política al Presidente y a su régimen; por ahora, representan voces, emociones y conciencias múltiples y anónimas que ya no están dispuestas al silencio y no aceptan la disimulación y traición en sus interlocutores, sean autoridades educativas, funcionarios públicos del sistema de seguridad o gobernantes.

Si la 4T busca construir un nuevo modelo de sociedad con un proyecto humanista, ahí tal vez reside su vínculo íntimo con las desigualdades sociales que reclaman los movimientos pro igualdad de género y feministas.

A diferencia del mandato libre conferido por las urnas en el que el gobernante puede hacer a su juicio lo que debe y quiere, el reclamo social feminista se acerca mucho a un mandato imperativo, donde el gobernante debe actuar de acuerdo a los deseos expresos de las gobernadas, por lo que el gobierno en todos sus niveles, tiene que saber encauzar su presencia, porque se le puede atribuir todo lo que no se ha hecho o deshecho ante un fenómeno social tan complejo que seguirá en la agenda pública.

Estamos ante una agenda de múltiples exigencias ante la que son claves los resultados de la estrategia de seguridad pública en el país, el diseño de nuevas políticas de alcance nacional y el impulso de una ética de cuidados de Estado con las mujeres, para las que resultan insuficientes las penas máximas de encarcelamiento, los protocolos, los presupuestos públicos y los organismos de gestión y atención de las incidencias de violencia de género.

Sí, parte de la erradicación de la violencia de género pasa por la profesionalización del sistema de justicia y seguridad y el de educación pública y por lo tanto, por la reconstrucción desde la esfera familiar y escolar de una sociedad que no devalue las mujeres y el impulso de una cultura de masculinidad positiva.

Debemos avanzar social y políticamente en el sentido del espíritu democrático de Thomas Mann, citado por Rob Riemen:

“una democracia verdadera, es una sociedad y un gobierno que están completamente imbuidos en la idea de la dignidad de las personas, de cada ser humano. Dada la debilidad humana, dadas nuestra ignorancia y nuestra estupidez y nuestros miedos y odios y todo lo que nos hace tan pequeños, nunca debemos olvidar cuál es la grandeza del ser humano, que encuentra su expresión en las artes y en la ciencia y en la verdad, en la justicia, en la libertad y en la paz. Por ello la democracia siempre debe enfocarse en elevar al pueblo, a la gente. Quiero que la gente ascienda a ese nivel, y por ello hace falta educación”.

El desafío del ejercicio de los derechos y las libertades de la mujer en todo espacio relacional y de convivencia no es el rompimiento, sino el trato digno, sin abuso de poder y sin violencia mutua, siendo necesario a su vez “un modelo de relación de no discriminación y una cultura de igualdad en la diferencia” (Ángela Aparisi).

A las puertas de Palacio Nacional llegó la antorcha y seguirá merodeando, tocan por ellas como ciudadanas para que el Estado no llegue tarde, para que se aborde en todas sus dimensiones lo que padecen como una vida civil sin Estado: violaciones a sus derechos humanos, formas extremas de desigualdad, discriminación, orfandad y desprecio sociales.

Nobleza social de Estado y nobleza presidencial obligan.

Twitter: @pedroisnardo

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