Una palabra recorre a la Universidad Nacional: estabilidad. Enuncia un valor que se considera supremo. Se afirma que es la tarea central de la persona que sea designada para ocupar la rectoría, y se halla como denominador común, expresa o implícitamente, en la mayoría de las opiniones y los programas de trabajo (16 de 17 aspirantes) que se han conocido.

Nadie, en su sano juicio, puede argumentar que la estabilidad de la UNAM sea innecesaria. El problema radica en el sentido que se le dé a esa noción. Por estable se puede entender —y con frecuencia se hace— que haya continuidad de lo establecido: la defensa del estatus quo para que nada se mueva o cambie. El mejor rector o rectora será quien asegure la paz (relativa) producto de los equilibrios y pactos logrados entre los grupos de poder que se han cristalizado a lo largo del tiempo.

Esa noción de estabilidad es equivalente a la permanencia del modo de hacer las cosas: hacer más de lo mismo, como garantía de que no pasará nada que pueda modificar, ni un ápice, la estructura y los procesos acostumbrados. Evitar el cambio a toda costa conduce a la inmovilidad.

Hay otro sentido de estabilidad. Se asemeja a andar en bicicleta: la estabilidad del ciclista depende de la cadencia adecuada del movimiento y en colocar la mirada no en el manubrio, o los pies en los pedales, sino en el horizonte, en la ruta que implica contar con rumbo. Si no hay dinámica, la estabilidad consiste en quedarse estacionado. Es estar sobre la bicicleta, sí, pero para ir a ningún lado. La UNAM está inmersa en un mundo que cambia, en un país que se mueve; más aún: es el lugar social donde se aprecia con mayor claridad la velocidad con la que el conocimiento fluye y nunca se queda quieto so pena de convertirse en dogma.

Diecisiete personas fueron reconocidas por la Junta de Gobierno como universitarias y universitarios que cumplen con los requisitos para aspirar a la rectoría. Sólo una de ellas, el Dr. Imanol Ordorika, ha propuesto, como eje de su proyecto, que para que la UNAM tenga futuro, una vida académica más plena y mejor organizada, y colabore más a la resolución de los problemas que agobian al país, es imprescindible cambiar. La estabilidad, dice, será producto del cambio pautado, prudente, organizado con paciencia y escucha.

Sostiene que, a través de procesos de consulta, diálogo y acuerdos, los integrantes de la comunidad pondrían al día a la UNAM en cuanto a la relevancia de la docencia (sin detrimento de la investigación y la difusión de la cultura), la equidad de género y la erradicación de la violencia, así como ampliar los espacios de participación efectiva, no sólo formal, de estudiantes y personal académico en la conducción y gobierno de la Universidad.

Del conjunto de aspirantes es quien, con nitidez, en las visitas que ha hecho a muchas entidades de la UNAM, sin excluir a las prepas y los CCH, da preminencia al cambio como condición de posibilidad para una universidad contemporánea acorde con la movilidad de otras dimensiones de la vida social con sus retos y dilemas. Sería interesante, considero, que la Junta de Gobierno, al emitir los nombres de las personas que serán entrevistadas, lo incluya y escuche sus propuestas. Es una voz distinta que apuesta, en la dinámica que implica el cambio razonable y consensado, a que el país tenga la UNAM que requieren nuestros tiempos. Ojalá no se excluya esa opción en las consideraciones de la Junta de Gobierno en el proceso de designación. Pronto, el 12 de octubre, lo sabremos.

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