Por muy inverosímil que le resulte a mucha gente, la muy vilipendiada ciencia de políticas públicas resulta y resultaría de mucha utilidad para la toma de decisiones públicas en estos días harto complejos. Contrario al prejuicio absurdo que le achaca a la ciencia sesgos ideológicos, la ciencia es eso mismo, ciencia. Y a la ciencia le resulta lo mismo si se fían de ella liberales o conservadores, rojos o azules, populistas, fánaticos o tecnócratas. Se trata de preguntarse cómo funciona el mundo y nada más. Resolver la pregunta de si B es consecuencia de A es una pregunta tan fundamental que no le caben banderas.

Lo que se hace con la ciencia, eso sí que puede emprender cualquier camino. Ejemplos de conocimiento utilizado para el bien o la tragedia colectiva son tan evidentes que no hay necesidad de enlistarlos aquí. Cabe acaso un ejemplo de la política pública como un lente o un decodificador que permite desmenuzar la complejidad social. Y resulta un lente útil toda vez que trata de identificar tanto elementos políticos como técnicos que componen la respuesta que le damos como humanos a los problemas públicos. Como ciencia, las políticas públicas tratan de identificar soluciones a problemas y anticipar desafíos, futuros probables, consecuencias inadvertidas. Llámales como quieras. Ahí radica, tal vez, el reto más grande en las ciencias sociales, al que se le conoce como falta de un contrafactual. En términos simples, se trata de la imposibilidad de dos resultados al mismo tiempo: si queremos probar el efecto de un medicamento en mi estado de salud, puedo tomar el medicamento o no tomarlo, pero no hay dos unidades de mi persona para que podamos comparar al yo que tomó la medicina con el yo que no lo hizo. En ese sentido las políticas públicas, como otras disciplinas sociales, hacen su mejor esfuerzo por identificar patrones, aprender del pasado y anticipar escenarios futuros incluso si no hay contrafactual.

En la Ciudad de México se ha intensificado una migración de personas llamadas nómadas digitales que conservan su empleo en Estados Unidos u otros países pero residen temporalmente en la ciudad, disfrutando de un sueldo superior al promedio de lo que paga la mayoría de los empleos en la capital. El gobierno de la ciudad abrazó la idea de esta migración y firmó un convenio con la Unesco y AirBnB para atraer nómadas digitales. No se trata del único gobierno que promueve esta migración. Varios países europeos conceden “visas de oro” que permiten a visitantes “comprar” el derecho de residencia por un tiempo mucho mayor que el permitido a turistas.

Hay una lógica relativamente simple tras esta decisión de política pública: si atraemos residentes temporales con alto nivel adquisitivo, esta migración provocará una derrama económica cuando los nómadas digitales gasten ese sueldo en la ciudad. Desde rentar un departamento hasta tomar un café, se trata de ingresos para la ciudad y para los negocios y servicios que ofrece la CDMX. El problema con los problemas públicos y con las políticas públicas que se implementan para hacerles frente es que nunca son sencillos y tienen tantas aristas que cualquier decisión parece una carambola de siete bandas. Porque la decisión de atraer nómadas digitales puede tener un efecto positivo en el desarrollo económico de una ciudad pero también efectos inadvertidos en otros ámbitos públicos que son igual de importantes que el desarrollo económico, como la equidad y el derecho a la ciudad.

Dado que las ciudades son también mercados de productos y servicio, cuando el mercado se hace más grande, demanda más servicios y tiene mayor poder adquisitivo, los oferentes pueden subir el precio de tales servicios. En un mercado perfecto, todo bien. Tenemos compradores dispuestos a comprar y

oferentes felices de satisfacer esa demanda. El problema es que los mercados nunca son perfectos, y que tanto las transacciones como las políticas públicas pueden producir ganadores y perdedores. Aunque a la dueña de un café o un departamento le resulta de maravilla que haya nuevos habitantes de la ciudad dispuestos a pagar precios más altos por un café y un departamento, quienes ya vivían en la ciudad sufren los efectos de esta migración en un incremento de precios pero no de su ingreso. El desplazamiento es el efecto no deseado de la política de desarrollo económico de atraer nómadas digitales. Igual que la idea del contrafactual, dos humanos no pueden estar en el mismo sitio a la vez, y una política virtuosa en un sector puede causar inequidad en otros ámbitos de la vida públicas

La conclusión de este ejemplo no es juzgar como un error la idea de atraer residentes temporales y promover el desarrollo económico. La ciencia de políticas se dedica a analizar qué pasaría si firmamos un acuerdo para atraer nómadas digitales, qué otras dimensiones de la ciudad se ven afectadas para bien o para mal y cómo reducir esos efectos negativos. Como toda ciencia social, no es exacta, pero sí pudo haber sugerido un esquema mucho más integral que, mediante regulación u otros mecanismos de política, pudiese capturar todavía más esta derrama de la migración y hacer todo lo posible por no crear nuevos nómadas: quienes vivían en la ciudad y, de pronto, miran cómo su ciudad les resulta imposible de pagar.

@elpepesanchez

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