Las políticas públicas son artefactos conceptuales que permiten identificar problemas públicos y comparar distintas alternativas para enfrentarlos. Con frecuencia, se piensa en tales políticas como instrumentos muy técnicos que diagnostican de manera rigurosa la realidad y proponen rumbos de acción igualmente profesionales y técnicos. Sin embargo, como casi todo en la vida, tienen su componente simbólico y hasta narrativo. Todavía más: al ser artefactos sociales, las políticas públicas no son construidas exclusivamente por el gobierno. Voces de distintos ámbitos y distintas maneras de entender un problema favorecen la discusión de mejores alternativas para resolverlos. Es bajo esta luz donde la música de Julieta se entrecruza con el proceso de políticas públicas.

Hace un par de días, Melissa Amezcua presentó en este diario un reportaje sobre acoso y feminicidios como parte de la rutina de las mujeres que trabajan en la industria hotelera en la Riviera Maya. Un artículo sólido con números escalofriantes sobre la magnitud de la violencia contra las mujeres en Quintana Roo mezclado con testimoniales de trabajadoras que escapan por un balcón cuando un huésped pretendía encerrarla en su habitación. Pareciera en ocasiones que, dado que hay tanta calamidad en el país, de pronto dejamos de hablar de un tema como si, al hacerlo, desapareciera también el problema mismo. Visto así es casi irónico: el problema de la violencia contra las mujeres es tan grande y ubicuo que se normaliza como si se tratara de algo natural, intermitente. Pero basta abrir la caja de pandora de cualquier estado y municipio del país para volver a ponerle nombres y apellidos a las cientos de miles de pérdidas y de voces furiosas hartas de la impunidad que les sobreviven.

En este contexto, no sólo es valiente sino hasta necesario que existan esfuerzos por llamar la atención y desnormalizar la violencia contra las mujeres. Dentro del proceso de políticas públicas, uno de los mayores retos de analistas de política es, precisamente, posicionar un problema en la agenda pública. De entre todas las cosas que están mal o terriblemente mal en el país, sólo algunos temas se fijan en la agenda pública. Dicho de otro modo, los medios, las organizaciones no gubernamentales y el sector privado, y la sociedad civil generan presión para que los gobiernos asuman como prioridades algunos problemas en vez de otros. Es justo en esta fase de políticas donde resuena la música de Julieta Venegas, potente y a tiempos melancólica.

Enfundada en un vestido verde y sacándole suspiros a su acordeón y su ukulele, Julieta acaba de iniciar su gira “Vernos de nuevo” y, entre canciones, asoma algunas de sus teorías sociales sobre la vida después de la pandemia. La belleza de esa voz de terciopelo que es, a la vez, profunda y cercanita contrasta elegante con un mensaje claro que construye a través de su concierto: las mujeres como una fuerza política.

Uno de los propósitos más ambiciosos del arte es poner un punto de luz sobre lo que está en la sombra. Hacer que otros vean la realidad como la ve la artista. Julieta logra transmitir esa realidad desoladora de las mujeres mexicanas y sale al quite pensando en las mujeres como una fuerza social resiliente y capaz de transformar su entorno. Esa manera tan desenfadada de desnormalizar el problema de la violencia y hacerle una escalera de acordes a la realidad de tantas mujeres mexicanas es magnífica y envidiable.

Porque inscribe en la mente de su audiencia no sólo sus letras tan entrañables sino esta visión de asumir como propio el problema de la violencia para que no decaiga como una prioridad en todos lados, a cualquier hora, por encima de casi cualquier otro tema.

Evidentemente, las políticas públicas no se construyen solo de símbolos. Una vez que un problema se sitúa en la agenda pública, requiere del trabajo de analistas, activistas y funcionarios para esgrimir estrategias coherentes, posibles y efectivas que le planten cara a nuestras más vergonzosas aristas sociales. Pero la realidad se construye también de ideas, conceptos, música. Escuchar a Julieta Venegas en vivo tiene lo suyo de epifanía. Cuando canta una ranchera que nivela la cancha entre hombres y mujeres, explicando que ya se ha escrito tanto en el género sobre el despecho de un hombre contra la ingratitud de su amada, Julieta pone los elementos conceptuales para repensarnos como sociedad. No para olvidar a José Alfredo, sino para sabernos distintos y, todavía más, saberlas distintas. Más libres, más vivas y fuertes que nunca.

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