Aquí va un concepto simple: llevamos toda la vida comprando la misma marca de teléfono porque, pese al precio, ha salido bueno. De pronto, uno de esos aparatos en nuestra dinastía personal se descompone súbitamente mientras se está cargando. Sin importar los años en que la marca nos vendió teléfonos excelentes, nos quedamos con el estigma de que acabábamos de cambiarlo -todavía se veía nuevecito- y ya se fundió. Nunca más compraremos la misma marca.

En psicología social se le llama sesgo de negatividad. En trazos gruesos quiere decir que los humanos tendemos a recordar y dar más importancia a las experiencias negativas que a las positivas. Estos tiempos donde la verdad escasea como el agua y donde disentir significa convertirse en archienemigo de alguien se prestan la mar de bien a este tipo de dinámicas donde importa señalar y realzar todo lo negativo que se le pueda colgar a alguien. De ahí que los debates que hemos visto sean una larga lista de descalificaciones y escenas muy vergonzosas en las que uno no puede dejar de preguntarse si no había más gente que pudiera representarnos para tomar las decisiones más peliagudas del país.

Si dejásemos que pasaran inadvertidas las cancioncitas pegajosas, las preguntas de quién pronuncia mejor la r y a quién acaban poniéndole más dedos y filtros en las fotos, a lo mejor en una de ésas se les ocurre la osadía de comentar cómo entienden el país quienes piensan gobernarlo. En el plano más básico de políticas públicas, la democracia se activaría un miligramo si interesara saber quién tiene la lista de prioridades en la agenda pública más parecida a la nuestra. Cierto, México es un país diverso y las preocupaciones e intereses son igual de variados, pero está tan apedreado el rancho que hay cosas en las que casi todos estamos de acuerdo, incluso cuando no estamos de acuerdo en cómo resolverlas.

Aunque no van a ser los videos más populares en TikTok ni las notas escandalosas que se propagan por WhatsApp, qué cosa más revolucionaria que ponerse a hablar de cuáles problemas son a los que hay que hacerle frente ahora mismo y cómo usar los siempre escasos recursos en atenderlos. ¿Qué vamos a hacer cuando la CDMX se vuelva a quedar sin agua? No hemos podido frenar un ápice la violencia en términos generales y sus múltiples y muy dolorosas vertientes como la doméstica o la violencia de género. ¿Qué acciones han dado resultados aunque sea mínimos hasta hoy y qué cosas habría que dejar de hacer ya? Distintos países abrazaron como México la idea de atraer nómadas digitales bajo la promesa de que se gasten dólares en territorio nacional, pero muchos han dado marcha atrás a las visas doradas -permisos que se otorgaban a visitantes internacionales para permanecer en el territorio por un plazo mucho mayor al ordinario con el fin de que gasten su ingreso localmente. Ya era un problema serio el desplazamiento de personas que no pueden pagar los precios cada vez más increíbles de vivienda. ¿Cómo hallar el equilibrio entre el desarrollo económico y el acceso equitativo a la ciudad? El mundo se mueve lento hacia el abandono de combustibles fósiles pero México lo hace todavía más en cámara lenta. ¿Hasta cuándo conviene apostarle al petróleo y cómo prepararnos para las décadas que vienen? Ya hemos visto descalificaciones y burlas y caras mejoradas digitalmente. Por mero aburrimiento de más de lo mismo sería interesante dejar que, por una vez en la contienda, importe lo importante.

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