En vísperas de unos comicios que podrían consolidar y dar rumbo duradero al cambio de régimen impulsado por el presidente López Obrador, no sería mal consejo que todo elector dispuesto a enfrentar el reto de las urnas el próximo 2 de junio se practicara una especie de autodiagnóstico que le precise, con serenidad y sin apasionamientos distorsionantes de coyuntura, hacia cuál polo del espectro ideológico en pugna se inclina su pensamiento. La cuestión es: ¿propende hacia el ideal socialista, cuya aplicación busca moderar desigualdades al precio de acotar ciertas libertades? ¿o más bien se orienta a la preceptiva neoliberal, inductora de un emprendedurismo sin reglas que crea riqueza a costa de generar inequidades? Simplifico la pregunta: ¿simpatiza con la izquierda o con la derecha? ¿con la renovación o con el inmovilismo? O en palabras más directas: ¿es usted progresista o conservador?

En la respuesta a esas interrogantes valen por supuesto los matices. Raros son los ciudadanos cuya visión política coincide con todo lo que postula el uno o el otro de esos extremos. A los que así piensan los llamamos radicales y, con ellos, no hay acuerdo posible ni mediación viable. El ciudadano medio, en cambio, encuentra aspectos aceptables en las dos propuestas, por antagónicas y excluyentes que en principio pudieran parecerle al escuchar la encendida y no pocas veces incendiaria dialéctica de candidatos y líderes partidistas. Mas llegado el momento de la definición ante las urnas hay que decantarse por alguna de las opciones que ofrece la boleta, aún a sabiendas de que no se coincide con la totalidad de sus ideas. Y sí, es verdad, al elector titubeante siempre tendrá la salida de rehuir su responsabilidad cívica y quedarse en casa… deshojando la margarita y disfrutando del descanso dominical.

Pero dejemos la disquisición teórica y vayamos a la realidad. La elección presidencial se enfila a tener el holgado resultado que se viene prefigurando desde meses atrás. Por más cábalas que con cifras y cálculos fantasiosos realizan los augures de una imaginaria derrota de Claudia Sheinbaum, la voluntad popular sigue mayoritariamente inclinada hacia la ex jefa de Gobierno de la CDMX. Y si, como todo apunta, su victoria iguala o supera la de su antecesor en 2018 obtendrá la legitimidad suficiente para dar a la Cuarta Transformación la continuidad ofrecida, sin incurrir en desviaciones respecto de sus lineamientos sociales básicos. De su capacidad política y su preparación académica debe esperarse que: 1) aplique programas que impriman su impronta al nuevo gobierno; 2) reconozca errores cometidos en el pasado reciente y proceda a su paulatina corrección; 3) planifique moderna e inteligentemente las acciones del Estado, evitando improvisaciones costosas y, 4) dé un trato democrático a las minorías.

Dando pues por descontado el triunfo de la candidata oficial, es indispensable tener en cuenta que en estos comicios también se definirá la composición del Poder Legislativo en el siguiente periodo. Si PT, Verde y Morena alcanzan la mayoría calificada en las dos cámaras federales, los dieciocho proyectos de reforma presentadas por López Obrador -su Plan C- se integrarán al texto de la Constitución General de la República precisamente el último mes de su mandato, allanando así el camino a la consumación de la Cuarta Transformación y, por ende, a la gestión de Claudia Sheinbaum al frente del Ejecutivo Federal. México ya vivió la experiencia paralizante de tener gobiernos divididos, con avances muy exiguos en todas las materias. Y para finalizar ha de considerarse lo que ocurra en la ciudad capital y en sus alcaldías, espacios donde la elección se plantea, ahí sí, sumamente competida.

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