Europa se reconstruyó sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, al amparo de la reconciliación entre países que sufrieron de guerras intermitentes durante siglos y de la convicción de que era necesario asegurar que la historia no se repitiera. Desde entonces, tanto en democracias consolidadas como en los países que se fueron librando de dictaduras o regímenes autoritarios, las sociedades europeas han resuelto sus diferencias mediante elecciones que, por décadas, se dirimieron fundamentalmente en el centro. Así lo hicieron porque, en contraste con la retrógrada izquierda latinoamericana, la europea procesó el fracaso del comunismo con un giro a la socialdemocracia y abrazó la economía de mercado y los valores democráticos. Al mismo tiempo, las sociedades europeas rechazaron instintivamente toda forma de fascismo, conscientes de que había sido semilla de odio, división, sufrimiento y, en última instancia, de guerra y muerte.

Todo comenzó a cambiar cuando el largo período de prosperidad, crecimiento y confianza que disfrutaron el mundo en general y Europa en particular se interrumpió abruptamente con la crisis de 2008. Desde la transición a la democracia, España se había dividido a nivel nacional entre dos fuerzas políticas relativamente moderadas, el PSOE y el Partido Popular (PP). Sin embargo, la sacudida del 2008 propició el surgimiento de nuevas expresiones políticas que, no obstante augurar una sana pluralidad, dieron cobijo al extremismo encarnado por el separatismo, una izquierda populista y un franquismo envalentonado en Vox. Al mismo tiempo, la consecuente dispersión del voto generó incentivos para que, “al vender caro su amor”, partidos políticos marginales y ultras se convirtieran en fieles de la balanza para la conformación de gobiernos y la gestión pública, con una capacidad de influencia totalmente desproporcionada con respecto a su peso real.

En este contexto se celebraron las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. Los comicios fueron una derrota sonora para el PSOE y Pedro Sánchez, sobre quien se concentraron, de manera personalizada y exitosa, los ataques del PP. Distintos factores explican el resultado. Sin embargo, resulta particularmente revelador que la coalición con el populista Unidas Podemos y las alianzas puntuales con EH Bildu (sucesor de ETA desmovilizada) que dieron viabilidad al gobierno de Sánchez, se convirtieran en el principal motor del castigo de los electores.

El PP logró captar la mayor parte del apoyo del desfalleciente Ciudadanos pero, salvo en Madrid y La Rioja, no consiguió los escaños necesarios para gobernar en solitario y se verá obligado a pactar con Vox para lograr la mayoría, pese a estar muy disminuido y al lamentable espectáculo que han dado en el gobierno autonómico de Castilla-León. Si bien el bipartidismo no ha regresado, queda claro que los extremos (derecha e izquierda) han perdido aire. Por ello, resulta irónico que sea justo ahora, cuando el heredero del franquismo se ha vaciado por el regreso de sus votantes al Popular, que Vox concentre mayor poder al cogobernar más de media docena de comunidades autonómicas y decenas de municipios.

Unas cuantas horas después del cierre de casillas, Pedro Sánchez, estratega consumado, convocó a elecciones anticipadas para el 23 de julio, dobló la apuesta y se fugó al futuro. Con el anuncio, arruinó la celebración del PP, cambió por completo la conversación y descolocó a Vox. Pese a la audaz maniobra, es probable que el PP prevalezca en las elecciones generales de julio pero no logre la mayoría absoluta. Aunque sea con una fracción de los obtenidos en las generales de 2019 (quizás tan solo una tercera o cuarta parte), es posible que los escaños de Vox sumados al PP sean suficientes para que Alberto Núñez Feijóo, líder de los populares, pueda ser investido como presidente del gobierno. A imagen y semejanza del criticadísimo “gobierno Frankenstein” del PSOE y Unidas Podemos, por razones de aritmética electoral y la capacidad de chantaje que da el sistema, Vox podría estar en la antesala de cogobernar no solo un municipio o una comunidad autonómica sino todo el país. En otras palabras, existe el riesgo de que el fantasma del fascismo que recorre a la Europa tolerante, solidaria y civilizada se empodere también en España.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS