En 2016, Yuval Noah Harari, destacado historiador israelita, afirmó que el fin de las epidemias, la hambruna y las guerras haría factible el establecimiento de una “nueva agenda humana”.

…es probable que los próximos objetivos de la humanidad sean la inmortalidad, la felicidad y la divinidad. Después de haber reducido la mortalidad debido al hambre, la enfermedad y la violencia, ahora nos dedicaremos a superar la vejez e incluso la muerte. Después de haber salvado a la gente de la miseria abyecta, ahora nos dedicaremos a hacerla totalmente feliz. Y después de haber elevado a la humanidad por encima del nivel bestia de las luchas por la supervivencia, ahora nos dedicaremos a ascender los humanos a dioses, y a transformar Homo sapiens en Homo Deus. (Harari, 2016, p. 32).

La transformación de los Homo sapiens en Homo Deus no será inmediata, incluso, quizá ni siquiera resulte factible.

En materia de epidemias, el afamado autor de best sellers pasó por alto nuestra elevada biopeligrosidad como especie.

En cuanto al fin de guerras, la reprobable invasión de Rusia a Ucrania nos instaló ante el delicado escenario de un conflicto que peligrosamente podría escalar a nivel mundial.

Por lo que respecta al hambre, las profundas desigualdades en la distribución de la riqueza, disipan las esperanzas de impedir que cientos de personas continúen muriendo cada día por carecer de alimentos.

No solo las premisas de Harari para fundamentar la nueva agenda humana se han desmoronado; además, será necesario postergar el cumplimiento de los objetivos que Naciones Unidas propuso para el año 2030 en materia de Desarrollo Sostenible, destacando el propósito de erradicar el hambre y la pobreza en el mundo.

La realidad se ha empeñado en refutar el optimismo de Harari, quien quizá olvidó que el futuro nunca sigue una línea recta. El azar y la incertidumbre se encargan de darle rumbo.

En un texto reciente publicado en The Guardian, Harari, mejor historiador que profeta, desarrolló interesantes argumentos para concluir que Vladimir Putin ha perdido esta guerra.

“El sueño de Putin de reconstruir el imperio ruso siempre se ha basado en la mentira de que Ucrania no es una nación real, que los ucranianos no son un pueblo real y que los habitantes de Kyiv, Kharkiv y Lviv anhelan el gobierno de Moscú. Eso es una completa mentira: Ucrania es una nación con más de mil años de historia, y Kiev ya era una gran metrópolis cuando Moscú ni siquiera era un pueblo”, afirma Harari.

Ucrania se declaró un país independiente del bloque soviético en 1991. Es un Estado soberano. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, parece vivir obsesionado con la necesidad de instaurar el imperialismo postsoviético

Putin -destaca Harari- estimaba que una operación relámpago le permitiría tomar el control de Ucrania e imponer a un gobierno títere. Además, consideró que para evitar el escalamiento del conflicto, la OTAN no enviaría tropas para ayudar a Ucrania, y que la dependencia del crudo y del gas ruso, haría dudar a potencias europeas, como Alemania, de la pertinencia de imponer sanciones a Rusia.

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Putin definitivamente se equivocó al subestimar la resistencia que el pueblo ucraniano ha ofrecido. Su presidente, Volodímir Oleksándrovich Zelenski ha ganado el respeto y la admiración mundial. En “la guerra de las imágenes”, Putin es el gran perdedor

El presidente ruso, quien dispone de reconocidos hackers a su servicio, soslayó la importancia de Internet y de las redes sociodigitales.

A diferencia del frente real, donde se libra una invasión, en el ciberespacio se desarrolla una guerra, y los ucranianos no están solos.

En la invasión a Iraq -Operation Iraki Freedom- que dio inicio el 20 de marzo de 2003 por órdenes del presidente estadounidense George Bush Jr., los principales caneles de noticias de la televisión por cable observaron un rol protagónico en el flujo informativo.

Hoy las noticias sobre el desarrollo de la ofensiva rusa en Ucrania circulan principalmente a través de plataformas digitales como Twitter, Facebook e Instagram, aunque algunos voceros de CNN se empeñen en afirmar lo contrario.

Desde Ucrania, las redes sociodigitales nutren de contenidos a cadenas informativas como CNN y, a los medios de comunicación convencionales, desbordados por la abundante información que circula a través de las plataformas digitales.

Todos los días, cientos de pequeños clips son compartidos desde cuentas en Ucrania y, desde cualquier rincón del mundo. La guerra de las representaciones también es guerra, y en ella Rusia y su presidente no precisamente resultan aclamados.

Como en toda guerra, por supuesto circulan en Internet noticias falsas, como el “Fantasma de Kiev”, un mito asociado con un piloto de guerra ucraniano, a quien fue atribuido derribar varios aviones rusos.

En toda guerra, son indispensables los héroes, y el presidente Volodímir Oleksándrovich Zelenski ha conseguido desempeñarse como un formidable estratega mediático y, por supuesto, el líder que mantiene en alto la moral de una nación agredida.

Zelenski emplea con formidable naturalidad las redes sociales. Se muestra como un sujeto accesible, a diferencia de Putin, arrogante, prepotente, ajeno al mundo de las redes sociodigitales.

En ese complejo espacio de representaciones, Putin luce como un auténtico desadaptado. Su obsesiva nostalgia por la vieja grandeza soviética le instala fuera de esta era.

Los rusos, afirma atinadamente Harari, pueden conquistar Ucrania y perder la guerra. Asegurar el efectivo control sobre el pueblo ucraniano no será sencillo. La resistencia ucraniana resultará muy costosa a los rusos.

En el pueblo ucraniano, Putin ha forjado odio y, como destaca Harari, el odio es un sentimiento que puede sostener una resistencia durante generaciones.

“No será el nombre de Mikhail Gorbachev escrito en el certificado de defunción del imperio ruso: será el de Putin. Gorbachov dejó a rusos y ucranianos sintiéndose como hermanos; Putin los ha convertido en enemigos y ha asegurado que la nación ucraniana se definirá a partir de ahora en oposición a Rusia”.

Las sanciones impuestas a la economía rusa son considerables, posiblemente más profundas de lo que Putin había estimado. No se restringen a lo estrictamente económico, se prolongan al deporte y al imaginario del arte.

El mundo, los gobiernos, las marcas, personajes toman distancia de un gobierno asesino. Los oligarcas rusos, socios y cómplices de Putin, han perdido ya 126 mil millones de dólares. En Rusia misma, deben cuestionarse si ha valido la pena poner al mundo al vilo de la “destrucción mutua asegurada”.

Las sanciones incluso podrían extenderse a Internet; sin embargo, la posición de ICANN -Internet Corporation for Assigned Numbers-, organismo central en la gobernanza de Internet, parece tibia.

El primer Viceprimer Ministro de Ucrania, Mykhailo Federov, formalmente solicitó a ICANN sancionar a Rusia, revocando los dominios de nivel superior.

En respuesta a la petición del gobierno de Ucrania, el CEO de ICANN, Göran Marby, afirmó que el organismo apuesta por “mantener la neutralidad y actuar en apoyo de Internet global”; además, los cambios unilaterales, afirmó, afectarían la interoperabilidad global de Internet.

Si bien ICANN no cortará los enlaces DNS, ello no significa que los rusos tengan acceso ilimitado a Internet. Cogent Communications, operador de red troncal de Internet con sede en Estados Unidos, está cortando el servicio en Rusia.

Además, el gobierno de Putin decidió bloquear en Rusia a Twitter, Facebook, varios sitios de noticias y las principales tiendas de aplicaciones.

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