Lo bueno, si breve, dos veces bueno. En tiempos de peroratas en que los expertos citan a cuanto libro han comprado —no leído— con el fin de dar evidencia enciclopédica a lo que dicen, sin advertir que los límites entre la seriedad libresca, la solemnidad pontificadora y el sopor frente a lo rimbombante son casi inexistentes, se agradece la profunda belleza de una verdad expresada en pocas palabras, y la variación inteligente de su lugar en las frases.

El miércoles 8 de mayo, hace apenas tres días, en una mesa redonda en torno a temas educativos a la que asistí en El Colegio de México, el maestro Felipe Martínez Rizo propuso una de estas joyas que sólo en apariencia son sencillas: su enunciado, en efecto, no incluye terminajos ni requiere citas a pie de página, pues sintetiza años de estudio, reflexión y una buena cuota de silencio para meditar lo que se dice

Cuando expuso su propuesta de un sistema educativo relevante para nuestro país, dijo lo siguiente: que la educación en México, desde la educación inicial, el prescolar y dos años de primaria, o si quieren 3 —más o menos hasta los 8 o 9 años—, se concentre en aprender a leer, de tal manera que, una vez logrado esto con solidez, cada niña o niño mexicano transite a lo que sigue: leer para aprender.

Me asombró la tranquilidad con la que lo enunció el Maestro Martínez Rizo: lo que tenemos que asegurar en educación, repitió, es que todas y todos los alumnos consigan ese tránsito, ese pasaje fundamental: de aprender a leer, a leer para aprender.

Hay momentos en que lo que se escucha ilumina fuerte, y urge compartirlo a más personas. Propongo que se tome en serio como un eje, el central, en el esfuerzo educativo en el país.

Si aprendemos a leer, no solo a descifrar; si somos capaces de asimilar lo que en, y entre, las líneas un texto contiene; si aseguramos que toda persona en nuestra patria tenga esta capacidad de comprensión en un nivel de fortaleza suficiente, y pueda redactar con arreglo a una decente estructura lógica, pues que entonces venga lo que sigue. Si se domina la lectura en serio, de manera progresiva a su vez, y se acompasa con una escritura ordenada en que se vierta lo que significa lo leído, a lo que podríamos añadir, me parece, otro eje, paralelo: un proceso inteligente de construcción de estructuras lógicas en las que descansa la aritmética y la matemática, contaríamos con las bases para hacernos cargo de todo conocimiento futuro.

El objetivo de aprender a leer, que no se agota en textos en papel, sino en otros soportes; y tampoco se limita a la lectura de palabras, sino a saber leer —es un decir, pero un buen decir— una película, una obra gráfica, un proceso social que ocurre cerca, una manifestación de tantas que ofrece el espacio de la naturaleza, o el empleo creativo de una computadora, esto es, saber leer en varias formas no es un fin en sí mismo, sino el medio más importante para poder aprender cualquier otro tema: historia, geografía, ciencia o literatura.

Es un trabajo complejo, sin duda, el que conduce a aprender a leer, y para nada trivial, pero sí muy claro en sus propósitos. Si acordamos que sería el centro de la parte inicial de la escolarización, para dar paso a la capacidad de leer para aprender saberes posteriores, contaríamos con un rumbo muy claro para el provenir: que el derecho a la educación no se cumpla cuando se asiste a la escuela, sino si, y solo si, ocurre esta maravilla: leer para aprender, y aprehender, así, el mundo natural, social y la cultura.

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